Cuenta Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio (pgs. 456-457):
Se pidió a los encuestados que imaginaran que usaban un insecticida con el que el riesgo de inhalación y de intoxicación infantil se daba en 15 de cada 10000 envases. Existía un insecticida menos caro con el que el riesgo ascendía de 15 a 16 de 10000 envases. Se preguntó a los padres por el descuento que les haría pasarse al producto menos caro (y menos seguro). Más de dos tercios de los padres respondieron en esta encuesta que no adquirirían el nuevo producto a ningún precio. Evidentemente, estaban indignados con la idea misma de jugar con la salud de sus hijos por dinero. La minoría que se mostró dispuesta a aceptar un descuento demandaba una cantidad significativamente más alta que la que estaba dispuesta a pagar por una mejora mucho mayor de la seguridad del producto.
Cualquiera puede comprender y simpatizar con la resistencia de los padres a aceptar un incremento del riesgo para sus hijos, aunque sea mínimo, por dinero. Pero no se repara en que esta actitud es incoherente y potencialmente perjudicial para la seguridad de aquellos que se desea proteger. Hasta los padres que más quieren a sus hijos tienen recursos finitos de tiempo y dinero para protegerlos (la cuenta mental de de la seguridad de mi hijo tiene un presupuesto limitado), y parece razonable emplear esos recursos de manera que encuentren la mejor utilización. El dinero que podría ahorrarse aceptando un incremento mínimo del riesgo de que un pesticida cause algún daño, cabría emplearlo en reducir la exposición infantil a otros riesgos, por ejemplo comprando una sillita más segura para el coche o tapones para los enchufes. El tabú contra la aceptación de un incremento del riesgo no es una manera eficiente de emplear el presupuesto para la seguridad. De hecho, la resistencia puede estar motivada por un temor egoísta al arrepentimiento más que por un deseo de optimizar la seguridad infantil. El pensamiento del «¿y si… ?» que le viene a todo padre que deliberadamente hace un cálculo como aquel es una imagen del arrepentimiento y la vergüenza que sentiría en el caso de que el pesticida causase algún daño.
Fuente: DE AVANZADA
Cámara F21 Ammer. El aparato se colocaba dentro del abrigo, bien camuflado, y el botón de la prenda se enroscaba en la lente. Es uno de los muchos objetos que utilizó la Stasi para espiar a los ciudadanos de la República Democrática Alemana. La Stasi funcionó desde febrero de 1950 hasta 1989 y trabajaba de forma conjunta con el KGB soviético. Llegó a espiar a más de seis millones de personas dentro y fuera de Alemania del Este, contó con 68000 agentes oficiales y 170.000 colaboradores extraoficiales. Leer más en: Los mejores objetos espías de la Stasi (Quo)