A nadie se le escapa que de noche la gente bebe alcohol de forma abundante, y a veces se producen peleas. ¿Pero hasta qué punto esto es así? En Reino Unido por ejemplo, uno de cada cinco incidentes violentos ocurre en bares o discotecas. Si este incidente se produce entre personas desconocidas, es uno de cada tres. La concentración de bares o locales del mismo tipo en una misma localización se relaciona con más violencia. Lo que viene siendo las típicas zonas de fiesta vamos. El alcohol tiene mucho que ver en esto. Hay una relación entre su consumo y la violencia.
Para que nos hagamos una idea, en nuestro país casi uno de cada cuatro jóvenes se ha peleado y al menos uno de cada 10 ha sido víctima de agresiones en los últimos 12 meses. Uno de cada 20 dice llevar consigo algún arma cuando sale de fiesta.
Este hecho se manifiesta tres veces más en varones que en mujeres, si hablamos de peleas físicas. Los varones tienen también más problemas con la policía. Como variables predictoras de las peleas, están el hecho de ser varón, salir de marcha con frecuencia, emborracharse cuando se sale y ser consumidor de cocaína. Sobre todo son jóvenes entre 14 y 18 años que se emborrachan y mantienen frecuentes discusiones. Las personas que se meten en peleas o broncas de forma habitual tienen lógicamente más posibilidades de haber sido amenazadas o heridas con un arma.
Así que ya sabéis, si vais de fiesta corréis el riesgo de que os peguen una buena paliza, sobre todo si sois hombres, bebéis, y respondéis a las provocaciones. Los riesgos se valoran en función de su probabilidad y su gravedad. Teniendo en cuenta lo probable que se vuelve la posibilidad de un incidente violento en las zonas de fiesta por la noche, y lo grave que pueden llegar a ser sus consecuencias, la medida preventiva más eficaz sería no salir de fiesta. Pero como eso no creo que haya mucha gente que esté dispuesta a hacerlo, lo más prudente es si se sale, al menos tener la cabeza lo suficiente despejada como para pensar con claridad, y desde luego no entrar en provocaciones de terceros.
Referencias:
Fuente: Psicoteca
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A todos nos gustaría poseer la habilidad de distinguir sin ninguna duda cuándo una persona miente o dice la verdad. Este deseo es casi un imperativo en el contexto judicial, en el que testigos interesados, sospechosos o incluso víctimas pueden intentar mentir. Sin embargo, la investigación sugiere que distinguir cuándo una persona miente o dice la verdad es mucho más difícil de lo que parece.
Una de las líneas de investigación que intentan aportar algo de luz en este tema es el estudio de la comunicación no verbal. ¿Hay alguna conducta que inequívocamente permita determinar si una respuesta es verdad o mentira? Parece que no existe tal conducta, aunque una investigación reciente desarrollada por el grupo de Alder Vrij (Leal y Vrij, 2010; Vrij, Mann, Leal y Fisher, 2010) sugiere que el esfuerzo cognitivo necesario para mentir puede provocar algunas conductas que podrían, por tanto, ayudar a distinguir al mentiroso.
La hipótesis de la que parten los autores es que mentir es una tarea con una gran carga cognitiva, es decir, que requiere esfuerzo y concentración. Entre otras cosas, un mentiroso debe controlar su comportamiento para parecer sincero, y debe comprobar regularmente si la otra persona muestra signos de incredulidad para modificar ese comportamiento en caso necesario. Igualmente, el mentiroso debe evitar mencionar la verdad, además de ofrecer una mentira consistente con otras previas y congruente con lo que la otra persona pueda conocer. Todo ello puede hacer que la carga cognitiva sea mayor en los mentirosos que en los que dicen la verdad.
