En un anterior artículo repasaba algunos magufos que se han ido instalando en el campo de
la psicología aplicada a la empresa, en el área de los Recursos Humanos. Trataba sobre
tres muy populares en selección y formación: la morfopsicología o caracteriología, la
grafología y el más que esotérico Eneagrama. Y dejaba para otros artículos al
psicoanálisis y al polígrafo.
Hoy le quiero dar un repaso al polígrafo. Éste ya ha superado su fase tomatera en la
telebasura de TV y comienza a ser habitual que nos lo encontremos en artículos
pretendidamente serios en revistas del mundo de la empresa y de los Recursos Humanos.
Primeramente, habría que recordar que el polígrafo, como todo "aparato científico", no
sirve para nada si los datos que se extraen de él no están en relación con hechos
comprobables; en este caso con las conductas observables o inferidas del sujeto
examinado. Y en esto, el polígrafo, entra de lleno en la pseudociencia por su halo de
pretendida exactitud biomédica y palabrería pseudocientífica.
Pero antes de continuar expliquemos qué es un polígrafo. El polígrafo o "detector de
mentiras" es, en palabras de los poligrafistas, "un instrumento de gran sensibilidad y
precisión, capaz de registrar de forma continua en un gráfico las variables fisiológicas
que se producen en el organismo de un individuo estimulado psicológicamente mediante
determinadas preguntas." Decir esto y nada es lo mismo, pues con este criterio un
análisis de sangre o un escáner serían también un "detector de mentiras".
En realidad, un polígrafo consiste en un registrador fisiológico que determina tres
indicadores del sistema autonómo: la presión del corazón, la respiración, y la
conductividad de la piel. El índice y la profundidad de la respiración son medidos por
los neumógrafos con cintas que envuelven el pecho. La actividad cardiovascular es
determinada por la presión arterial. La conductividad de la piel o respuesta
electrodérmica (RED) se mide por electrodos en las yemas de los dedos.
Así visto, en realidad el polígrafo es básicamente un sistema de biofeedback camuflado de
todo aquello que el electromiografo (EMG), el electroencefalograma (EEG) o el
electrocardiograma (ECG) registran; como es la actividad eléctrica generada por el
músculo estriado, o el estudio funcional del sistema nervioso periférico (SNP), de la
placa motriz y del músculo esquelético, la frecuencia cardiaca, la actividad cerebral...
tanto en condiciones normales como patológicas. Esto, en cuanto a sus variantes
diagnósticas.
En su variante terapéutica, los diversos sistemas de biofeedback, se utilizan para
enseñar a los pacientes a controlar aquellas actividades que dependen del sistema
nervioso autónomo (SNA) y de las que sólo somos conscientes de su funcionamiento cuando
sufren alguna alteración, que se manifiesta en forma de arritmias, taquicardias,
ansiedad, cefaleas o migrañas, ataques de pánico, sudoración excesiva, alteraciones
intestinales...
El origen de la biofeedback está en el neuropsicólogo Neal Miller, quien a finales de los
años 60 aplicó a humanos las posibilidades de control que había observado en conducta
animal en el laboratorio, sobre la tasa de ritmo cardiaco y temperatura corporal en ratas.
Miller construyó un aparato en que la información recogida por los electrodos se mostraba
en una pantalla, de modo los sujetos podían ver la temperatura de la piel, y les enseño a
relajarse y concentrarse de forma que éstos relajaran la musculación lisa de los vasos
sanguíneos periféricos y con ello descendiera la temperatura de la piel.
Pero la denominación de biofeedback se debe a la Dra. Barbara Brown, una de las
fundadoras de Biofeedback Research Society, hoy transformada en la Association for
Applied Psychophsiology and Biofeedback.
Los aparatos de biofeedback, en cualquiera de sus variantes (EMG, EEG, ECG...) sí que
recogen datos exactos de un sujeto, con "gran sensibilidad y precisión, (registrando) de
forma continua en un gráfico las variables fisiológicas que se producen en el organismo
de un individuo", pero en absoluto tienen nada que ver esas respuestas con que se diga la
verdad o se mienta, o se le estimule al sujeto con preguntas pretendidamente
comprometidas o críticas.
El poligrafista confunde la exactitud con la fiabilidad y ésta con la validez. Es
innegable que un polígrafo recoge información fisiológica y ésta se muestra en gráficas,
pero de ahí a que esa información muestre alguna relación con la verdad o falsedad
consciente de las expresiones verbales de un sujeto hay un abismo.
Aunque aún tímidamente se ha empezado a utilizar el polígrafo como sistema de selección,
hay ya una serie de artículos en revistas del mundo de la empresa y Recursos Humanos que
"avalan" su calidad como sistema de selección de candidatos. Para ello ha bastado que su
aparición en TV lo haya popularizado y que los sujetos sometidos a su escrutinio fuesen
lo suficientemente populares como para que sus opiniones, tildadas por el polígrafo, de
verdad o mentira, y "contrastadas" por la "sabiduría popular" sobre el sujeto examinado
haya convertido al detector de mentiras en un icono de la fiabilidad personal.
En Otelo, Desdémona recibe con un gesto la sospecha de infidelidad que Otelo le lanza a
la cara. Este gesto es interpretado como una prueba cierta de la semilla de los celos que
Yago había puesto en Otelo. El gesto de Desdémona, que se debería interpretar como de
dolor por lo que le supone de perdida de confianza en quien había depositado su amor,
Otelo lo toma como confirmación de sus celos, pérfidamente alimentados por un amigo
traidor. Otelo dedujo de su particular "detector de mentiras" que el gesto de dolor de
Desdémona confirmaba sus sospechas y que dicho gesto era prueba innegable de haber sido
pillada en el engaño. Establecía una relación directa entre gesto y engaño. El gesto era
observable, luego el engaño era cierto. No se admitía otra alternativa.
