Pensar analíticamente fomenta la incredulidad religiosa hasta en los creyentes, según una investigación de dos psicólogos de la Universidad de la Columbia Británica (UBC) cuyos resultados ha publicado la revista Science. “Nuestro estudio se basa en investigaciones previas que vinculan las creencias religiosas con el pensamiento intuitivo. Nuestros hallazgos sugieren que la activación del sistema cognitivo analítico en el cerebro puede socavar el soporte intuitivo para la creencia religiosa, al menos temporalmente”, ha indicado Ara Norenzayan, uno de los autores del artículo.
Will Gervais y Norenzayan parten de la “vieja idea de la psicología” de que podemos procesar la información de dos maneras: una intuitiva, rápida y para la que tomamos atajos mentales; y otra basada en el pensamiento analítico, que exige un mayor esfuerzo intelectual, pararse a pensar. Ambos sistemas funcionan, a veces, en paralelo; y, en ocasiones, el pensamiento analítico se impone al intuitivo, que está demostrado que “facilita y apoya la creencia en lo sobrenatural, el aspecto central de las creencias religiosas”. “Si la creencia religiosa emerge gracias a la convergencia de una serie de procesos intuitivos, y el procesamiento analítico puede inhibir o anular el intuitivo, entonces el pensamiento analítico puede socavar el soporte intuitivo de la creencia religiosa“, apuntaban inicialmente los autores como hipótesis. Para ponerla a prueba, hicieron cinco experimentos.
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Hay personas que están haciendo algo correcto por razones equivocadas y peor aún, con los medios equivocados.
Y eso es precisamente lo que está pasando con los indígenas de Colombia que defienden las drogas apelando a un desagradable relativismo cultural y a jugar la carta de víctimas, a decir que sus creencias deben ser respetadas porque sí, porque representan algo profundamente emocional para ellos:
«El empleo de plantas psicotrópicas para fines ceremoniales en América Latina está documentado desde hace miles de años», recordó Rodolfo Stavenhagen, investigador del Centro de Estudios Sociológicos de México durante el Foro sobre regulación del consumo de drogas que se celebra estos días en la capital mexicana.
Ohh, ¿está documentado desde hace miles de años? ¿Desde antes de que se desarrollara plenamente el método científico? ¿Y dónde están esos documentos?
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Advirtió que el uso ceremonial debe ser protegido no solo por el legado cultural, sino también porque fuera de ese contexto puede constituir un peligro, y recordó el caso del toloache, conocido como ‘las campanas de la locura’, que tras aparecer en una telenovela como remedio a la infidelidad registró un peligroso aumento de su consumo.
«El conocimiento de las plantas sagradas debería ser considerado tesoro de la nación. Es un saber indiscutible para entender la prevalencia del espíritu, pero tiene que estar regulado por quienes conocen y saben cómo suministrarlo y en qué contexto», indicó. El consumo de estas plantas procede de culturas heredadas que se remontan a tradiciones chamanistas de pueblos mesolíticos, según Carlos Zolla, coordinador de investigación del programa universitario México Nación Multicultural de la UNAM.
Sí, el conocimiento se adquiere mediante el estudio riguroso de los efectos y las cantidades de las plantas, en sujetos de prueba (no humanos, preferiblemente) y con revisión por pares. He ahí los expertos, con sus batas blancas y sus probetas. Nada de jefes Pluma Blanca ni nada por el estilo.
Artículo completo en: DE AVANZADA
Artículo de Sam Harris sobre las drogas y el sentido de la vida
Todo lo que hacemos, lo hacemos con el propósito de alterar la conciencia. Formamos amistades para poder sentir ciertas emociones, como el amor, y evadir otras, como la soledad. Comemos comidas específicas para disfrutar sus fugaces presencias en nuestras lenguas. Leemos por el placer de pensar las ideas de otra persona. Cada momento de vigilia –e incluso en nuestros sueños- luchamos para dirigir el flujo de sensación, emoción y cognición hacia estados de conciencia que valoramos.
