Según el profesor Thomas Joiner, de la Facultad de Psicología, de la Universidad Estatal de Florida (EE.UU.), «Existe la idea de que el suicidio es un modo de morir diferente de los otros, pero hay razones claras de por qué las personas mueren por el suicidio. Al igual que con las enfermedades cardíacas, si entendemos la causa, podemos adoptar medidas de prevención».
Esta nueva teoría de Joiner, considera que quienes se suicidan, no sólo quieren morir, sino que también han aprendido a superar el instinto de autoconservación.
El deseo de la muerte, según Joiner, está compuesto de dos estados psicológicos: una percepción de ser una carga para los demás y un sentimiento de no pertenecer a nada. Por sí mismos, ninguno de estos dos estados es suficiente para despertar el deseo de la propia muerte, pero juntos producen un deseo que puede ser mortal cuando se combinan con la habilidad adquirida de producirse una autoagresión.
Según Joiner hay dos maneras en las que se puede inhibir o disminuir este instinto, una de ellas es progresiva y paulatina, acercándose cada vez más al objetivo (lo que quedaría probado empíricamente por el hecho de que uno de los factores de riesgo del suicidio es el número creciente de tentativas suicidas); la segunda es acostumbrándose a situaciones dolorosas o que provoquen miedo. Joiner propone que ello ocurre con las pacientes con anorexia – que se quitan la vida con frecuencia, según cita aquí – y pasa a probarlo con este otro estudio en el Journal of Affective Disorders, accesible aquí .
Fuente: Kraepelin´s Grandchildren – Nietos de Kraepelin
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La intención del otro nos duele. Así lo ha demostrado un nuevo estudio que viene a desvelar, una vez más, que los humanos somos una especie gobernada y guiada por el trato social y el comportamiento del grupo al que pertenecemos nos afecta de una forma u otra.
El nuevo experimento explica ciertas conductas que muchas veces no entendemos. Hace unos días publicaron en SinDioses, en Ciencia un artículo sobre la reciprocidad que seguía en los grupos sociales el efecto de las conductas negativas y positivas en la sociedad. Ambos comportamientos afectan esta cadena social humana, en distintos grados y, el nuevo experimento, comprueba ahora que la intención de otras personas puede hacer de nuestras vidas una real tortura. Algo que ya conocíamos emocionalmente y que ahora los científicos han comprobado de verdad.
Los científicos de la Universidad de Harvard han publicado los resultados del estudio en el diario científico Ciencia de la Psicología.
“Hace mucho que sabemos que la percepción que tenemos de lo que ocurre a nuestro alrededor altera nuestro sentido del dolor. Por supuesto, no todos poseemos el mismo umbral al dolor, de hecho, las mujeres parecen estar mejor preparadas a la hora de aguantarlo, no obstante, en esta ocasión, lo que hemos comprobado que hay una parte completamente perceptiva, no fisiológica, en nuestra experiencia del dolor. Por eso es tan complejo comprender el cerebro, porque existen sistemas conscientes y subconscientes que combinan lo fisiológico con lo que percibimos y las cosas ya no son tan simples como un pellizco”, explica Kurt Gray, estudiante de maestría en Harvard y asistente en el estudio.
Ciertamente, los investigadores se aseguraron de que los voluntarios supieran, cada vez, si alguien estaba infligiendo el dolor intencionalmente y, en cada ocasión, la persona sentía que el dolor era mayor. “Nos aseguramos de que no existieran variables distintas para cada grupo, que el elemento sorpresa fuera el mismo para todos, de esta forma nos dimos cuenta que las personas que pensaban que otros infligían dolor intencional contra ellos, percibían este dolor como mucho mayor de lo que era”, explicó Daniel Wegner, psicólogo de Harvard y líder del experimento.
No debe sorprendernos entonces que cuando nos enteramos de que alguien nos hirió intencionalmente nos indigna mucho más que entender que el asunto fue más bien intencional
Los biólogos de la evolución buscan y estudian características fisiológicas en los animales para comprender sus orígenes evolutivos. De la misma forma, la psicología y la sociología, examinan la conducta animal para descubrir por qué desarrollamos tales comportamientos y cuáles son sus ventajas, no sólo para el individuo sino, y hasta más importante en ocasiones, para el grupo al que pertenece. “Es lógico que sintamos más dolor cuando alguien lo hace intencionalmente, es un mecanismo de defensa para ponernos en guardia, si el dolor que sentimos ocurre por accidente, no tenemos que preocuparnos al respecto, el riesgo de que se repita es mínimo. Sin embargo, si alguien no está hiriendo intencionalmente, es preciso que reconozcamos este dolor con más ahínco porque es mucho más posible que se repita una y otra vez si no le ponemos fin al problema”, expresó Vreeman. Por ello, cada vez que los voluntarios sentían un choque intencional, el dolor era tan fuerte como el primero.