Leal y Vrij (2010) pusieron a prueba esta hipótesis utilizando la cantidad de parpadeos como medida de carga cognitiva, ya que un menor número de parpadeos indica que la carga cognitiva es alta (Goldstein, Bauer y Stern, 1992). Los investigadores pidieron a los participantes que “robaran” un examen del despacho de un profesor (grupo culpable del robo) o que hicieran otra tarea (grupo inocente). Después, los participantes respondieron a algunas preguntas sobre el robo, cada una con siete alternativas (una correcta y seis incorrectas). La respuesta a todas la preguntas era decir que no. Por ejemplo, una pregunta fue: “¿En qué piso se cometió el robo?”. Los participantes escucharon la primera alternativa “en la planta baja” y debían decir “no”, escuchaban “en el quinto piso” y debían decir “no”, hasta completar las siete alternativas. Si el robo se cometió, por ejemplo, en el tercer piso, el participante del grupo culpable debía mentir al responder que el robo no se cometió en ese piso. Los resultados mostraron que los culpables parpadearon menos cuando mentían ante la alternativa correcta que cuando decían la verdad ante las incorrectas. En cambio, en el grupo de inocentes el número de parpadeos no cambió significativamente durante las diferentes respuestas. Es decir, los mentirosos sufren una mayor carga cognitiva mientras mienten y esa carga puede tener consecuencias observables.
En un segundo trabajo, Vrij y cols. (2010, Exp. 1) examinaron varias conductas que podrían indicar estados de alta carga cognitiva y, por tanto, podrían ayudar a señalar a los mentirosos. Entre ellas se incluyeron conductas como movimientos de manos, piernas y cantidad de parpadeos, pero también claves vocales como el número de errores lingüísticos, pausas o vacilaciones, y claves lingüísticas como la cantidad de detalles visuales o espaciales. El experimento fue parecido al de Leal y Vrij (2010), aunque en este caso se pidió que se “robaran” 10 libras y el interrogatorio era llevado a cabo por un oficial de policía. Para aumentar aún más la carga cognitiva de los participantes, se pidió a un grupo que miraran a los ojos del policía durante todo el interrogatorio. Desviar la mirada puede ayudar a concentrarse en una tarea difícil (Doherty-Sneddon y Phelps, 2005), porque nos permite alejarnos de una estimulación rica (personas) y centrarnos en elementos con estimulación pobre (p.ej., el suelo o el techo). Los resultados de este experimento mostraron un cierto apoyo a la hipótesis de que mentir aumenta la carga cognitiva, especialmente cuando se pidió que mantuvieran la mirada del policía.
Los interrogatorios del experimento anterior fueron grabados. Vrij y col. (2010, Exp. 2) presentaron esos vídeos a un grupo de participantes y les pidieron que valoraran si el interrogado decía la verdad o mentía. Los participantes que vieron al grupo que mantuvo la mirada pudieron distinguir al honesto del mentiroso más allá del azar, pero los que vieron al otro grupo no pudieron distinguirlos. Por tanto, los resultados indican que una alta carga cognitiva hace que los mentirosos sean menos capaces de controlar las señales no verbales que los hacen proclives a ser descubiertos.
En resumen, estas investigaciones sugieren que el esfuerzo de crear y mantener una mentira hace que la carga cognitiva del mentiroso sea alta, y que esta alta carga cognitiva puede ser detectable. Esta nueva línea de investigación para distinguir personas honestas de mentirosas toma elementos de otras más clásicas (como el análisis de contenido o la comunicación no verbal), pero también añade una hipótesis explicativa que en el futuro podría ayudar a detectar las mentiras de un modo fiable.
Referencias
Doherty-Sneddon, G. y Phelps, F.G. (2005). Gaze aversion: A response to cognitive or social difficulty? Memory & Cognition, 33, 727-733.
Goldstein, R., Bauer, L.O. y Stern, J.A. (1992). Effect of task difficulty and interstimulus interval on blink parameters. International Journal of Psychophysiology, 13, 111-118.
Leal, S. y Vrij, A. (2010). The occurrence of eye blinks during a guilty knowledge test. Psychology, Crime & Law, 16, 349-357.
Vrij, A., Mann, S., Leal, S. y Fisher, R. (2010). ‘Look into my eyes’: Can an instruction to maintain eye contact facilitate lie detection? Psychology, Crime & Law, 16, 327-348.
Fuente: Ciencia Cognitiva
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