Como disciplina la Criminalística nace en el año 1892 a
raíz de los trabajos de Hans Gross y su “Manual del Juez” en la
ciudad de Graz, Austria. Por otro lado, la Criminología, que no
debe confundirse con la anterior, surge específicamente el 15 de
abril de 1876, fecha en que el editor Hoepli, de Milán, Italia,
saca al mercado los primeros ejemplares de “L’Uomo Delincuente”,
voluminosa obra escrita por el Dr. Cesare Lombroso, Director del
Manicomio de Pesaro, Médico de prisiones y el Ejército.
Conjuntamente con Enrico Ferri y Rafael Garófalo se le reconoce
como el fundador de la Escuela Positiva del Derecho Penal y, con
justicia, como el padre de la Criminología. De manera formal
ambas disciplinas nacen en el S. XIX, durante la llamada “Era de la
Ciencia”, marcada por la Revolución Industrial, el maquinismo y
novedosos inventos; también fue el período en que azotaba
en Whitechapel, en el East End londinense, el asesino serial más
famoso de la historia: Jack El
Destripador. No obstante, muchos siglos antes de Vucetich,
Bertillon, Pare, Lacassagne, Orfila y otros destacados nombres de la
Ciencia Criminal en China era costumbre estampar en los contratos las
huellas dactilares a modo de firma y existía un sistema de
identificación y diferenciación de las mismas. En Europa
la Demonología o
“ciencia” de la posesión diabólica se había
convertido en Psiquiatría desde Pinel. Antes del triunfo del
conocimiento sobre la ignorancia y la Razón sobre la Fe el
epiléptico, el esquizofrénico, el neurótico, el
psicópata, etc., eran considerados poseídos por el Diablo. Cualquier infeliz
histérica era acusada de brujería, juzgada por los
tribunales inquisitoriales, condenada, entregada a las autoridades
seculares y llevada a la hoguera. Sin embargo, para las necesidades
sociales de la época estas prácticas (ordalías,
quema de brujas, autos de fe, torturas para obtener la
confesión) llenaban su cometido. No nos equivocamos al afirmar
que “criminología” ha habido siempre, desde que ha habido
crímenes, aunque se tratase de una criminología
rudimentaria, tosca y elemental. No es preciso insistir en la
antigüedad y universalidad del delito, inseparable de la especie
humana. Homo homini lupus.
De igual manera que el ser humano presenta en la región lumbar
algunas pequeñas vértebras denominadas “flotantes” y que
Darwin reconoció como un rudimento o vestigio de lo que alguna
vez fuera la cola de nuestros antepasados homínidos, en el
ámbito del pensamiento aún quedan algunos atavismos de tipo intelectual. Tal
es el caso de la Sangre Acusadora o
estilicidio de sangre, como le llamaban los antiguos prácticos
criminalistas a la creencia en que las heridas del muerto sangraban en
presencia del asesino. Dicha idea parece ser de origen germano, pues el
texto más antiguo en que figura es el “Cantar de Los
Nibelungos”, cuando Crimilda hace desfilar ante el cadáver de
Sigfrido a sus compañeros de armas; al acercarse el traidor
Hagen las heridas comenzaron a sangrar. “Ellos mantuvieron su mentira:
Que el que sea inocente lo manifieste con claridad; que se acerque al
ataúd y de este modo se conocerá bien pronto la verdad”;
“Fue un gran milagro el que ocurrió entonces, porque cuando el
asesino se acercó al muerto, la sangre brotó de las
heridas. Así sucedió y quedó reconocido que Hagen
lo había hecho.”
Consta en registros judiciales que el día 20 de junio de 1669 un
Tribunal de Pomerania requirió a la facultad de Francfort un
dictamen respecto a un delito de infanticidio a fin de determinar si el
crimen había sido cometido por la madre o por la abuela. La
facultad ordenó que una tras otra se acercaran a la criatura y
que al tocarla pronunciasen la siguiente fórmula: “Si fuera yo
culpable de tu muerte, que Dios lo diga mediante una señal de tu
cuerpo”. Primero lo hizo la madre, y la señal no se produjo,
pero cuando le tocó el turno a la abuela “la cara del
niño se cubrió de rubor y de sus ojos brotaron
lágrimas de sangre.”
En el capítulo XIV de la Primera Parte de El Quijote se describe
una situación similar en el diálogo entre Ambrosio y
Marcela; pero donde mejor se ilustra en el ámbito de la
literatura lo relacionado a la Sangre Acusadora es en unos versos de
Gutiérrez de Cetina que dicen así:
Cosa es cierta Señor, y muy
sabida
Aunque el secreto della esté
encubierto,
Que lanza de sí sangre un
cuerpo muerto
Si se pone a mirarlo el homicida.