Los investigadores dividieron a los 48 voluntarios en pares. En cada par había un voluntario que recibiría un estímulo que la otra persona ordenaría. En el grupo intencional, los participantes recibían un choque eléctrico cuando sus compañeros los ordenaban, sin embargo, en el grupo no intencional o accidental, los voluntarios sólo recibían el choque eléctrico cuando sus compañeros ordenaban el estímulo auditivo, que era escuchar un tono. Los voluntarios siempre sabían la intención del compañero, por ello, en el segundo grupo, cada vez que recibían un choque lo miraban como algo accidental, sus compañeros no querían eso pues habían ordenado el tono. Pero los otros sabían que cada vez que recibían la electricidad era intencional, el otro así lo había ordenado. Los choques todos tenían la misma intensidad, sin embargo, los voluntarios que sabían era intencional decían sentir el dolor cada vez más fuerte, con el pinchazo de la intención del otro.
Autora: Glenys Álvarez
Fuente: SinDiosos
Se permite la reproducción de este ensayo para fines educacionales y/o científicos siempre y cuando se mencione claramente nuestro sitio web, así como el nombre del(a) autor(a) del mismo. Se prohibe su reproducción con fines comerciales.
Es indudable que vivimos afectados por los intercambios sociales que experimentamos diariamente. Desde que ponemos un pie, o una goma, en la calle, comenzamos a interactuar, de una forma u otra, con todo el que se nos cruza y nuestras reacciones influyen, no sólo en nuestras conductas inmediatas, sino en el comportamiento de los demás. Ciertamente, un nuevo estudio sobre la reciprocidad muestra conductas y efectos bastante sorprendentes sobre esta característica humana.
Cuando nos referimos a esa cualidad de reciprocidad, no siempre hablamos de lo positivo. De hecho, de acuerdo con los resultados del nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de Chicago (EE.UU), la reciprocidad es mucho más asimétrica de lo que pensamos y, más aún, ser actuar negativamente, causa más reacciones a corto y largo plazo que actuar bien. Por supuesto, que no quiere decir que ganaremos más siendo peores, sino que cuando actuamos así, al final recibimos mucho menos.
Tomemos un ejemplo que nos resultará a todos muy familiar: el tránsito. Los investigadores en Chicago aseguran que las reacciones cuando manejamos ejemplifican muy bien los resultados de otros experimentos. “Cuando una persona maneja de forma generosa y amable, dejando a otros pasar, ese chofer es probable que actúe de forma considerada como respuesta, sin embargo, el que se incomoda, corta y bloquea el paso, originará un efecto que puede escalar en un conflicto innecesario y sumamente violento”, explicó para EurekAlert, Boaz Keysar, profesor de psicología de esta universidad y autor principal de este experimento.
De acuerdo con el equipo de Keysar, la reciprocidad negativa, o el arte de tomar, tiende a escalar. Y, según los científicos, el asunto se torna aún peor porque la persona que está siendo inconsiderada y actuando mal, no tiene idea de la forma en que el otro, el recipiente de la acción, lo toma. Esa persona, aseguran, puede tomarlo tan mal que un simple bloqueo se convierte en una estúpida tragedia.
“El que actúa mal no sabe cómo la víctima tomará su acción y la víctima, que no puede imaginarse que el otro no lo tome en cuenta ni aprecie su indignación, responde aún más violentamente. Así continúa este ciclo vicioso que daña más en sus dimensiones negativas que en sus positivas”, explicó Nicholas Epley, profesor de economía de la misma universidad.
Los gestos generosos son percibidos como mayores que los actos en que la persona toma y no da, aún tengan el mismo valor de forma objetiva. En resumen, tomar de más, al final, lo dejará con mucho menos.
Cuando estudiamos la evolución de la conducta animal, buscamos sus orígenes en las ganancias, lo que el animal obtiene si se comporta de tal o cual forma. Por ello, conductas altruistas y generosas, son muchas veces difíciles de explicar, especialmente en animales con menor desarrollo cerebral. Sin embargo, el intercambio social responde a muchas de estas cuestiones. Los humanos, sobretodo, somos animales intensamente sociales y nuestro progreso depende del éxito social del grupo. Esta cualidad ayuda a explicar por qué actuamos como actuamos. En esta ocasión, el efecto de la generosidad es mucho menor que la reacción que produce actuar mal. Cuando la conducta es negativa, lo sembrado se cosecha después en menores logros para el grupo o el individuo que se portó mal.