Las drogas son también un medio para este fin. Algunas son ilegales, otras están estigmatizadas, algunas son peligrosas –aunque, perversamente, estos conjuntos apenas se cruzan. Hay drogas de extraordinario poder y utilidad, como la psilocibina (el componente activo de los «hongos mágicos») y la dietilamida de ácido lisérgico (LSD), que no poseen riesgos aparentes de adicción y son bien toleradas psicológicamente, y aún así uno puede ser mandado a prisión por su uso –cuando drogas como el tabaco y el alcohol, que han arruinado incontables vidas, son disfrutadas ad limitumen casi todas las sociedades del planeta. Hay otros puntos en este sentido: la 3,4-metilendioximetanfetamina (MDMA o «éxtasis») tiene un potencial terapéutico remarcable, pero también es susceptible a abusos, y aparentemente es neurotóxica. [1]
Una de las grandes responsabilidades que tenemos como sociedad, es educarnos, junto con las siguientes generaciones, acerca de qué sustancias vale la pela ingerir, y con qué propósito, y cuales no. El problema, sin embargo, es que nos referimos a todos los compuestos biológicamente activos con un solo término: «drogas» y esto hace casi imposible tener una discusión inteligente acerca de los asuntos psicológicos, médicos, éticos y legales alrededor de su uso. La pobreza de nuestro lenguaje ha sido sólo un poco aliviada por la introducción de términos como «psicodélicos» para diferenciar ciertos compuestos visionarios, que pueden producir extraordinarios estados de éxtasis e iluminación, de los “narcóticos” y otros agentes clásicos de estupefacción y abuso.
El abuso de drogas y la adicción son problemas reales, por supuesto –su remedio es la educación y el tratamiento médico, no la cárcel. De hecho, las peores drogas de abuso en los Estados Unidos parecen ser los analgésicos de prescripción, como la oxicodona. ¿Algunas de estas medicinas deberían de ser ilegales?, claro que no. La gente debe de estar informada acerca de ellas, y los adictos necesitan tratamiento. Y todas las drogas –incluyendo alcohol, cigarros y aspirinas- deben ser alejadas de las manos de los niños.
En mi primer libro, El fin de la fe, discuto un poco algunos asuntos de las políticas sobre las drogas, y mi opinión al respecto no ha cambiado. La «guerra contra las drogas» definitivamente ha sido perdida y nunca debió de haberse librado. Si bien no está expresamente protegido por la constitución de los EEUU, no puedo pensar en ningún derecho político más fundamental que el derecho a dirigir pacíficamente los contenidos de nuestra propia conciencia. El hecho de que arruinamos inútilmente las vidas de los usuarios de drogas no violentos encarcelándolos, con un gasto enorme, constituye una de las más grandes fallas morales de nuestro tiempo. (Y el hecho de que hacemos lugar para ellos en nuestras prisiones dejando en libertad bajo palabra a asesinos y violadores lo hace pensar a uno si la civilización no está simplemente condenada)
Tengo una hija que un día tomará drogas. Por supuesto, haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme que ella escoja sus drogas sabiamente, pero una vida sin drogas no es ni posible ni deseable, creo yo. Algún día, espero, mi hija disfrutará la mañana con una copa de te o de café tanto como lo hago yo. Si ella bebe alcohol de adulta, como probablemente lo hará, la animaré a hacerlo de forma segura. Si ella elige fumar marihuana, le exhortaré moderación. [2] El tabaco debe ser evitado, por supuesto, y haré todo lo posible dentro de los límites de la buena paternidad para mantenerla alejada de él. Y no es necesario decir que si mi hija desarrolla, eventualmente, una afición por la metanfetamina o el crack, posiblemente yo ya no pueda volver a dormir. Pero si ella no prueba algún psicodélico, como la psilocibina o el LSD al menos una vez en su edad adulta, me preocuparía de que ella se esté perdiendo uno de los más importantes ritos de paso que un humano pueda experimentar.
Con esto no digo que todos deban probar un psicodélico. Como mencionaré después, estas drogas tienen ciertos peligros. Sin lugar a dudas, hay gente que no puede permitirse el lujo de levantar el ancla de la cordura, o incluso darle el más leve tirón. Han pasado ya varios años desde que he dejado de usar psicodélicos, de hecho, mi abstinencia nace de un sano respeto hacia los riesgos que involucran. Sin embargo hubo un periodo de mis tempranos veintes en el que encontré en drogas como la psilocibina y el LSD herramientas indispensables de iluminación, y algunas de las horas más importantes de mi vida las tuve bajo su influencia. Creo que es muy posible que yo nunca descubriera que hay todo un paisaje interior de la mente que vale la pena explorar si nunca hubiera tenido esta ventaja farmacológica.
