El alcalde socialista de Bélmez de la Moraleda, Pedro Justicia, y el presidente de la Diputación de Jaén, el también socialista Francisco Reyes, han inaugurado hoy un centro de interpretación de las caras de Bélmez, el fraude más cutre de la historia de la parapsicología española.
El enigma de las caras de Bélmez nació cuando una vecina de la localidad, María Gómez Cámara, creyó ver un rostro en una mancha de grasa en el suelo de su cocina el 23 de agosto de 1971. Poco días después, la casa era ya un centro de peregrinación al que la gente iba a ver una cara, conocida como La Pava. Y la familia de Gómez Cámara rentabilizó de inmediato el fenómeno: empezó a cobrar la voluntad por la entrada a la cocina y 10 pesetas por cada foto del enigmático rostro. En enero siguiente, llegó Antonio Casado, del diario Pueblo, y tras él muchos otros periodistas, parapsicólogos y todo tipo de chiflados que convirtieron el pueblo un circo paranormal.
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Pese al anuncio a bombo y platillo del hallazgo de los huesos del rey inglés bajo un aparcamiento, la comunidad científica todavía plantea dudas sobre su verdadera identidad.
Tras meses de expectación, la Universidad de Leicester había convocado el lunes a periodistas de todo el mundo. En agosto de 2012, un grupo de científicos había encontrado en las ruinas de un monasterio bajo un aparcamiento de la ciudad inglesa los huesos de un hombre fallecido de manera brutal en el siglo XV. Le habían reventado la cabeza posiblemente con una alabarda. Y los investigadores sospechaban que podía tratarse de Ricardo III, que gobernó Inglaterra entre 1483 y 1485, cuando murió en la batalla de Bosworth defendiendo su trono.
Por fin, el lunes, en una rueda de prensa convertida en un entretenido show, el arqueólogo Richard Buckley proclamó que esos huesos destrozados son, “más allá de toda duda razonable”, lo que queda del monarca Ricardo III, célebre por su frase “Mi reino por un caballo” en la obra de Shakespeare. Los investigadores se abrazaron y los periodistas se levantaron y aplaudieron a rabiar. El hallazgo del rey inglés dio la vuelta al mundo.
Para averiguar si los huesos del aparcamiento eran del rey Ricardo III, los investigadores de la Universidad de Leicester compararon su ADN con el de Michael Ibsen, un carpintero de Canadá que se ha identificado como descendiente de la hermana mayor del monarca inglés. El ADN, el microscópico libro de instrucciones en el que está escrito el funcionamiento biológico de un ser humano, se encuentra en el núcleo de cada una de nuestras células, pero fuera de él las mitocondrias, las pilas que suministran energía a las células, tienen su propio ADN. Este ADN mitocondrial se hereda de madres a hijos y se suele utilizar para saber si dos personas están emparentadas. Y, según explicaron los científicos ingleses en la rueda de prensa, el ADN mitocondrial del aparcamiento y el del carpintero coinciden.
“En el hipotético caso de que hayan encontrado un macheo [una coincidencia] entre las dos secuencias de ADN, es posible que estén emparentados, pero que estos sean los restos del rey es otro cantar”, expone Camiña, experto en la genética de las dinastías de los Austrias y de los Borbones. “Queremos que se contrasten los resultados y que expertos en historia comenten el tema”, lanza.