Don Constancio Bernaldo de Quirós, precursor de la
Criminología en la República Dominicana, quien
llegó a nuestro país como exiliado a raíz de la
Guerra Civil Española (1936-1939) “sin un solo libro o documento
y tan pobre, que al entrar en Francia fue internado en un asilo de
locos” nos dice en su obra Criminología (1948): “La prueba del
estilicidio de sangre se conserva aún viva en lugares apartados
y entre personas incultas, como yo mismo he podido comprobar
últimamente en la República Dominicana, registrando estas
líneas del libro “Al Amor del Bohío”, especie de resumen
folklórico de la isla, de Ramón Emilio Jiménez,
describiendo el cuadro de costumbres de la conducción de
enfermos y de heridos en literas, por los caminos primitivos de las
regiones olvidadas: “si la herida seguía hemorrágica
durante la jornada, había sospechas de que el heridor estaba
entre los cargadores de la litera” (Op. cit. P.307).
Cuando la Magistratura no estaba en manos de profesionales del Derecho
se presentó el caso de un representante del Ministerio
Público que acusaba a un individuo porque el cadáver
había botado sangre de las heridas cuando lo hizo saltar por
encima. M.R. Cruz Díaz, quien fue Juez de Instrucción en
los Distritos Judiciales de Santiago y Duarte, en su ilustrativa obra
Supersticiones Criminológicas y Médicas (1964) nos
refiere que un día del mes de mayo de 1938 fue hallado muerto en
la Sección La Bomba de Cenoví, San Francisco de
Macorís, Provincia Duarte, el nombrado M.S.D., presentando
múltiples heridas, una de las cuales casi separó la
cabeza del cuerpo y que tras reunir a los principales sospechosos el
Fiscal, creyendo que las heridas manaban sangre en presencia del
asesino, hizo pasar a todos los detenidos por encima del
cadáver, pero al no ocurrir nada le preguntó al Alcalde
Pedáneo si había alguna persona del lugar que no
estuviera presente. Este le dijo que había un tal M.V.F. que se
había marchado del pueblo luego de la tragedia; el Fiscal
ordenó su arresto, lo interrogó y lo hizo pasar sobre el
cadáver y en esta ocasión sí botó sangre,
bastando esta circunstancia para hacer el sometimiento. El acusado fue
descargado en Primera Instancia pero posteriormente condenado en la
Corte de Apelación. No disponemos de información sobre un
eventual recurso de casación con relación a este caso.
En la edición de EL CARIBE correspondiente al 20 de junio de
1950 aparece un breve reportaje sobre una muerte acaecida en San Pedro
de Macorís y en el cual se dice “cuando se disponían a
trasladar el cuerpo, Pascual Zapata, alias Colorado, quien había
ayudado a buscar a Lolo, le puso la mano al cadáver, e
inmediatamente la sangre comenzó a brotar con violencia”. Se
refiere que entre los presentes surgieron comentarios que confirmaban
la vieja creencia en la Sangre Acusadora.
Al parecer, el mito del estilicidio de sangre se ha extinguido en
nuestro medio; pervive aún como un rasgo folklórico y
quizás muy esporádicamente resurge como un elemento atávico, pues en nuestra
experiencia como Ministerio Público adscrito al Departamento de
Homicidios de la P.N. en Santiago durante el período 1996-2000
en el que participamos en decenas de levantamientos de
cadáveres, dirigimos interrogatorios y entrevistas a reales y
presuntos homicidas, testigos, informantes y familiares de las
víctimas y analizamos cientos de informes de autopsia, nunca se
nos presentó el caso de que alguien hiciera referencia a este
mito. Sin embargo, en ocasión de asumir la defensa del nombrado
A.C. en diciembre del 2001, a quien se acusaba conjuntamente con los
nombrados J.E. y J.A.T. de haber dado muerte a L.E.E. mientras este se
desplazaba en su motocicleta por uno de los caminos de la
Sección Inoa, San José de Las Matas, en fecha 26-9-2001,
tuvimos la oportunidad de estar cara a cara frente a dicha
superstición. En el caso de marras no había testigos
presenciales, la evidencia física era escasa y circunstancial, a
la víctima no se le conocían enemigos, muy por el
contrario, gozaba del aprecio de todos los que le trataban. No
obstante, existía la certeza de que le habían partido el
cráneo con un palo que fue hallado en el lugar, roto y manchado
de sangre. Como es costumbre (mala costumbre) la Policía
procedió a detener a muchas personas residentes en el lugar a
quienes traían “por viajes” o “por camiones enteros”,
según frases textuales de algunos de los que declararon en
el tribunal. Durante el conocimiento del recurso de Habeas Corpus, que
es un juicio de indicios y cuyo objeto es salvaguardar la libertad
individual, un testigo, P.E. dejó caer como una bomba la
afirmación de que el autor del hecho debía ser el
nombrado J.E. porque cuando éste hizo acto de presencia en el
velorio el cuerpo de L.E.E. empezó a sangrar por la nariz;
además, J.E. había sido “militar constitucionalista en
1965”, se había “llevado una mujer” años atrás y
era “cabeza caliente”. Respecto a nuestro representado, A.C., este
“debía saber algo del caso” ya que era “amigo” de J.E.,
además de que “no estuvo presente” en el entierro ni en la vela
del occiso.