Los investigadores salieron a demostrar sus hipótesis tanto dentro de la universidad como en el centro de Chicago, con personas desconocidas. Los experimentos fueron realizados con dinero, los investigadores dividieron a grupos de estudiantes y formaron un juego con ellos donde las ganancias serían monetarias. En uno de ellos, uno de los voluntarios sabía que otro estudiante había recibido cien dólares y que él podía quitarle tanto como quisiera. Cuando los estudiantes tomaban 50 dólares y los papeles eran cambiados, los demás tomaban más cuando era su turno, sin embargo, cuando era una cuestión de dar y no de tomar, los voluntarios eran más justos unos con otros.
Autora: Glenys Álvarez
Fuente: SinDioses
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[Resumen del artículo original -en inglés- y contacto con los autores en este enlace].
Los testimonios oculares son una parte crucial en muchos juicios criminales, aun cuando la investigación sugiere con creciente frecuencia que no pueden ser tan exactos como a nosotros (y a los abogados) nos gustaría que fueran. Por ejemplo, si usted ve a un hombre con un suéter azul robando algo y oye por casualidad a varias personas hablando sobre un suéter gris, ¿en qué medida es probable que usted recuerde el auténtico color del suéter del ladrón? Los estudios han mostrado que cuando la gente da información falsa sobre un suceso es fácil mezclar los hechos reales con los falsos. No obstante, existe evidencia de que cuando la gente es forzada a recordar lo que vio (poco después del suceso) es más probable que recuerde detalles de lo que ocurrió.
Los psicólogos Jason Chan, de la Iowa State University, Allana Thomas de la Tufts University, y John Bulevich del Rhode Island Collage querían comprobar en qué medida afecta la información falsa en un test de memoria realizado a voluntarios que habían contemplado un suceso. Un grupo de voluntarios observó el primer episodio de “24” y entonces se les pidió someterse a un test de memoria sobre el capítulo o que jugaran un juego. El siguiente paso fue proporcionar a todos los sujetos información falsa sobre el episodio visto y someterse a un test final de memoria sobre el mismo.
Los resultados, publicados en la edición de enero (2009) de Psychological Science, una revista de la Association for Psychological Science, fueron sorprendentes. Los investigadores hallaron que en los voluntarios que realizaron el test de memoria inmediatamente después de ver el episodio era casi dos veces más probable que recordasen la falsa información que los voluntarios que habían jugado a un juego a continuación del episodio.
Los resultados de un experimento subsiguiente sugieren que el primer recuerdo podría haber mejorado la habilidad de los sujetos para aprender la información falsa, esto es, el primer test mejoró el aprendizaje de la información nueva y errónea. Estos hallazgos muestran que la información recordada recientemente tiende a la distorsión. Los autores concluyen que “este estudio muestra que incluso los psicólogos pueden haber subestimado la maleabilidad de los testimonios oculares”.
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Sin salirnos del tema, les dejo un par de enlaces a Misterios del aire, en los que Juan Carlos Vitorio contribuye al adecentamiento de la historia ufológica española:
El «encuentro cercano» de Pontejos (Cantabria), 6/1/69
Comparen con la mierda mayoritaria difundida por el platillismo patrio en otros sucesos semejantes, los enemigos del sentido común, del razonamiento crítico y de la aclaración de los supuestos misterios. A quien le apetezca, puede seguir cargando con esa lepra.
Fuente:mihteriohdelasiensia
En diversos experimentos efectuados hemos descubierto que la solución es distinta en el caso de los niños que en el de los jóvenes o adolescentes. Aunque cueste creerlo, resulta que los primeros reaccionan mejor ante las recompensas que ante las medidas disciplinarias. ¡Atención, mamás y papás y, sobre todo, abuelos! Es mejor ignorar las ‘maldades’ de los niños y bebés para centrarse en recompensarlos cuando hacen las cosas bien. ¿Cómo es posible esta diferencia en los mecanismos cerebrales marcada, simplemente, por la edad?
Artículo completo en: XlSemanal
Las investigaciones realizadas a lo largo de los dos últimos siglos han demostrado la efectividad de varios protocolos para prevenirlos.
Según un estudio, el 85 por ciento ocurre en los países de bajos y medianos ingresos.
Los autores del estudio afirman que los países pobres pueden mejorar considerablemente la prevención de los intentos repetidos de suicido mediante breves sesiones de información y educación del paciente, después de que éste haya intentado acabar una vez con su vida, según publica el último número del Boletín de la Organización Mundial de la Salud.
