Sólo muy recientemente han empezado a estudiarse experimentalmente los efectos que tiene el pensamiento de la muerte sobre las creencias de las personas. En 200 6Norenzayan y Hansen [PDF] estudiaron la forma en que la conciencia de la muerte afecta a la creencia en agentes sobrenaturales. Su trabajo avaló en apariencia la llamada “teoría de la gestión del terror” (Terror Management Theory): la conciencia de la muerte no sólo aumentaría la religiosidad en general, sino que también reforzaría las creencias culturales de las personas; esto es, los cristianos tenderían a reforzar su fe en Jesucristo y su negación de Alá o Buda, mientras que los musulmanes reforzarían su fe en Alá y su negación de Jesucristo o Buda. Muy significativamente, los recordatorios de la muerte también fomentarían también la religiosidad de los agnósticos, pero no así de los ateos.
Un trabajo de Jonathan Jong, publicado este año en Journal of experimental psychology ha discutido estos resultados, mostrando que pensar subliminalmente en la muerte puede hacer que los «no creyentes» consideren los conceptos religiosos algo menos imaginarios. Otro estudio reciente, de Kenneth Vail y sus colegas es, sin embargo, escéptico: los ateos resultan ser bastante irreligiosos se les obligue o no a pensar en la muerte. Para Vail, que es psicólogo experimental en la universidad de Missouri, «el consuelo de la religión no parece ser una necesidad universal».
Esto no es sorprendente para quién conozca, no sólo la historia de las religiones, sino también la historia del ateísmo y del pensamiento secular. Aunque el enfrentamiento religioso de la muerte tiene un carácter ampliamente normativo en la mayor parte de las sociedades, el enfrentamiento ateo e irreligioso también tiene un robusto respaldo tradicional que va de Epicuro y Lucrecio hasta los filósofos de «las luces» o recientemente los «nuevos ateos». Los estudios experimentales respaldan esta visión: muestran que ante la experiencia y el pensamiento de la muerte, no hay demasiados “ateos en el armario”, pero sí hay agnósticos (¿creyentes vergonzantes?).
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