En algunas películas aparecen personajes con doble personalidad o incluso con muchas personalidades que tenemos la sensación de que el síndrome de personalidad múltiple debe de ser algo bastante común. Incluso se ha usado en juicios para absolver al acusado, al estilo de Las dos caras de la verdad.
Según científicos escépticos que han revisado muchos de los casos de personalidad múltiple, al parecer las cosas no son tal y como aparecen en las películas.
Las personalidades múltiples parecen no existir, aunque es una creencia muy difundida. Todos los casos que han sido verificados han resultado ser sugestiones iatrógenas (inducidas por el propio terapeuta).
Lo que sucede es que suele confundirse la personalidad múltiple con muchos casos de esquizofrenia. Los esquizofrénicos no tienen la personalidad divida, sino confusión mental, alucinaciones, ideas delirantes, etc. Es decir, se trata de un caso de falso diagnóstico.
En el año 1973 no se puso de moda el caso del síndrome de personalidad gracias al caso de Sybil, en EE.UU. Una mujer de la que el terapeuta supuestamente sacó 16 personalidades.
A partir de entonces, aparecieron muchos más casos. Hasta mediado de los años 1990, la bibliografía clínica reseñaba unos 300 ejemplos de personalidad múltiple.
Sin embargo, el caso de Sybil fue un engaño astutamente urdido por una terapeuta y una escritora, como se demostró años más tarde.
Ampliar información en: Genciencia
Bajo licencia Creative Commons
____________________
Enlaces de interés:
«Me han dejado en casa solita». «Nenas buenas, jovencísimas». «Haré todo lo que me pidas». «Latinas guarras».»Orientales sumisas». Son anuncios de prostitución publicados estos días en los principales periódicos de tirada nacional (Público y 20Minutos.es no los admiten). Sus textos deberían ser, como mínimo, objeto de investigación, ya que «ofrecen un imaginario delictual», concluye la abogada María José Varela. El propio presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, aprovechó el último debate sobre el estado de la nación para anunciar que su Ejecutivo busca fórmulas para acabar con la «publicidad de la prostitución» porque mientras sigan existiendo «se estará contribuyendo a la normalización de esta actividad».
Pederastia, esclavitud y xenofobia son algunas de las prácticas que insinúan este tipo de anuncios, según los expertos consultados por este diario. A menudo, se ilustran con rostros aniñados. «Y, a pesar de todo, la fiscalía no actúa para averiguar quién está tras ellos y qué implican. Es indignante», denuncia la también abogada Lidia Falcón. «Si se sugiriese la explotación laboral de jovencísimos, habría una inspección seguro. Pero con la explotación sexual de mujeres se permite. Existe tolerancia social y mucho dinero en juego», destaca Falcón. Según esta letrada, sólo así se entiende que se vayan describiendo actividades que implican «servidumbre, esclavitud y maltrato» sin sufrir consecuencias penales.
Los anuncios de prostitución tras los cuales se hallan importantes redes mafiosas, como la que hasta finales del mes pasado explotaba a 350 mujeres en Madrid ofrecen el sometimiento por sistema. En ocasiones, de manera explícita: «Anoche fui esclava de dos hombres». La lingüista Pilar Careaga usa este ejemplo para denunciar lo que considera evidente: no hay pacto real entre las partes, sino que el cuerpo de la mujer prostituida se convierte en un objeto para el mero disfrute del cliente.
Información completa en: Público.es
Bajo licencia Creative Commons
____________________________
Enlaces relacionados:
– La web de Maco048. Noticias criminología: Prostitución
– Asignatura Victimologia. Licenciatura en Criminología. Universidad de Murcia
“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”. Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa.
Corría la noche del 4 de agosto de 1939. Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil. Madrid, destruida y vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el general Franco, un régimen que iba a durar cuatro décadas.
El día a día de la capital estaba marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación, los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las empresas; por las redadas, los espías infiltrados en todas partes, las detenciones y las ejecuciones sumarias. En junio habían comenzado, incluso, los fusilamientos de mujeres.
Sería aquélla la última carta de Julia Conesa. Y ella lo sabía. Porque, junto a otras catorce presas de la madrileña cárcel de Ventas, había sido juzgada el día anterior en el tribunal de las Salesas. “Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”, dice la sentencia. A Julia la acusaban hasta de haber sido “cobradora de tranvías durante la dominación marxista”.
Y apenas 24 horas más tarde, 13 de aquellas mujeres y 43 hombres fueron ejecutados ante las tapias del cementerio del Este. El momento lo recuerdan así algunas compañeras de presidio: “Yo estaba asomada a la ventana de la celda y las vi salir. Pasaban repartidores de leche con sus carros y la Guardía Civil los apartaba. Las presas iban de dos en dos y tres guardias escoltaban a cada pareja, parecían tranquilas”, recuerda María del Pilar Parra.
“Algunas permanecimos arrodilladas desde que se las llevaron, durante un tiempo que me parecieron horas, sin que nadie dijera nada. Hasta que María Teresa Igual, la funcionaria que las acompañó, se presentó para decirnos que habían muerto muy serenas y que una de ellas, Anita, no había fallecido con la primera descarga y gritó a sus verdugos: ‘¿es que a mí no me matan?”, cuenta Mari Carmen Cuesta.
Quince de los ajusticiados ese 5 de agosto de 1939 eran menores de edad, entonces establecida en los 21 años. Por su juventud, a estas mujeres se las comenzó a llamar “las trece rosas”, y su historia se convirtió pronto en una de las más conmovedoras de aquel tiempo de odio fratricida y fascismo.