Según datos de la OMS, en 2002 hubo 877.000 muertes por suicidio en el mundo y, de ellas, el 85 por ciento tuvieron lugar en los países de bajos y medios ingresos.
El número de intentos de suicidio, según estos datos, puede llegar a ser hasta 40 veces mayor que los suicidios conseguidos.
De hecho, las heridas autoinfligidas representaron en 2002 el 1,4 del total de las enfermedades tratadas, y se espera que la cifra se incremente hasta el 2,4 por ciento en 2020.
El suicidio se encuentra entre las tres causas principales de fallecimiento entre la población de edad comprendida entre los 15 y los 34 años.
Con todos esos datos, los autores efectuaron una investigación entre enero de 2002 y octubre de 2005 en cinco países de muy distinto contexto cultural: Brasil, India, Irán, China y Sri Lanka, para el cual reclutaron a 1.867 personas que habían intentado suicidarse.
«Las personas que intentan suicidarse y no lo consiguen terminan con frecuencia en las salas de urgencias de los hospitales. Pero en los países de bajos y medianos ingresos, si no hay complicaciones (de salud), los pacientes son dados de alta después de ser tratados de sus heridas, sin ser derivados a los servicios de salud mental», explicó una de las autoras, Alexandra Fleischmann.
«Sin embargo -agregó- si proporcionamos al paciente información y le hacemos un seguimiento con simples llamadas telefónicas, se pueden evitar nuevos intentos y se pueden salvar vidas».
Los pacientes que participaron de forma voluntaria en el estudio, reclutados en los servicios de urgencias de los hospitales colaboradores, fueron sometidos de forma aleatoria a dos tipos de tratamiento: o bien el habitual (tratar las heridas físicas) o bien el habitual más una intervención psicológica consistente en una sesión breve de información y una serie de contactos de seguimiento.
En el grupo sometido al tratamiento más completo (con el seguimiento de ayuda), la tasa de defunciones por suicidio fue significativamente menor (0,2 por ciento) que en el grupo tratado de forma habitual (2,2 por ciento).
Fuente: EFE
¿Nacemos con el juicio moral preinstalado en nuestros cerebros o éste se crea a través de la educación? ¿Distinguen los niños entre el bien y el mal? Sabemos que el cerebro humano madura lentamente y solamente alcanza su plena madurez cuando se termina la adolescencia, ¿influye esto en juicio moral? Estas preguntas son, sin duda, muy interesantes de tratar de contestar. Ahora empezamos a vislumbrar algunas de sus respuestas.
Según unos investigadores de la Universidad de Chicago los niños de entre siete y doce años de edad parecen naturalmente inclinados a sentir empatía hacia el dolor de los demás. Este resultado está basado en imágenes de resonancia magnética funcional y es similar al que se puede obtener en adultos. Entonces, y según estos datos, los niños, al igual que los adultos, muestran una respuesta al dolor en las mismas regiones cerebrales.
Los investigadores descubren además aspectos adicionales en la actividad cerebral, que se manifiestan cuando los sujetos ven a otra persona siendo lastimada por un tercero de manera intencionada y que estaría relacionado con el juicio moral.
Según Jean Decety este estudio examina tanto la respuesta neuronal al dolor de los demás como el impacto al ver a alguien causar dolor sobre otro.
Un artículo titulado ¿Who Caused the Pain? An fMRI Investigation of Empathy and Intentionality in Children? y publicado en Neuropsychologia describe estos resultados y el método experimental empleado.
Según estos investigadores la empatía estaría preprogramada en el cerebro de niños normales y no sería enteramente un producto de la educación de los padres o del entorno social. Según Decety la comprensión del papel del cerebro en respuesta al dolor puede ayudar a los investigadores a entender cómo ciertas discapacidades cerebrales influyen en el comportamiento antisocial, como en el caso del acoso escolar.
El equipo de investigadores mostró a 17 niños (en el grupo había ocho niños y nueve niñas) de entre 7 y 12 años de edad fotos y animaciones de gente sufriendo dolor. Dolor que recibían accidentalmente o era infligido a propósito. La actividad cerebral de los sujetos era estudiada mientras tanto con un sistema de resonancia magnética funcional.
Las imágenes procedentes de este sistema mostraron que las partes del cerebro que se activaban en estos sujetos eran las mismas que se activaban en adultos bajo esas mismas condiciones.
La percepción del dolor de los demás estaba asociada con una aumento de la actividad hemodinámica (riego sanguíneo) en los circuitos neuronales relacionados con el procesamiento del dolor de primera mano. Sin embargo, cuando los niños veían imágenes de alguien causando dolor intencionadamente, las regiones cerebrales que se activaban estaban relacionadas con la interacción social y el razonamiento moral.
