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Artículos: Religión, ICAR, Teresa de Calcuta

La solidaridad y la madre Teresa de Calcuta

La “Madre” Teresa de Calcuta es uno de los peores ejemplos posibles de solidaridad que podrían ocurrírsele a alguien. Muchísimas personas trabajan incansablemente por los demás, solas o en grupo, bajo denominaciones religiosas o seculares, con foco en distintos tipos de problemas sociales. A menudo el trabajo de las organizaciones religiosas incluye la evangelización, pero en general hay en ellas mucha gente con auténticas ganas de ayudar al prójimo en sí mismo sin verlo como un converso potencial; la religión simplemente se apropia y canaliza impulsos empáticos con los que todos contamos. La verdadera solidaridad no escasea.

La Madre Teresa dedicó su vida a propagar las ideas más reaccionarias de la fe católica, sirviéndose de su popularidad y llegada a los poderosos. Recaudó (y su orden sigue recaudando) una fortuna por la que no rindió jamás cuentas a nadie, y dejó tras de sí muchas casas para religiosas de la orden que fundó, destinadas a propagar esa misma doctrina reaccionaria y amante del sufrimiento por todo el mundo, y unos cuantos espantosos centros para moribundos, donde gente recogida de la calle es atendida por personas con escasa o nula capacitación, casi sin medicamentos más complicados que una aspirina, y queda hacinada allí en condiciones insalubres hasta que muere (a veces, según sabemos, de enfermedades que podrían ser tratadas fácilmente).

La solidaridad es un asunto entre humanos unidos por su comprensión mutua de que todos necesitamos a los demás y que no podemos vivir sin ayuda. Los centros para moribundos de la Madre Teresa no son lugares para la solidaridad, como han descubierto ya muchas personas bienintencionadas que han ido a trabajar en ellos y han salido disgustados. Existen más bien para que los voluntarios y los enfermos puedan compartir el sufrimiento, la mortificación del dolor, que la Madre Teresa consideraba algo bueno en sí mismo porque acercaba a los sufrientes a Dios. Ayudar material o psicológicamente no fue jamás su objetivo.

La solidaridad puede verse, de hecho, como un darle la espalda a la inexplicable indiferencia de los dioses y volver la cara hacia lo que nos une con los demás seres humanos, aquí en la Tierra. Una acción solidaria, cuando uno es famoso y respetado por personas de todas las religiones y de ninguna y recibe dinero y atenciones, es volcar todas las donaciones a obras para la comunidad, usar la influencia obtenida para mejorar las condiciones de vida de los demás y denunciar las maldades de los poderosos contra los débiles. No es solidario pedir a gente que ha perdido a sus familiares que perdonen a la empresa que los mató con su negligencia. No es solidario gastar decenas de millones de dólares donados en construir casas de adoctrinamiento en todo el mundo en vez de un hospital o una escuela en el lugar donde uno vive y donde se necesita desesperadamente. No es solidario, en un mundo donde tantas mujeres son obligadas a casarse o maltratadas por sus esposos, hacer campaña contra la legalidad del divorcio; tampoco es solidario, donde tantas mujeres mueren en abortos clandestinos, llamar a esas mujeres asesinas y denunciarlas como destructoras de la paz en un discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz. No es solidario recibir dinero donado por un estafador que empobreció a miles de personas y no sólo rehusarse a devolverlo sino incluso escribirle al juez pidiendo que lo absuelva. No es solidario apartar a los moribundos de sus familias para ponerlos en un lugar apenas menos sucio que la calle para servir de edificación moral a monjas y voluntarios. No es solidario ordenar a los subordinados de uno que no gasten dinero en ellos mismos ni en ayudar a la comunidad y que se finjan pobres y mendiguen, mientras el dinero se acumula en cuentas bancarias y uno viaja por el mundo haciendo apariciones junto a dictadores y princesas mientras afecta humildad.

La historia de la Madre Teresa es uno de los mitos más logrados de la vieja religión cristiana. Nadie está obligado a saber que es de hecho una gran mentira, pero los datos están allí, al alcance de la mano, y ni la ignorancia ni la popularidad del mito pueden seguir siendo excusa para que un estado local o nacional homenajeen como ícono de la solidaridad a una beata fanática cuyas obras no tienen nada que ver con la solidaridad y sí, exclusivamente, con un amor perverso por el sufrimiento y la pobreza.

Fuente: Alerta Religión.
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