Esta es la cara que les queda a los creyentes cuando alguien les dice (muy razonablemente por cierto) que creer sin evidencias es idiota.
Fuente: Diario de un ateo
Las psicólogas Angela Legg y Kate Sweeny, de la Universidad de California, Riverside, acaban de realizar un experimento que demuestra que tenemos algunas preferencias bastante claras a la hora de elegir el orden de las noticias. Para su trabajo, publicado en Personality and Social Psychology Bulletin, reclutaron a 121 estudiantes universitarios y los juntaron por parejas después de realizar unos tests de personalidad.
Los participantes quedaron divididos en dos grupos, los recibidores de noticias y aquellos que debían darlas y elegir en qué orden hacerlo. A los primeros, el entrevistador les hacía creer que tenía la puntuación de su prueba y les pedía que eligieran si querían saber antes la noticia buena o la mala. La buena era, por ejemplo, que habían obtenido una puntuación muy alta, y la mala, que su perfil era demasiado egoísta. Al segundo grupo se le convencía para dar los resultados a otros estudiantes y les pedían que indicaran sus preferencias a la hora de comunicar primero lo positivo o lo negativo. Para completar aún más el resultado, los psicólogos eligieron a un tercer grupo a los que preguntaron por el grado de preocupación que les había producido conocer las noticias en uno u otro orden.
Los resultados, que son consistentes con pruebas anteriores, muestran que tenemos una preferencia clara: nada menos que un 78% de los estudiantes escogieron recibir las malas noticias en primer lugar, mientras que entre un 54 y un 68% de los que tuvieron que dar las noticias prefirieron el orden contrario, es decir, dar las buenas noticias en primer lugar. En definitiva, queremos que nos cuenten lo malo pronto pero cuando nos toca el papel de informadores queremos contar lo bueno en primer lugar.
¿A qué se debe esa diferencia? El resultado del grupo que no tuvo que elegir y cuyos participantes solo valoraron la sensación tras recibir las noticias en un determinado orden puede darnos una pista: aquellos que recibieron las malas noticias primero tuvieron una sensación global menos amarga que los que recibieron primero las buenas. De alguna manera, afrontar lo negativo en primer lugar permite que luego una buena noticia nos endulce la sensación global.
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«La ayuda a la dependencia es una falacia y por eso no acepto que ningún político, ningún juez, ningún profesional influya en mi decisión de abortar porque soy yo la que va a tener ese niño y la que tendría que cuidar de él». El testimonio de Lucía es uno de los protagonistas de 100.000 mujeres invisibles, un documental elaborado por la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción Voluntaria del Embarazo (Acai) en el que tres mujeres ilustran las consecuencias que tendrá la inminente reforma de la ley del aborto anunciada por Alberto Ruiz Gallardón.
Lucía quería quedarse embarazada, tal y como explica ella misma en el vídeo, presentado hoy en el Ateneo de Madrid. Pero su feto padecía el síndrome de Turner. Si conseguía llegar al término del embarazo, su bebé apenas viviría unos meses. Si superaba ese período, sus múltiples deficiencias le impedirían tener una buena calidad de vida. Lucía, a pesar de haberlo pasado mal —reconoce—, hoy volvería a hacer lo mismo. Lucía es una de las 3.000 mujeres que, si se cumplen las amenazas del titular de Justicia (no se conoce el texto de la reforma), no podrán abortar porque el anuncio de Gallardón restringe el supuesto de daños en el feto a sólo las patologías incompatibles con la vida, es decir, al 0,09% de los casos, según Acai. Por tanto, el 99% de las mujeres
«A Gallardón no le preocupan los datos de la realidad; no piensa que se está jugando con la salud de las mujeres», denunció la vicepresidenta de Acai, Francisca García, insistiendo en el hecho constatable de que «las mujeres que quieran abortar lo seguirán haciendo, pero recurriendo a la clandestinidad». «El legislador aún no ha asimilado que una mujer, con ley o sin ella, interrumpirá su embarazo si está decidida a hacerlo», insistió. «La realidad es lo importante, pero ellos están preocupados por la ideología porque están viendo cómo la ultraderecha está arrasando en Europa y quieren evitar la fuga de votos por la derecha de la derecha», añadió.
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Crece la movilización contra el proyecto para registrar 19000 productos homeopáticos, que beneficia a las empresas que comercializa estos remedios que no han probado su eficacia. Dos campañas tratan de concienciar a autoridades y consumidores.
Frente a la ignorancia, movilización. En los últimos tiempos, varias iniciativas están tratando de levantar un muro entre la homeopatía y los pacientes para que no se consuman sus productos sin saber, al menos, que su eficacia no se ha probado frente a ninguna dolencia. Sus resultados son los mismos que los del placebo, según concluyó un informe del Ministerio de Sanidad. Sin embargo, el departamento que dirige Ana Mato pretende poner en marcha la regularización de 19.000 productos homeopáticos para que se vendan en las farmacias como medicamentos, favoreciendo enormemente en sus términos a esta industria. Y ha sido la gota que ha colmado el vaso de médicos y activistas.
Los últimos en lanzar una campaña —La homeopatía es 100% agua— contra esta decisión de Sanidad han sido los miembros del Círculo Escéptico, una asociación que trata de fomentar la ciencia frente a las creencias y el sentido crítico entre la sociedad. Desde su perspectiva, el proyecto de orden ministerial “está provocando una saludable reacción de buena parte de la comunidad científica y médica, que se está manifestando en contra de que estos placebos se vendan como si fuesen medicamentos”. Sin embargo lamentan la actitud “muy preocupante” de las autoridades sanitarias al [Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE] como un medicamento más.
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