“Castigo costoso” es el término empleado para describir un fenómeno interesante en el que las personas castigarán a los malhechores incluso si supone un costo para ellas. Por ejemplo, podemos imaginar una situación donde un vigilante intenta dar una paliza a un criminal peligroso. Es una reacción comprensible si piensas volver a tratar con el mismo individuo.
Sin embargo, estudios de laboratorio muestran que las personas castigarán la mala conducta incluso si todas las transacciones son anónimas y de “un solo tiro”. Generalmente se considera que esto es bueno, porque la sociedad se beneficia (incluso si no lo hace el individuo). El misterio es por qué debe persistir esta clase de conducta.
Cuando se prueba en el laboratorio, la situación típica discurre más o menos así. La persona A recibe un dinero, que puede compartir con la persona B de forma justa o injusta (quedándose con la mayor parte). Entonces la persona B escoge la opción de gastar algo de su dinero para “castigar” a la persona A (quitándole una parte o todo su dinero).
Ryan McKay, en la universidad de Londres, junto con sus colegas de la universidad de Zurich, decidieron ver cómo afecta la religión a este tipo de castigo costoso.
Lo probaron con un grupo de 300 estudiantes suizos (30% protestantes, 28% católicos, 42% sin afiliación). Todos tomaron parte en la primera ronda (asignación del dinero) y en la segunda ronda (opción de castigar a la persona con la que jugaban). Pero, antes de la segunda ronda, fueron expuestos subliminalmente a 4 conjuntos de palabras:
En genereral las palabras no causaron ningún efecto en la cantidad de castigo. Los religiosos no estaban más dispuestos a castigar que los no religiosos, y los cebos religiosos no tuvieron ningún efecto ni en los religiosos ni en los no religiosos.
Sin embargo, las palabras religiosas sí afectaron a un grupo. Aquellas personas que habían donado dinero a una organización religiosa en el pasado año resultaron significativamente más inclinadas a castigar después de ser expuestas a las palabras religiosas.
Es un resultado interesante, porque estudios previos habían hallado que las palabras religiosas afectaban a todos (religiosos y no religiosos) y anteriores ingestigadores habían sugerido que las palabras religiosas funcionan de modo que la gente se siente observada por un observador sobrenatural (y por eso se comportan mejor).
Lo que piensa McKay, sin embargo, es que estas palabras están activando el condicionamiento social entre los religiosos “comprometidos”. Cuando las personas acuden a servicios religiosos, son impregnadas por los ideales del castigo costoso (es decir, sacrificio por el bien del grupo).
McKay hace incluso una afirmación más amplia: que esto es una evidencia de que las “religiones” se desarrollaron como una manera de incrementar la supervivencia de aquellas personas y grupos adheridos a ellas. La esencia de este argumento es que las religiones son construcciones culturales que emplean los errores inherentes a nuestro pensamiento (por ejemplo, ver cosas que no están ahí) para promover y reforzar las conductas beneficiosas.
Podría ser cierto. Pero en realidad este estudio no apoya esa afirmación.
El problema está en el supuesto de que castigo costoso es algo bueno (para el grupo, no para el individuo). Recientes investigaciones sugieren que esto no es realmente cierto. Parece que el castigo costoso es realmente una mala estrategia para los individuos, y también una mala estrategia para el grupo como un todo (la mejor estrategia para todos los implicados en realidad es poner la otra mejilla).
Desde esta perspectiva, el castigo costoso no promueve la cooperación (puesto que instaura ciclos de venganza). Resulta que el castigo anti-social (esto es, venganza contra personas que participan en el “castigo costoso”) parece ser el menor de todos en las sociedades occidentalizadas y seculares. El castigo anti-social es la cara negativa del castigo costoso, y es la razón por la que el castigo costoso de hecho no funciona demasiado bien.
¿Podría ser que la religión refuerce un comportmaiento que en realidad reduce la adaptación del grupo?
Publicado por Tom Rees en el blog Epiphenom: Religion promotes punishing wrongdoers – but is that a good thing?
Fuente: La revolución naturalista
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Enlaces sobre religiones:
El pleito imposible de perder… y que sin embargo se perdió. Sin embargo, la anécdota, aunque es divertida, tiene su trampa: en realidad lo que había en aquel caso eran dos pleitos, no uno solo.
Y, sin embargo, sí que ha habido al menos un pleito que era imposible de perder. O de ganar. O ambas cosas. O ninguna, según se mire.
