En Inglaterra, los pasajeros de un bus tuvieron que esperar a que terminara un turno porque el conductor se negó a arrancar.
¿El motivo? Su bus de ese día tenía un mensaje incluyente… y el conductor era cristiano:
Los pasajeros estuvieron varados 20 minutos en un autobús después de que su conductor se negó a abordar debido a un mensaje de derechos de los homosexuales en el lateral.
El conductor no identificado no se montaría en el X78 de Rotherham a Sheffield porque llevaba un cartel por el grupo de presión gay Stonewall, que dice: «Algunas personas son gays. ¡Supéralo!»
Los pasajeros se sentaron y esperaron a que el conductor discutiera en voz alta con sus colegas y clientes.
…
El agente de información de Stonewall, Louise Kelly, dijo: «Los pasajeros en Rotherham pueden esperar razonablemente que los conductores de autobús hagan el trabajo que les pagan para hacer – manejar autobuses.
«Si no está dispuesto, tal vez debería buscar otro trabajo».
Finalmente, el siguiente servicio X78 llegó y su conductor cambió de bus con el homófobo.
Y tal como dijo una de sus pasajeras: «Sólo pensé que era desagradable. Es un conductor de bus – va a encontrarse con todo tipo de personas. ¿Acaso piensa seriamente que nunca ha tenido un gay en su bus?»
(vía Friendly Atheist)
Fuente: DE AVANZADA
La Ilustración y sus hijos predilectos nos dejaron en herencia una base sobre la que asentar los principios que, hoy día, rigen el objetivo de la pena privativa de libertad. Haciendo un breve repaso a los pilares jurídicos y sociales en los que se sustenta el Reglamento Penitenciario1 y la LOGP2, sabemos que el objetivo de los tratamientos penitenciarios están orientados a la reinserción del autor de un delito. Los tratamientos alternativos o de carácter menos lesivo pueden ser de muchos tipos dentro de las instituciones penitenciarias o correccionales, pero existe una cuestión que no debe pasarse por alto. ¿Son útiles todos los programas alternativos?
Esos estudios generaron una amplia literatura sobre los tratamientos alternativos y pusieron sobre la mesa de la justicia criminal algo tan grave como la inclusión de tratamientos peregrinos o, por lo menos, sin una base científica fiable.
Ejemplos que el profesor Latessa hubo de incluir en sus estudios sobre la efectividad de los tratamientos empleados en algunos correccionales fueron acupuntura para reducir los niveles de estrés, meditación, música o danza, dietas (!), ejercicio físico… El problema de estos tratamientos era su falta de solidez teórica; a medida que avanzaban en su investigación, Latessa y su equipo consiguieron perfilar los modelos de programas que serían siempre sinónimo de fracaso. He aquí unos ejemplos:
Uno de los más preocupantes aspectos de los tratamientos empleados era su alto contenido pseudocientífico. El hecho de que un juez en las cercanías de Cincinnati decidiera implantar un programa de acupuntura sobre reos drogadictos tras escuchar a un indigente en Miami decir que la acupuntura había cambiado su vida hace pensar que, quizás, algunos programas (como ese) no habían sido estudiados, falsados y verificados por un equipo interdisciplinar.
Las averiguaciones de Latessa merecen una debida atención para fortalecer la línea que, hoy más que nunca, la pseudociencia intenta debilitar para hacerse un hueco en instituciones de todo tipo (políticas, científicas, académicas). Y podemos añadir al imaginario de lo que es pseudociencia todas aquellas prácticas, terapias o tratamientos que, aun pudiendo ser beneficiosas, no hayan sido elaboradas a partir de unas bases teóricas demostradas y que se rijan por principios científicamente aceptados.
El San Francisco Chronicle publicó el año 2002 un artículo sobre el éxito de la jardinería en presos y ex-convictos como terapia para reducir su riesgo de reincidencia3. Las razones del éxito tenían un componente empírico: “Levantarse a diario para ir a trabajar y recibir un salario es más fácil que traficar con drogas e ingresar en prisión”, afirmó en ese artículo Sneed, consejera de prisiones.
Mi conclusión es clara: es más útil ofrecer alternativas laborales a los delincuentes que clavarles agujas en las orejas.
1 Real Decreto 190/1996
2 Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria.
3 Anécdota especialmente divertida acerca del profesor Latessa y los tratamientos con jardines: consultaron al profesor qué era lo que obtendrían los correccionales de un estado concreto si llevaban a cabo un plan de jardinería para sus reclusos. La respuesta de Latessa fue: “Obtendréis verduras”.
Fuente: Informe Jurídico & Outros
Ha quedado demostrado que nada es demasiado cruel para los falsos “pro-vida”. Savita Halappanavar, una mujer india de 31 años, fue dejada agonizar durante varios días, hasta morir de septicemia, en el Hospital Universitario de Galway (GUH), Irlanda, porque le negaron un aborto.
Era para salvar su vida, y el feto —de 17 semanas de gestación— no tenía posibilidad de sobrevivir en ningún caso, según los mismos médicos le dijeron. Pero no le permitieron terminar con el embarazo porque Irlanda “es un país católico”. Sólo se hicieron cargo de tratarla cuando el corazón del feto dejó de latir. Para entonces la infección generalizada había debilitado a Savita, que murió entre dolores atroces dos días después.
La ley irlandesa permite el aborto si el médico considera probable que exista riesgo grave para la vida de la mujer. En la práctica la ley es demasiado vaga para servir de algo, y el médico tiene demasiada libertad para decidir si aplicarla o no. El GUH no es oficialmente un “hospital católico”, pero la presencia de profesionales devotos de esa religión en puestos clave (y de capellanes para vigilar e interferir cuando sea necesario) hace que lo sea de hecho. Más aún: aunque parezca ridículo afirmar que un país “es católico”, ésa es la visión profundamente arraigada de la Iglesia y de sus fieles, una visión que pone el supuesto catolicismo identitario nacional por encima de las leyes seculares, que de por sí son favorables a la Iglesia. Savita no era, como bien se ocupó de decirlo, ni irlandesa ni católica, pero el catolicismo irlandés, impuesto sobre las leyes y sobre la ciencia médica, fue lo que la mató.
PZ Myers escribió a propósito del tema uno de los artículos más furibundos que le he leído desde hace mucho (“Es hora de abortar a la Iglesia Católica”).
Sangrientos carniceros, sapos beatos que disfrazan su ignorancia medieval con falsa caridad y cuidado; demasiado tiempo hace que debimos terminar con la ilusión y reconocer el barbarismo de la iglesia.
Ampliar en: Alerta Religión
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