El estudio proporciona pistas sobre la percepción que tienen los niños sobre lo que están bien y lo que está mal, y sobre su procesamiento cerebral. Según Decety, aunque el estudio no se nutre del juicio moral explícito, la percepción de una intencionalidad individual de dañar a otro hace al observador consciente del mal moral.
Las entrevistas posteriores que se hicieron a los niños muestran que éstos eran conscientes del mal comportamiento moral cuando alguien era lastimado intencionadamente en las animaciones visionadas. Trece de ellos dijeron que esas situaciones eran injustas y preguntaron por las razones que pudieran explicar el comportamiento observado.
Fuentes y referencias:
Nota de prensa Universidad de Chicago .
Fuente: Neofronteras
El Congreso Nacional de Psicología Jurídica y Forense reúne desde ayer a 400 especialistas en el campus de La Merced. Allí debatirán hasta mañana sobre violencia de género, familia y acoso laboral, entre otros aspectos. Juan Romero, psicólogo de la cárcel de Pamplona, aporta su experiencia sobre la complicada rehabilitación de violadores y maltratadores.
– Ha presentado en este congreso un nuevo programa de tratamiento para maltratadores y violadores.
– Estamos intentando nuevos tratamientos, con éxito, con maltratadores domésticos y también con violadores, con delincuentes sexuales. Son dos colectivos que hasta hace poco no sabíamos como entrar a resolver. Ahora estamos haciendo programas de un año o dos y los resultados son muy positivos. Al ser tratados, las posibilidades de que vuelvan a delinquir descienden al 5%.
– Es un dato sorprendente. La percepción social es otra muy distinta. En la calle predomina la idea de que un violador o un pederasta nunca abandona su conducta.
– Las cifras son muy concretas. En el caso de los delincuentes sexuales, el hecho de que pasen por la cárcel permite que el 80% no reincida. El miedo a volver a prisión es suficiente en estos casos. Queda un 20%, pero si pasan por tratamiento reducimos a un 5%. Es decir, la terapia eleva el éxito hasta el 95%. El problema es que siempre se conocen en los medios de comunicación los fracasos, no los éxitos. Pero es verdad que hay un 5% que por su nivel de psicopatía, de gravedad, posiblemente reincida. Pero al menos estos programas nos permiten detectarlos.
– ¿Qué se puede hacer con ese 5% una vez finalizada la condena? Porque imagino que usted está en contra de la cadena perpetua.
– Las cadenas perpetuas no sirven. Es verdad que si hay casos ante los que la sociedad se muestra especialmente indignada y reclama la cadena perpetua o incluso la pena de muerte es precisamente ante este tipo de delitos sexuales. Pero la ley está ahí. Cuando la condena termina, la persona tiene que salir a la calle. Sólo nos queda la esperanza de que ese tiempo pasado en prisión le impida volver a recaer. Pero en ese porcentaje del 5% del que hemos hablado es difícil. La sociedad debería replantearse otras soluciones que están en la mente de todos: los ficheros, la supervisión o vigilancia externa… Pero son cosas que no están legalmente previstas.
– ¿La castración química que propuso Sarkozy tiene sentido?
– La castración química actúa sobre la genitalidad. En principio, no es eficaz porque ellos cuando violan no suelen hacerlo sólo por deseo sexual, también por una cuestión de sumisión. Por eso, muchas veces aunque sean impotentes pueden delinquir con tocamientos u otro tipo de actividad sexual. De todas formas, ahora hay varias líneas de investigación, y merece la pena estudiar qué reacción provoca esa castración química.
– ¿En qué se basa el éxito del tratamiento que aplican a maltratadores y delincuentes sexuales?
– Más allá de que sea pederasta o quienes sean sus víctimas, el problema de un delincuente sexual es que no controla su impulso. Nosotros no tratamos tanto el hecho de que sea pederasta; no podemos saber por qué le gusta un niño de 7 años. No es fácil evitar eso. Pero sí podemos hacerle ver que puede controlar ese impulso agresivo, aunque cognitivamente él siga teniendo sus problemas. En esa parte es donde somos más eficaces. La sociedad tiende a identificarse con la víctima y piensa: que se pudra el que le ha hecho eso. Pero en la cárcel no se pudre nadie y hay que trabajar para que no reincidan. Dedicamos mucho tiempo dentro del programa a hablar de la víctima. Les planteamos: ¿te gustaría que a tu madre o a tus hijos les pasase algo así? Aprenden al menos a valorar que el daño que han generado es muy grave, a veces irreversible.
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