Mientras los seres humanos han ingerido plantas psicodélicas por milenios, la investigación científica de sus componentes no comenzó hasta la década de 1950. Para 1965, cientos de estudios fueron publicados, principalmente sobre psilocibina y LSD, muchos de ellos atestiguaron la utilidad de los psicodélicos en los tratamientos para la depresión clínica, el trastorno obsesivo compulsivo (T.O.C.) la adicción al alcohol, y para el miedo y la ansiedad asociados al cáncer terminal. Pocos años después, sin embargo, este campo de investigación fue abolido en un esfuerzo por detener la propagación de estas drogas en el público en general. Después de una pausa que duró toda una generación, la investigación científica de los valores farmacológicos y terapéuticos de los psicodélicos se ha venido reanudando lentamente.
Los psicodélicos incluyen químicos como psilocibina, LSD, DMT y mescalina, los cuales alteran poderosamente la conciencia, la percepción y el humor. La mayoría parece ejercer su influencia a través del sistema serotoninérgico en el cerebro, principalmente uniéndose a los receptores 5-HT2A (aunque algunos tienen afinidad por otros receptores también), provocando el incremento de la actividad neuronal en la corteza prefrontal. Mientras la corteza prefrontal, a su vez, modula la producción de dopamina subcortial, el efecto de los psicodélicos parece tener lugar principalmente fuera de las vías de la dopamina (lo que puede explicar el por qué estas drogas no formen hábito).
La mera existencia de los psicodélicos parece establecer las bases materiales de la vida mental y espiritual más allá de cualquier duda (para la introducción de estas sustancias en el cerebro es la causa obvia de cualquier apocalipsis sagrado que le sigue). Es posible, sin embargo, si no plausible, ver este dato desde la otra perspectiva y argumentarlo como Aldous Huxley lo hizo en su ensayo Las Puertas de la Percepción al decir que la función primaria del cerebro podría ser eliminativa: su propósito sería evitar una dimensión de la mente vasta y transpersonal que podría inundar a la conciencia, permitiendo así a primates como nosotros tener su camino en el mundo sin ser apabullados a cada momento por fenómenos visionarios irrelevantes para su supervivencia. Huxley pensaba que si el cerebro era una especie de “válvula reductora” de una “Mente Libre” esto explicaría la eficacia de los psicodélicos: ellos podrían ser medios materiales para abrir el grifo.
Desafortunadamente, Huxley operaba bajo la suposición errónea de que los psicodélicos decrecían la actividad mental. Sin embargo las técnicas modernas de neuroimagen han mostrado que estas drogas tienden a incrementar la actividad en varias regiones de la corteza (así como en las estructuras subcorticales) [Nota 24/01/12: un estudio reciente sobre la psilocibina en realidad le da cierto apoyo a la visión de Huxley. – SH]. Aún así, la acción de las drogas no descarta el dualismo o la existencia de reinos de la mente más allá del cerebro, pero nada lo hace. Este es uno de los problemas con puntos de vista de este tipo: parecen ser infalsables. [3]
Por supuesto, el cerebro sí filtra una extraordinaria cantidad de información de la conciencia. Y como muchos que han probado estas drogas, yo puedo atestiguar que los psicodélicos ciertamente abren las puertas. No es necesario decir que plantear la existencia de una “Mente Libre” es más tentador en algunos estados de conciencia que en otros. Y la cuestión de cuáles visiones de la realidad debemos privilegiar es una cuestión que a veces vale la pena considerar. Pero estas drogas pueden producir estados mentales que son vistas en términos clínicos como formas de psicosis. De hecho, creo que debemos ser cautelosos de realizar alguna conclusión sobre la naturaleza del cosmos basándonos en una experiencia interior, no importa qué tan profunda sea esta.
Sin embargo, no hay duda de que la mente es más vasta y fluida que lo que sugiere nuestra ordinaria conciencia en vigilia. Consecuentemente, es imposible comunicar la profundidad (o la aparente profundidad) de un estado psicodélico a aquellos que nunca han tenido esas experiencias por sí mismas. Es, de hecho, difícil recordarse a sí mismo todo el poder de esos estados una vez que ya han pasado.
Muchas personas se preguntan sobre la diferencia entre la meditación (y otras prácticas contemplativas) y los psicodélicos. ¿Son estas drogas una forma de hacer trampa, o son ellas realmente el vehículo indispensable para un auténtico despertar? No son ninguno. Mucha gente no se da cuenta de que toda droga psicoactiva modula la neuroquímica ya existente en el cerebro –ya sea imitando específicos neurotransmisores o causando que los mismo neurotransmisores sean más activos. No hay nada que uno no pueda experimentar por medio de una droga que no sea, hasta cierto punto, una expresión del potencial del cerebro. Por lo tanto, lo que sea que uno haya experimentado tras ingerir una droga como el LSD, es muy parecido a lo que alguien experimentó, en algún lugar, sin él.
