La teoría de la evolución no se basa de ninguna manera en que los fuertes sobrevivan a los débiles, ni que los grandes se coman a los pequeños. En su libro ‘El origen de las especies‘, el investigador inglés explica que la supervivencia depende de la capacidad de adaptación de cada especie y de cada individuo.
La mejor forma de demostrar que no siempre sobreviven los más fuertes se centra en los grandes dinosaurios. Estas magníficas criaturas dominaron la Tierra durante millones de años, pero un cambio en las condiciones de la vida en nuestra planeta a causa de la caída de un meteorito implicó su desaparición.
Tras un viaje de tres años alrededor del mundo, Charles Darwin volvió a su Inglaterra natal con una idea en la cabeza: las especies no son inamovibles como se pensaba hasta entonces. Consciente de los revolucionario de su nueva teoría, dedicó los siguientes años de su vida a obtener más pruebas que lo confirmaran. Era un investigador tan persistente, que estuvo realizando experimentos con palomas, caballos e incluso lombrices para poder confirmar sus ideas.
Cuando habían pasado más de veinte años desde su regreso, Darwin todavía no había publicado nada relacionado con la evolución, aunque la correspondencia con alguno de sus colegas confirma que estaba preparando un gran libro sobre el asunto. En 1858 recibió una carta firmada por el investigador Alfred Russel Wallace, en la que éste le exponía la misma teoría que él llevaba años desarrollando.
La misiva de Wallace provocó que Darwin se animara a publicar de manera inmediata sus ideas, espoleado por sus colegas científicos que también temían que Charles perdiera la autoría de una teoría tan importante. En julio de 1858, un año antes de publicar ‘El origen de las especies’, ambos firmaron juntos una comunicación en la Sociedad Linneana de Londres en la que se exponía, por primera vez en la historia, la teoría de la selección natural. Dieciséis meses después, se publicó el famoso libro.
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