Aprovechando la circunstancia de que el testigo se identificó
ante el plenario como Presidente de Asamblea, o sea, como uno de esos
santurrones que siempre andan en las cosas de la Iglesia y
codeándose con los curas, le hicimos saber que la Sangre
Acusadora era una superstición alemana, “el mismo país
donde había nacido el hereje Martín Lutero” y
discretamente lo cuestionamos acerca de si le daba vergüenza o no
manifestar esas opiniones “¡frente a ese Cristo!”
(señalando el crucifijo de bronce que hay en todos los estrados)
y agregando en un tono más pausado, pero enérgico: “EL también fue acusado,
hecho preso y condenado injustamente”.
Tras una breve referencia a los fariseos, el Sanhedrín, los
lobos “vestidos de ovejas” y los “Judas modernos”, hicimos
hincapié en la ambigüedad moral del testigo y su
pensamiento “mágico” para echar por tierra esas declaraciones
“interesadas y tendenciosas”, refiriendo someramente que lo del
sangrado nasal era algo lógico habida cuenta que según el
experticio medicolegal la causa de la muerte había sido “trauma
cráneo-encefálico severo”. En un juicio al fondo lo dicho
por este sujeto no tiene valor alguno como prueba, pero tratándose,
como en la especie, de un recurso de Habeas Corpus, o sea, de un
proceso en el que se ponderan únicamente los posibles indicios, cualquier duda, por
ligera que sea, puede poner en juego la libertad del procesado, aun se
trate de una afirmación disparatada.
Aunque parezca increíble, estos atavismos intelectuales de vez
en cuando salen a la luz en los procesos, principalmente en el juicio
criminal, en que el elemento humano alcanza la categoría de
tragedia como bien precisa Carnelutti en “Las Miserias del Proceso
Penal”. En cierta ocasión un colega Fiscalizador nos comentaba
que ante su despacho se había presentado una señora con
la finalidad de querellarse contra una vecina que supuestamente le
había echado “Mal de Ojo” a una nieta suya. Oportuno es decir
que la fe en este mito es la causa de que numerosas personas en el
área rural lleven varios nombres, uno que figura en su
Certificado de Nacimiento que redacta el Oficial del Estado Civil y
otro con el que realmente se le conoce. De esta forma vemos sujetos que
dicen llamarse, por ejemplo, Félix, pero que su “verdadero
nombre” es Esteban. Estos casos los vemos con relativa frecuencia. La
rudimentaria lógica del asunto es que al “hacerle un trabajo” a
alguien el mismo no surtirá efecto puesto que se habría
utilizado el nombre equivocado en el hechizo. Bien lo dijo
Schopenhauer: Stultorum infinita
numeraria est.