Sin embargo, no se puede negar que los psicodélicos son un medio particularmente potente para alterar la conciencia. Si una persona aprende a meditar, rezar, cantar, hacer yoga, etc., no hay garantía de que algo vaya a pasar. Dependiendo de su aptitud, interés, etc, el aburrimiento podría ser la única recompensa para sus esfuerzos. En cambio, si una persona ingiere 100 microgramos de LSD, lo que ocurra a continuación dependerá de una variedad de factores, pero no hay duda alguna de que algo va a pasar. Y el aburrimiento no está entre las opciones. En cierto tiempo, la significancia de su existencia se derrumbará sobre nuestro héroe como una avalancha. Como Terence Mckenna [4] nunca se cansó en señalar, esta garantía de un efecto profundo, para bien o para mal, es lo que separa a los psicodélicos de cualquier otro método de indagación espiritual. Es, sin embargo, una diferencia que trae consigo ciertas responsabilidades.
Ingerir una dosis poderosa de una droga psicodélica es como encerrarse a sí mismo en un cohete sin un sistema de guía. Uno puede ir a un lugar que vale la pena ir, y, dependiendo del compuesto y de dónde y cómo lo ingerimos, ciertas trayectorias son más probables que otras. Pero sea como sea que uno se prepare para el viaje, aun así uno puede ser lanzado hacia estados de la mente tan dolorosos y confusos, a veces indistinguibles de la psicosis. Por lo tanto, los términos «psicotomimético» y «psicógeno» se aplican en ocasiones a estas drogas.
Yo he visitado los dos extremos del continuo psicodélico. Las experiencias positivas fueron más sublimes de lo que yo hubiera podido imaginar o de lo que ahora puedo fielmente recordar. Esos químicos revelan capas de belleza que el arte es incapaz de capturar y para el que la belleza de la Naturaleza misma es mero simulacro. Una cosa el ser apabullado al ver a una secuoya gigante y maravillarse por los detalles de su historia y su biología subyacente y otra el pasar una aparente eternidad en una comunión sin ego con ella. Positivamente, las experiencias psicodélicas a menudo revelan cómo puede un ser humano estar tan maravillosamente a gusto con el universo, y para la mayoría de nosotros, la conciencia normal de vigilia no ofrece ni siquiera un atisbo de esas profundas posibilidades.
La gente generalmente regresa de dichas experiencias con un sentimiento de que nuestros estados convencionales de conciencia obscurecen y truncan pensamientos y emociones que son sagrados. Si los patriarcas y matriarcas de las religiones mundiales experimentaron con dichos estados, muchas de sus afirmaciones sobre la naturaleza de la realidad pueden tener un sentido subjetivo. Las hermosas visiones no nos dicen nada sobre el nacimiento del cosmos, pero nos revelan cómo una mente puede ser profundamente transfigurada por una colisión con el momento presente.
Traducción completa en: DE AVANZADA
Una mujer de 55 años de edad, está demandando a un médico holístico por 844.000 dólares después de que su brazo fue amputado tras un procedimiento de cuello.
Danielle Rousseau acusa al osteópata Pierre Coallier de diagnósticar erróneamente su estado de salud y dice que casi se muere.
Rousseau, que vive en la costa sur de Montreal, dijo que había estado visitando a Coallier durante tres años para hacer frente a una tensión en el cuello.
Ella dijo que un tratamiento en agosto del 2010 la dejó con un fuerte dolor en su brazo izquierdo.
«Pensé que tenía un nervio comprimido», dijo Rousseau, añadiendo que tenía dificultad para mover la mano.
Ella dijo que regresó a donde Coallier, quien le dijo que el problema era psicológico y no físico, y que debía regresar a casa a descansar.
Su marido, que esperaba fuera en un coche, se mostró indignado e irrumpió en la oficina para enfrentar al osteópata.
Rousseau afirma que Coallier le dijo a su marido que no fueran al hospital. Regresaron a casa pero su situación se deterioró.
«Cuando me desperté, mi mano estaba negra», dijo.
Ella dijo que fue a la sala de emergencia y fue trasladada a otro hospital donde se sometió a cuatro operaciones, incluyendo la amputación de su brazo izquierdo por encima del codo. «Si me hubieran dicho que fuera al doctor, yo todavía tendría mi brazo», dijo.
Por si les sirve de más desconsuelo, en la página del tal Pierre Coallier dice que él es fundador de la Sociedad de Osteópatas de Quebec.
Fuente: Skeptic Money