Aquí, como en el polígrafo, una reacción involuntaria es interpretada como confirmación
de lo que esperamos escuchar. Como bien señala Leonard Saxe, la idea de conocer la
veracidad de un sujeto viendo los cambios psicofisiológicos en una hoja de papel es un
mito. Incluso el término "detector de mentiras," referido al polígrafo, es un sin
sentido. Ya que la "detección de la mentira" implica deducir el engaño con el análisis de
las respuestas fisiológicas estructuradas a una serie de preguntas pretendidamente
relevantes.
Para "ajustar la exactitud" del detector a cada concreto, los poligrafistas han elaborado
un protocolo que, a la vez que les dota de un mayor halo de cientificidad, les cubra de
la malicia del sujeto examinado. Así, comienzan con una serie de preguntas de control o
"prueba del estímulo" como criterio de la exactitud del instrumento en la detección del
engaño. Estas preguntas se hacen, según los poligrafistas, para "controlar" el efecto
amenazador que se le suponen a las preguntas "relevantes", p.e: ¿Fue usted el que decidió
separarse de...? frente a preguntas de control del tipo ¿Le gusta la tortilla? ¿Se llama
usted...?
Con estas preguntas, y otras similares, se establece el "criterio de normalidad" para
diferenciarlo de las "alteraciones fisiológicas" que se produzcan en el sujeto cuando se
le hagan las preguntas "relevantes" o comprometidas.
Y la pregunta es, ¿si hay una línea base con las preguntas "inocentes" y con las
preguntas "comprometidas" se altera esa línea, indica esto que se está mintiendo? En
absoluto. Cualquier cambio en la tasa cardiaca, sudoración o cualquier otro índice puede
tener decenas de motivos sin que ninguno esté asociado a la mentira o la verdad. Basta
que la pregunta sea considerada como socialmente inadecuada por el sujeto para que se
activen respuestas psicofisiológicas de ansiedad, sin que ello sea indicador de nada que
tenga que ver con la verosimilitud o falsedad de la respuesta.
En muchos casos las respuestas "mentirosas" sólo son indicador del nivel de ansiedad del
sujeto examinado a fallar en la prueba, de tal manera que lo que se toma como respuesta
mentirosa no es más que ansiedad a no saber responder como se espera de él.
Los poligrafistas ignoran, o lo que es peor, no tienen en cuenta que existen "artefactos"
en los procesamientos de datos que distorsionan la percepción de éstos. De modo que toman
un hecho como la sudoración como un indicador "positivo" en la dirección que desean
establecer como "verdad" o "mentira" en la respuesta del sujeto; sin considerar la
variabilidad individual en las reacciones del organismo (personalidad), y sin poder
asegurar que un sujeto sude igual que otro puesto en las mismas circunstancias, ni que su
tasa cardiaca sea la misma.
Cuando un sujeto suda sólo podemos saber eso: que suda. Cualquier otra conclusión será
aventurada.
Los defensores del polígrafo suponen que como estamos educados por nuestros padres,
profesores, familiares a decir la verdad, cualquier respuesta que se apartara de la
verdad que como sujetos conocemos nos activaría una respuesta psicofisiológica
involuntaria e incontrolable que nos delataría. Y esta suposición, más formal que real,
choca con la experiencia diaria que desde niños observamos a nuestro alrededor; cuando
nos hacemos "cómplices" de mentiras socio-familiares sobre lo que se puede decir o
admitir ante terceros. Incluso hay un cierto nivel de mentira social que estaría bien
vista; como cuando le decimos a un enfermo de cáncer que le vemos muy bien o alabamos la
gracia y belleza de un bebe ajeno, aunque sea más feo que Picio.
Y esto en sujetos "normales", pero qué pasa cuando nos enfrentamos a psicópatas en que la
norma social-moral es inexistente si no cuadra con la que ellos establecen. O qué pasa
con los que se han entrenado a pasar la prueba, como ya ha ocurrido con agentes de los
servicios de espionaje.
En la película "Los padres de ella" Ben Stiller -el novio-, es sometido por el padre su
novia -Robert de Niro, agente de la CIA-, a pasar por el polígrafo para demostrar que no
es lo suficientemente bueno para su hija Pam --Teri Polo-. Las preguntas son hechas en un
ambiente tal de tensión por parte del padre al novio, que no hay pregunta que no sea
motivo de sospecha de ocultación de la verdad.
Hay que decirlo claramente: el polígrafo no detecta ni la verdad ni la mentira, sólo
detecta cambios psicofisiológicos. En un informe de 2002 la Nacional Academy of Sciences
de Estados Unidos advierte que la "investigación en psicología científica y fisiología
proporciona pocas bases a la esperanza de que la prueba del polígrafo pueda tener un muy
alto nivel de aciertos". Pero esto no desanima a los poligrafistas que siguen insistiendo
en la bondad de la máquina de marras y en presentar tasas de acierto del 90 % como mínimo.
El problema para los poligrafistas es que no pueden demostrar que exista un único patrón
de respuestas psicofisiológicas asociadas a la respuesta dada con intención de engañar.
La psicología fisiológica cuenta con una consolidad tradición científica, que se remonta
a finales del XIX con Wundt y Galton, pero en ningún caso se puede basar la medición de
datos psicofisiológicos en argumentos de verosimilitud de las respuestas de un sujeto. No
es eso lo que defiende el método científico.
Sería conveniente que los profesionales de Recursos Humanos tuvieran en cuenta que en
ciencias sociales ni la exactitud ni la eficacia viene determinada por el uso de medios
técnicos o científicos, que el mito de la infalibilidad de la técnica es eso: un mito.