Otras supersticiones criminológicas que merecen destacarse son
la del hacha ebria,
también de origen alemán, aunque inexistente en nuestro
país, según la cual en las naciones en que había
pena de muerte el uso prolongado del hacha hacía que su
estructura molecular estuviera empapada en sangre; el hacha estaba
borracha, ebria del vital tejido rojo, y en cualquier momento
podía volverse contra quien la usaba. Por esto era una costumbre
que luego de unas cuantas ejecuciones el verdugo enterrara el hacha
para protegerse de los impulsos vindicativos del fatal instrumento. De
vez en cuando se descubren algunos ejemplares oxidados, mellados y
deshechos como cadáveres, constituyendo objeto de lo que bien
pudiera llamarse Arqueología
Criminal. Los amuletos de
invisibilidad y de insecuestrabilidad;
la piedra Imán; la Oración del Justo Juez, muy
común en el mundo penitenciario latinoamericano y que nosotros
pudimos verificar personalmente al llevar a cabo requisas y registros
de personas. El delincuente común acostumbra a llevarla escrita
en un papelito que guarda en el interior de su billetera, aunque en la
Calle del Sol, Santiago, la venden ya impresa por unos pocos pesos;
ejecutar el delito de robo en estado de desnudez y cubierto de ciertas
grasas o aceites, lo cual, dicen, quita a los perros el poder de ladrar
y facilita el deslizamiento entre las manos aprehensoras de los
organismos policiales; la Piedra del
Águila, que no es más que un mineral rico en
hierro, supuestamente muy útil para descubrir a los ladrones; la
moneda que “cierra los caminos” y que colocada bajo la lengua del
cadáver aun tibio “cierra” toda vía de escape al matador,
quien no tardará en caer en manos de la justicia. Una variante
de este mito es “la caída de cara”, en que se augura
éxito a la persecución del culpable si la víctima
del atentado cae de cara al suelo (decúbito ventral) e impunidad
total si cae de cara al cielo (decúbito dorsal). Finalmente
tenemos “la instantánea del asesino” y “la cara de la
víctima”, esta última muy popular en las novelas
embotadoras de cerebros de la T.V. mexicana. Según la primera,
en la retina del muerto queda grabada, como una fotografía, la
imagen del agresor, mientras que en la segunda el asesino ve el reflejo
de la imagen de su víctima en espejos, cristales y hasta en un
vaso de agua. ¡Vaya paranoia!
El camino más corto entre dos montañas es el que va de
cumbre a cumbre, pero para recorrerlo hay que tener piernas largas,
decía Nietzsche. La Ciencia Criminal, como ya se expresó,
tiene sus inicios en la demonología y su desarrollo ha sido
tortuoso. En algunas de las obras de los pioneros encontramos indicios
de ello. Escipión Sighele, el aventajado discípulo de
Ferri, nos habla de “íncubo” y “súcubo” para referirse a
lo que actualmente conocemos como Pareja
Criminal o Asociación
de Malhechores, y que prevé nuestro Código Penal
en sus Arts. 265 y 266.
El estilicidio de sangre ha sido desplazado por la
identificación del A.D.N., especie de huella dactilar
genética de cada individuo. La Sangre Acusadora sigue cumpliendo
su rol, pero mediante el estudio de las manchas a la luz de las leyes
de la Física; la forma, color y disposición de las mismas
brindan información confiable acerca de su dirección,
ángulo de caída, velocidad y procedencia, lo que permite
reconstruir inductivamente el hecho, sin necesidad de recurrir a
construcciones teóricas fabulosas y delirantes, con lo que nueva
vez queda demostrado que no existe el misterio, sino la falta de
conocimiento.
A esto cabe agregar los aportes de una moderna generación de
criminalistas, encabezados por John Douglas y Robert Ressler, quienes
en un período de veinticinco años entrevistaron y
estudiaron centenares de criminales convictos, sujetos de la
categoría de Ed Gein, Jeffrey Dahmer (El Caníbal de
Milwaukee), David Berkowitz (El Hijo de Sam), Charles Manson, John
Gacy, Ed Kemper y Ted Bundy. Al organizar y sintetizar sus
observaciones se percataron de que algunas variables eran
asombrosamente frecuentes en sujetos violentos y peligrosos y
posteriormente las agruparon bajo el nombre de “la tríada
homicida”, a saber: piromanía (fire starting), crueldad hacia
los animales o niños pequeños y enuresis o incontinencia
urinaria (bed wetting). Ressler y Douglas son los fundadores de una
novedosa disciplina llamada “Perfilación Criminal” (Criminal
Profiling) que ha demostrado ser una valiosa herramienta para la
investigación; la misma es un mosaico constituido por elementos
de otras áreas del saber, principalmente la Psicología y
la Criminalística. Los aportes de estos autores están
sintetizados en “Whoever Fights Monsters”, “I Have Lived in the
Monster” (Ressler), “Mindhunter”, “The Anatomy of Motive”, “Journey
into Darkness” (Douglas) y el reciente “Crime Classification Manual” de
los mismos autores y la Psiquiatra Ann Burgess.
En épocas pasadas el hombre recurría a la magia, las
ordalías, señales de Dios, etc., a fin de satisfacer su
necesidad de justicia. Actualmente, imbuidos de espíritu
crítico, racionalista y a la luz de los avances de la Ciencia se
han estructurado sistemas que brindan mayores garantías para una
buena y confiable administración de justicia. Hoy podemos decir,
igual que Laplace a Napoleón en ocasión de presentarle su
Mecánica Celeste, y replicarle el Emperador que en la obra se
explicaba el sistema del mundo y las leyes naturales pero que no se
mencionaba a Dios: “Sire, je n'avais
pas besoin de cette hypothèse.”