Ningún particular, empresa, organismo o artículo comercial puede utilizar como símbolo una cruz roja sobre fondo blanco. Así lo recuerda el Tribunal Superior de Justicia de Madrid en una sentencia que desestima el recurso de Henkel Ibérica, dueña de la marca de lavavajillas Mistol, contra una resolución de la Oficina Española de Patentes y Marcas que denegó a esta compañía el uso de un sello idéntico en color y forma al que utiliza Cruz Roja como emblema. El fallo considera que tal uso puede confundir a los consumidores al hacerles creer que el producto está asociado o avalado por la institución humanitaria.
En el año 2006, Henkel lanzó al mercado un nuevo producto de su gama de lavavajillas Mistol cuyo etiquetado contenía una cruz roja sobre fondo blanco. En un primer momento la Oficina de Patentes concedió la inscripción de la marca, pero Cruz Roja impugnó la decisión y el caso acabó en el Tribunal Superior de Madrid. Para evitar polémicas mientras se resolvía el conflicto, en 2007 la compañía decidió invertir los colores del sello -pasó a ser una cruz blanca sobre fondo rojo-, y así es como sigue presentándose actualmente.
Fuente: ElPaís.com
Como ven, la oferta es fabulosa. Evidentemente, la razón de aceptar todo ello es que a cualquiera le gustaría no tener que pagar por sus libros, viajar a sitios lejanos y exóticos (o cercanos y sin exotismo, pero con avión, hotel y comidas gratis), o recibir todo tipo de chorradas a cambio de nada. Porque la industria farmacéutica es tonta y da todo eso a los prescriptores a cambio de nada, ¿verdad?
Sin embargo, como el tema nos gusta y hemos dedicado tiempo a darle vueltas, se nos han ocurrido nada menos que tres razones por las que se debería decir No Gracias a cualquier “regalito” de estos, ya sea un bolígrafo cutre o una estancia de cinco días en San Francisco con todo incluido. Si usted es de los que todavía aceptan, a lo mejor no ha llegado hasta aquí (es que las entradas nos quedan largas, qué le vamos a hacer) pero no nos vamos a quedar con las ganas de soltarlo.
1ª RAZÓN: LA ÉTICA
Según pasan los años todos vamos perdiendo volumen de materia gris, esta perdida de materia gris es una de las formas de medir el envejecimiento del cerebro. Para ver como afecta el consumo crónico de cocaína al envejecimiento del cerebro, un grupo de científicos en la Universidad de Cambridge, han comparado dos grupos de personas. Uno de los grupos formados por 40 personas han sido consumidores crónicos de cocaína, mientras que el otro grupo, de 60 personas, no tiene en su historial ningún episodio de consumo de sustancias aditivas. Ambos grupos de personas tenían edades similares y el mismo sexo. El trabajo ha sido publicado en Molecular Psychiatry bajo el título de Cocaine dependence: A fast-track for brain ageing?
En el grupo de los consumidores de cocaína se encontró que tienen una perdida de volumen de materia gris de 3,08 mililitros al año, en cambio en el otro grupo dicha perdida era de tan sólo 1,69 mililitros. Dicho de otro modo, los consumidores crónicos presentan una perdida de volumen de materia gris que es casi el doble de lo normal. La mayor parte del volumen perdido sucede en los cortex, prefrontal y temporal. Estas regiones son conocidas por su importancia a la hora de prestar atención, así como el papel que juegan en la memoria y en la toma de decisiones.
Según la Doctora Karen Ersche, del Behavioural and Clinical Neuroscience Institute de la Universidad de Cambridge, estos resultados arrojan nueva luz sobre por qué los déficits cognitivos que normalmente se observan en las personas mayores, también son observados en personas más jóvenes que han sido consumidores crónicos de cocaína.
Fuente: HOMÍNIDOS
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El National Research Council (NRC), la institución científica más respetada de Estados Unidos, a la que el Gobierno acude para que le ilumine el camino de las grandes decisiones, acaba de publicar un informe sobre la disuasión y la pena de muerte. Huyendo de argumentos morales a favor o en contra de la pena capital, este consejo de sabios ha repasado toda la literatura científica que tiene por tema la relación entre las condenas a muerte y la ratio de homicidios desde 1978 hasta hoy.
Dos años antes, el Tribunal Supremo de Estados Unidos anuló la moratoria impuesta cuatro años atrás a la aplicación de la pena de muerte en todo el país, liberando a los estados que ya la estaban aplicando o que pensaban reinstaurarla. La mayoría, 29 de los 50 que forman el país, reactivaron su legislación sobre la pena capital. Desde entonces, 8.115 personas han sido condenadas a muerte en Estados Unidos, de las que 1188 fueron finalmente ejecutadas.
Ese cambio jurídico despertó el interés de los científicos sociales por la utilidad de las ejecuciones por parte del Estado. ¿Tienen un efecto ejemplarizante y disuasorio? o ¿son una versión moderna de la venganza sancionada en el Antiguo Testamento? El NRC ha repasado decenas de estudios que han puesto el foco en esta cuestión y el primer problema con que se ha encontrado es que los hay para todos los gustos.
Uno realizado por los investigadores Dezbakhsh, Rubin y Shepherd en 2003 concluyó que sí existía ese efecto disuasorio y hasta dieron una cifra: cada ejecución evita 18 asesinatos. Los hay incluso que calculan que mientras cada ejecución reduce en cinco los homicidios, la conmutación final de la pena de muerte provoca un aumento en la misma proporción. Además, por cada condenado que acaba saliendo del corredor de la muerte (por revisión de condena, perdón del gobernador…) se produce otro asesinato. En esto de la pena de muerte, a los estadounidenses también les pierden las estadísticas.
El problema es que, como recoge el informe, hay otros tantos estudios que señalan que las ejecuciones, en vez de reducir el crimen, lo aumentan. Un estudio de 1999 mostraba que la muerte institucionalizada provoca un efecto de embrutecimiento social que hace que los individuos cometan más asesinatos. Pero es que también hay informes que rechazan la relación causal ya sea positiva o negativa y descartan que la pena de muerte influya en los niveles de criminalidad. Algo se ha debido de hacer mal para obtener resultados tan contradictorios.
“Defectos de base en las investigaciones que hemos revisado las hacen inservibles para responder a la pregunta de si la pena de muerte influye en la ratio de homicidios”, decía en una nota el presidente del comité autor de la revisión, Daniel Nagin. A priori parece muy sencillo: se hace una tabla con el número de ejecuciones en un tiempo determinado y se superpone sobre ella otra con la evolución de la tasa de homicidios. Pero eso es lo más alejado a al ciencia que se pueda imaginar.
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