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Archivo diario: 2009/07/11

Pandilleros llevan el gen guerrero

Las diferencias entre chicos y chicas van más allá de lo visiblemente anatómico. La era de la genética revela distinciones que comienzan en nuestros genes, en esas cromosomas que permiten reconocer el sexo gracias a dos “X” que representa una mujer, o una “X” con su “Y” que define a un hombre. Dentro de estos cromosomas, los genes de los géneros han evolucionado con variadas distinciones. La medicina moderna ha cambiado su forma de diagnosticar de acuerdo con el sexo de la persona precisamente porque somos distintos desde el principio.

Los que siguen las noticias científicas habrán notado el sinnúmero de estudios donde genes que describen enfermedades o conductas (como hace poco publicamos el gen del “Happy Hour”) han sido señalados por genetistas. Estas noticias por sí solas, como todo en la ciencia, no dicen mucho, pero el cúmulo de investigaciones y los vínculos formados en experimentos posteriores, están formando una imagen mucho más completa de los genes detrás de lo que somos.

En esta ocasión, un nuevo estudio ha conseguido enlazar un gen descubierto, al que llaman el “gen del guerrero”, con la conducta de muchos hombres de unirse a pandilla y usar armas letales. Este gen, conocido científicamente como Monoamino Oxidasa A (MAOA), se encuentra tanto en los hombres como en las mujeres, pero el grado es distinto y la forma en que las personas reaccionan a tenerlo también difiere. Lo interesante es que el gen se encuentra, en los varones, en el cromosoma X, es decir, que sólo tienen una copia de la unidad genética, sin embargo, las mujeres, que tienen dos copias una en cada X, no desarrollan las conductas violentas que evolucionan en los hombres.

“Los hombres con este gen no sólo tienen más probabilidades de unirse a pandillas y usar armas sino que también se encuentran entre los miembros más violentos en estos grupos de intimidación social”, explica el profesor Kevin M. Beaver, en el colegio de criminología de la Universidad del Estado de Florida. “Estos resultados sólo aplican a los varones, al parecer, poseer dos copias del gen protegen a las hembras de las ramificaciones violentas de poseerlo”.

El efecto en el cerebro

Los investigadores explican que este gen tiene un efecto directo en importantes neurotransmisores cerebrales. “La actividad de este unidad genética se encarga de regular el flujo de dopamina y serotonina, estas sustancias han sido relacionadas con el cambio de humor y variantes relacionadas con la violencia heredada”, explicó Beaver. De hecho, estudios previos han detectado la presencia del gen guerrero en culturad caracterizadas por la prevalencia de la guerra y la agresión. Los científicos explican que si el hombre tiene un alelo o variación del gen MAOA que está ligado a la violencia, no poseen otra copia para contrarrestar sus efectos, algo que protege a la mujer, ya que las féminas suelen portar, como explicamos anteriormente, dos copias del violento gen.

Miles de genomas estudiados

Por lo general, la actividad de violencia entre pandilleros, como el fenómeno Mara en El Salvador, ha sido catalogada como un problema social. Sin embargo, los científicos aseguran que la biología tiene mucho que ver con este proceso de agresión por el que pasan mucho adolescentes. Los investigadores de tres universidades estadounidenses, incluyendo Iowa y Saint Louis, estudiaron los resultados de 2,500 voluntarios en el Estudio Nacional Longitudinal sobre la Salud Adolescente. “Es importante conocer los componentes biológicos que delinean nuestro comportamiento para lograr contrarrestar sus efectos en la sociedad completa. La genética, la neurología y la biología de la evolución se han convertido en nuestros tiempos en la mejor forma de comprender las conductas humanas y los cambios en las sociedades”, explicó vía e-mail para El Caribe la neuróloga Amy Armentrout, de la Universidad de Pittburgh.

Autora: Glenys Álvarez

Fuente: SinDioses

Se permite la reproducción de este ensayo para fines educacionales y/o científicos siempre y cuando se mencione claramente nuestro el web (SinDioses), así como el nombre del(a) autor(a) del mismo. Se prohibe su reproducción con fines comerciales.

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Garrote vil para la envenenadora

En la década de los años cuarenta del pasado siglo, recién terminada la Guerra Civil, 500.000 muchachas fueron enviadas por sus familias del campo a la ciudad. Son datos publicados en 1959 por el Consejo Superior de Mujeres de Acción Católica, datos que van a misa.

Medio millón de mujeres, entre los 15 y los 30 años, que no tenían ningún tipo de estudios ni de preparación; en aquellos años, la gran mayoría de mujeres carecía de profesión y no había espacio para ellas en el mercado de trabajo. Medio millón de chicas arrojadas por sus menesterosas familias a la capital con la idea de que ahorraran un dinero para hacerse el ajuar y, en unos años, casarse con algún chico que conocieran en la ciudad.

Una de aquellas muchachas se llamaba Pilar Prades, y cuando a los 12 años abandonó su pueblo de Begis (Castellón) para trasladarse a Valencia poco podía imaginar que su nombre iba a figurar en los anales de la historia de España por la desgraciada condición de ser la última mujer ejecutada en el garrote vil.

Pilar llegó a Valencia siendo analfabeta y dejando atrás una niñez sin muñecas y una desgraciada infancia en la que acarrear cubos de agua y sacos de estiércol eran sus entretenimientos más habituales.

Poco agraciada, introvertida y de gesto adusto, duraba poco en las casas en las que entraba a servir. Su mirada era lo que peor efecto causaba en sus patronos, una mirada seca, dura, que traspasaba. Llegó a cambiar de señora hasta en tres ocasiones el mismo año.

Y así se fue haciendo mujer, sintiendo el rechazo que su persona provocaba, sin recibir jamás un mimo o una palabra cariñosa. Pero, como mandaba la tradición, también comenzó a preparar su ajuar, a bordar sábanas de hilo, toallas, manteles y servilletas aunque no llegaría a tener ocasión de experimentar cómo era el sexo masculino. Pasaba las tardes de los jueves y los domingos sentada en las sillas de El Farol, una sala de baile que frecuentaba con más pena que gloria, sin que nadie la sacara nunca a bailar.

En 1954, cumplidos ya los 26 años, entró a servir en la casa de un matrimonio, Enrique y Adela, que tenían una tocinería en la calle de Sagunto. La actividad y el movimiento de la tienda le gustaban a Pilar, y admiraba el porte y las maneras de su señora, una hermosa y corpulenta mujer que lucía unos delantales almidonados con encajes que tenían prendada a la sirvienta. Para ella, el momento más feliz era cuando le pedían que ayudara a despachar porque la tienda estaba llena.

Doña Adela cayó enferma en una fecha señalada, San José, y a partir de aquel día Pilar tuvo que ocuparse de ayudar a Enrique en el mostrador sin abandonar por ello las tareas de la casa. Es decir, hacía todo el trabajo de la señora sin ser la señora. Y también se ocupaba de cuidarla, le preparaba caldos y tisanas que le hacía beber mientras la llenaba de mimos y la divertía contándole un resumen de lo que había pasado en la tienda.

Vómitos, pérdida de peso, debilidad muscular… El estado de doña Adela era cada día más preocupante, y el médico de cabecera no lograba adivinar la causa de las dolencias. Y un día falleció y el desconsolado esposo se puso un traje negro y la llevó a enterrar al cementerio.

Información completa en: [Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE]

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