En el 2008, Christopher Hitchens escribió una columna al respecto. Después de declarar que un país democrático aprovecha esta fecha para convertirse en el equivalente comercial y cultural de un país con un partido único, Hitch pasa revista a la Navidad:
Al igual que en esas deprimentes repúblicas bananeras, lo lúgubre y siniestro es que la propaganda oficial es ineludible. Uno va a una estación de tren o un aeropuerto, y la imagen y la música del Querido Líder están en todas partes. Vas a un lugar más privado, como el consultorio médico o a una tienda o a un restaurante, y el aullido metálico idéntico, enloquecedor y repetitivo debe ser escuchado. Así, a menos que seas afortunado, son las mismas imágenes baratas y fabricadas en serie, desde muñecos de nieve a cunas a renos. Se vuelve más odioso de lo habitual encender la radio y la televisión, porque ciertos «temas» determinados oficialmente se han programado en el sistema. La parte más objetable de todo, los fanáticos obligan a tus niños a observar el cumpleaños del Querido Líder, y así (esta siendo la característica especial del Estado totalitario) no puedes impedir con tu propia puerta privada el acoso verbal, el ruido incesante, sino que debes tenerlo, literalmente, traído a tu hogar por tu propia descendencia. El tiempo que se supone que se dedica a la educación está consagrado en cambio a la celebración de acontecimientos míticos. Originalmente cristiano, ahora puede unirse a este retiro devocional cualquier otro grupo sectario con una afirmación plausible –Janucá o Kwanzaa– de un día santo que ocurra lo suficientemente cerca del solsticio de invierno pagano.
Fuente: DE AVANZADA