Los expertos en seguridad informática han introducido un nuevo término en su diccionario de amenazas para los internautas: el malvertising. Se trata de banners maliciosos; es decir, de anuncios que cuando se pincha en ellos llevan a páginas que no son lo que parecen y, por tanto, engañan al usuario.
Se parecen, por tanto, mucho al phishing, consistente en enviar mails haciéndose pasar por un banco con el fin de que el cliente pinche y vaya a una web en la que introduce sus contraseñas, sin percatarse de que se las está facilitando a unos piratas. En el caso del malvertising, el internauta incauto entra en una página que almacena virus que se instalan en su ordenador para robarle información o controlarlo.
Al parecer, las webs preferidas de estos piratas son las redes sociales y las de compartición de música y vídeos, en la medida en que permiten personalizar el mensaje que ve el usuario en el anuncio. Entre otras páginas en las que ya se han detectado estos banners destacan Rhapsody, Expedia, MySpace o incluso el propio Windows Live Messenger. En España, hasta hace apenas tres años muchas webs tenían banners de empresas que se dedicaban al negocio de los dialers, unos programas que al descargarse realizaban una conexión a través de un teléfono de alto coste.
Fuente: Euskadi Innova
Bajo el título «El libro rojo del cibercrimen. Los nuevos ladrones llevan guante virtual», la obra, de Francesc Canals, permite comprobar cómo prácticas milenarias de los humanos, como el robo, la prostitución, la estafa, la venganza o los falsos rumores, se han readaptado y han logrado consolidar su espacio en la red, donde además se goza del privilegio del anonimato.
En la presentación del libro, Canals (Barcelona, 1971) ha explicado que su objetivo es que el libro, del que únicamente ha editado 999 ejemplares, sirva para promover la «cultura de la defensa» ante el cibercrimen.
Del repaso por la «fauna internáutica» que aparece en el libro se pueden extraer dos grupos distintos: los que cometen una actividad delictiva grave, como los «ciberterroristas», los «atracadores de bancos en línea» o los adictos a pornografía infantil en Internet; y los que llevan a la red sus miedos y obsesiones, como los «cibercondríacos» o los que venden invitaciones para su entierro.
Como no podía ser de otra manera, gran parte de las entradas del libro guardan relación con el sexo. De hecho, una de las primeras entradas de esta obra es la que se refiere a los masivos correos que se reciben con promesas de «alargamiento de pene».
Según el autor, algunos usuarios que han seguido estos métodos «han sufrido importantes lesiones, moratones, hematomas e incluso gangrenas con agresivos métodos de succión al vacío».
Respecto a la automedicación en Internet, en el libro se recoge también la práctica cada vez más habitual de los hipocondríacos de Internet o «cibercondríacos», que son usuarios que utilizan la red de manera «compulsiva y temerosa» para consultar cualquier pequeño síntoma que sufren en su vida diaria.
Por ello, la red también está plagada de «cibercuranderos», que prometen curar cualquier tipo de enfermedad a través de «terapias alternativas, poderes magnéticos o soluciones extrahumanas».
No escapan de Internet la difusión de falsos rumores, tanto para sacar beneficios personal, como el internauta que puso a la venta un falso pelo de Ramsés II por 2.500 euros y puso en jaque las relaciones diplomáticas entre Francia y Egipto, o las venganzas sentimentales en la red, especialmente por parte de mujeres despechadas u hombres abandonados.
Precisamente, las relaciones sentimentales también han generado todo tipo de perfiles en la red, desde quien busca pareja, quien se ofrece como pareja para estafar al otro -como las «vampiresas electrónicas» o los «Don Juan electrónicos»- o quien practica el «ciberadulterio».
También hay quien busca coartada en la red para sus infidelidades, quien se sirve de Internet para pillar a su mentirosa pareja mediante el «espionaje conyugal vía Internet» o quien está incluido en bancos de datos que circulan por el ciberespacio sobre los infieles.
Y como todo en la vida acaba con la muerte, también en Internet hay quien puede disponer de «cementerios en línea», para escribir un correo electrónico para que el destinatario lo reciba una vez se haya producido el deceso, o quien logra una fortuna vendiendo entradas para su propio funeral.
Fuente: EFE