Hoy hace 150 años del nacimiento de Arthur Conan Doyle (1859-1930), más conocido, por mucho que le pesara, por ser el padre literario de Sherlock Holmes. Y es que las cuatro novelas y los 56 relatos cortos que escribió sobre la figura del investigador fueron los que realmente lo encumbraron como escritor, a pesar de su preferencia por otros géneros.
En diversos momentos Conan Doyle admitió sentirse un tanto ensombrecido por el personaje que él mismo había creado y que lo alejaba de temas que le resultaban más atractivos, como la novela histórica o las narraciones de ciencia ficción protagonizadas por el profesor Challenger. En cierta ocasión comentó: He tenido tanta sobredosis de él, que me sienta como el paté de foie gras. Sigue leyendo
La caligrafía del presidente del Gobierno sirve de excusa al prolífico César Vidal, en el último número de Época, para decir que José Luis Rodríguez Zapatero es un «acomplejado», un «torpe para relacionar ideas», un «autoritario», un «materialista descarnado», un «receloso -e incluso envidioso- de la gente de talla»… Cinco páginas de insultos y descalificaciones gratuitas a la que el director de la revista, Carlos Dávila, intenta otorgar una inmerecida credibilidad presentando a Vidal como «el segundo autor español que más vende» y su reportaje como «una interpretación grafológica de la personalidad del presidente».
El estudio grafológico de Vidal revela, en realidad, la ignorancia supina de quien lo ha hecho y de quien lo ha publicado. Que un autor venda muchos libros no implica que lo que escriba y diga sea cierto, como muy bien saben los lectores de los traficantes de misterios paranormales. El escritor y locutor de la cadena radiofónica de los obispos es un creacionista declarado, un individuo convencido de que el Diluvio Universal, el Éxodo y otros episodios ficticios del Antiguo Testamento son hechos históricos. Su saber grafológico tiene el mismo fundamento real que la historia bíblica de Adán y Eva, porque la interpretación de la personalidad por la caligrafía es una patraña equiparable a la astrología. Y que Vidal sea «un experto grafólogo» -desconocía esta faceta- es lo mismo que decir que es un experto lector de las arrugas del culo o de los posos del café.
Los grafólogos aseguran que pueden deducir la personalidad de alguien a partir de los rasgos de su escritura, pero lo cierto es que no lo hacen. Los estudios controlados han demostrado que, si no cuentan con más información que la letra impresa, los grafólogos no aciertan sobre el autor de un texto más que los legos. Es decir, lo obvio. La grafología es una pseudociencia que, lamentablemente, se utiliza en ocasiones para la selección personal y que suele salir en los periódicos en épocas electorales a través de la comparación de los rasgos de las firmas de los contendientes, como sucedió en mayo de 2008 durante la carrera hacia la Casa Blanca.
El análisis de la letra del presidente que publica Época resulta insultante para cualquiera con dos dedos de frente porque el fundamento es una superchería equiparable a la lectura de las líneas de la mano. Tiene, además, el análisis de Vidal momentos dignos de incluirse en una antología del disparate. Mi preferido es cuando dice respecto al «notable autoritarismo que se refleja, por ejemplo, en algunas de las tes» del jefe del Ejecutivo: «Se suele denominar a esta te específica la «te del brazo en alto», porque de manera muy peculiar recuerda el saludo fascista y, a la vez, es un signo de autoritarismo». ¡Ahí queda eso!
Considera el grafólogo al sujeto de su infundio -lo sería también si el blanco hubiera sido Mariano Rajoy, Juan José Ibarretxe, Cayo Lara om cualquier otro político- un tonto irrecuperable, un incapaz. A juicio de Vidal, «la enorme dificultad que sufre el autor del texto (Rodríguez Zapatero) para ligar unas letras con otras» lleva a pensar que para él «supone un enorme esfuerzo -esfuerzo que no garantiza el éxito- ver la relación que pueda existir entre dos ideas distintas, por muy cercanas y próximas que le parezcan a la mayoría de las personas». Y concluye el multititulado firmante de libros de éxito: «Sin grandes dotes intelectuales, aunque tampoco pueda decirse que sea un estúpido, el sujeto analizado no parece que pueda aspirar a compensar esa carencia con la constancia del trabajo -a decir verdad, es muy irregular en el cumplimiento de sus tareas- ni tampoco con asesores de valía que le dispensen su ayuda».
Que una tontería así sea el tema de portada de una revista de información política da que pensar, ¿no?
Fuente: Magonia
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