El primero de los protagonistas del caso se llamaba (y se sigue llamando, hasta donde yo sé) Robert Lee Brock, aunque es más conocido como «Two Souls Walker», un apodo que hasta suena poético y todo, ¿verdad? La carrera judicial de Brock se inició hace ya unos cuantos años, a consecuencia de un involuntario cambio de domicilio: tras haber sido pescado por la policía cometiendo un robo pasó a residir en la prisión estatal de Virginia, en EE.UU.
Muchas personas, al entrar en la cárcel, deciden dar un cambio radical en su vida. Eso mismo hizo «Two Souls Walker»: dejó de ser el azote de las casas ajenas para convertirse en el azote de los tribunales, exigiendo que respetasen sus derechos más elementales. Tal y como relata esta resolución del Tribunal de Apelación, Brock
…presentó veintinueve apelaciones ante este Tribunal solo en 1995-96, haciendo de él uno de los más frecuentes litigantes, si no el que más, en esta demarcación judicial.
Brock tiene una larga historia de apelaciones frívolas, en lo que parece un esfuerzo para minar el sistema legal que le envió a prisión. A lo largo de su hisotira litigiosa, Brock se ha quejado acerca de todos los aspectos de su tratamiento legal y las condiciones de la prisión, incluyendo, entre otros, comida, vestuario, acceso y malas condiciones de la biblioteca jurídica de la prisión, reparto del correo, agua caliente, el incorrecto emplazamiento de un espejo para discapacitados, teléfonos, necesidades de la cantina, suministros de material artístico, estrés mental y el precio del café. Una de las apelaciones anteriores de Brock, interpuesta cuando solo tenía pendientes treinta reclamaciones en varios juzgados, exigía «un millón de dólares por crueldad mental y crueles e inusuales castigos» porque las enfermeras de la prisión dijeron que no cuando Brock les pidió que sus comidas contuvieran «carne extra» o «vitaminas en vez de vegetales». El Tribunal del distrito desestimó este caso por frívolo. Brock respondió interponiendo numerosas demandas adicionales, incluyendo una reclamación contra la víctima del delito por el que fue encarcelado…
El Tribunal sigue relatando que Brock interpuso en su día demandas por terribles violaciones de sus derechos constitucionales, como que
…había sido «alojado con negros» y que «estaba encarcelado a doscientas millas de su familia».
La cosa llegó hasta el extremo de que en otra de sus reclamaciones Brock solicitaba
…entre otras cosas la reconsideración de todas sus demandas previas y el pago de 72.000.000 de dólares como indemnización.
Sin embargo, todo esto cambió en 1995, cuando por lo visto Brock se dio cuenta de que la culpa de sus tribulaciones no era del sistema judicial, sino de su propia conducta. De modo que decidió demandar al otro protagonista de la historia, que es… sí, lo adivinaron: Robert Lee Brock, alias «Two Souls Walker».
Basaba su demanda en que la conducta del demandado (o sea, la suya) había llevado al demandante (a él) a una situación de alcoholismo y delincuencia a consecuencia de la cual el demandante (y demandado) había dado con sus huesos en la cárcel. Por lo cual solicitaba su propia condena al pago de una indemnización de cinco millones de dólares.
Pasta que el demandado, por supuesto, no podía pagar debido a que, al estar en prisión, carecía de ingresos. De modo que el demandante exigía que fuese el Estado de Virginia, como responsable último de esa falta de ingresos, quien se la pagase.
Ingenioso, ¿verdad? De hecho, demasiado ingenioso, como debieron pensar los Tribunales. Que, por supuesto, desestimaron la demanda y la correspondiente apelación.
Así que, en definitiva, el pobre Robert Lee Brock también perdió el pleito… incluso cuando se demandó a sí mismo.
P.S. para curiosos: dado el historial del pájaro, quizá se pregunten ustedes de qué iba el caso en el que el Tribunal de Apelaciones relataba su larga carrera de pleitos.
Pues se trataba simplemente de que Brock demandaba a las autoridades penitenciarias porque, según afirmaba, estaba
…»siendo bien envenenado o bien sometido a un experimento», ya que uno de los ingredientes listados en la etiqueta de la botella de sirope para las tortitas servidas en la prisión es glicol de propileno, que el demandante afirma que se emplea también en desodorantes y anticongelantes.
El Tribunal decidió… bueno, seguro que eso ya lo han adivinado, ¿verdad?
Fuente: EL FONDO DEL ASUNTO