El suicidio ha ido en aumento en los Estados Unidos, representando actualmente casi 40000 muertes al año. Un nuevo estudio muestra que un esfuerzo exitoso para evitar intentos de suicidio sería centrarse en la corrección de los pensamientos catastróficos distorsionadas sobre el futuro que obran en poder de muchos que tratan de quitarse la vida. Tales pensamientos son únicos y característicos de los que intentan el suicidio, dice Shari Jager – Hyman de la Universidad de Pennsylvania, Escuela de Medicina de Perelman en los EE.UU. . Jager – Hyman dirigió un estudio, publicado en la revista de Springer Cognitive Therapy and Research, de cómo los pensamientos distorsionados influyen en los comportamientos suicidas en los pacientes que buscan tratamiento psiquiátrico de urgencia.
El equipo de investigación reclutó a un grupo relativamente grande y étnicamente diverso de 168 participantes procedentes de los servicios de urgencias o unidades de hospitalización psiquiátrica en Filadelfia. De ellos, 111 personas habían intentado suicidarse en los 30 días previos al estudio. Los otros 57 participantes estaban recibiendo tratamiento psiquiátrico de emergencia, pero no habían intentado suicidarse en los dos años anteriores al estudio. El estudio de investigación es el primero en utilizar el Inventario de Distorsiones Cognitivas, un reporte en cuestionario de 69 ítems diseñado para ser utilizado entre las diversas poblaciones clínicas, para medir las distorsiones cognitivas en personas que han intentado suicidarse recientemente.
El estudio encontró que las personas que intentan suicidarse son más propensas a tener pensamientos distorsionados que otros. Estos incluyen la forma en que ellos piensan acerca de su propio valor, cómo se comparan negativamente a sí mismos frente a los demás, y la forma en que generalmente se ponen etiquetas despectivas sobre sí mismos. Esto es cierto incluso cuando se tienen en cuenta los efectos de la depresión y los sentimientos de desesperanza. Los resultados añaden peso a las muchas teorías presentadas durante décadas que los suicidas tienen estilos cognitivos únicos por los que malinterpretan o procesan experiencias o estímulos erróneamente.
Excepcionalmente, en las personas que han hecho intentos de suicidio se encontró que eran especialmente propensos a la llamada «adivinación», a través de la cual predicen y creen firmemente que cosas malas sucederán en el futuro. La adivinación está relacionada con el catastrofismo, y no considera otros resultados más probables. Es importante destacar que cuando los investigadores tomaron los pensamientos de desesperanza en cuenta, la adivinación ya no estaba fuertemente ligada a intentos de suicidio. Jager – Hyman y sus colegas creen que esto se debe a que la adivinación y la desesperanza pueden ser constructos o ideas que comparten el temor de futuros eventos negativos que se superponen.
«Para prevenir los suicidios, los terapeutas se beneficiarían de dirigirse directamente a los pensamientos de desesperanza en las intervenciones clínicas de los pacientes», afirma Jager – Hyman. » Una aproximación cognitiva puede ayudar a los pacientes a evaluar sus creencias que inevitablemente ocurren con resultados negativos, y mostrarles cómo entretener a otras opciones posibles. Esto puede ayudar a minimizar los pensamientos de desesperanza de los pacientes, ayudarles a hacer frente mejor, y lo ideal sería disminuir sus ideas y comportamientos suicidas».
Fuente: Jager-Hyman, S. et al. (2014). Cognitive Distortions and Suicide Attempts, Cognitive Therapy and Research, DOI 10.1007/s10608-014-9613-0.
El libro El último inquisidor de Jorge Andrés Hernández hace una radiografía al montaraz de Alejandro Ordóñez, a quien nos pusieron dizque de Procurador General.
El libro ha tenido muy buena acogida y Caracol tiene una reseña interesante:
Para empezar, el autor justificó que el título de «El último inquisidor» está vinculado a que Ordóñez, al igual que los tribunales de la Santa Inquisición, concentra las tareas de investigar y juzgar, idealiza el matrimonio entre Iglesia y Estado y castiga «crímenes de pensamiento y opinión».
«Me parece que Ordóñez ha mostrado muchísimos signos de esa característica inquisidora de perseguir a los que piensan diferente«, agregó Hernández, quien apostilló: «el procurador se ha erigido en una autoridad supraconstitucional que no tiene ningún tipo de frenos, y lo más grave es que ha intimidado a todos los poderes del Estado«.
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Ordóñez ya tomó una postura ultracatólica y de ultraderecha desde la universidad, cuando dedicó su tesis de grado en Derecho a la Virgen María «suplicándole la restauración del orden cristiano y el aplastamiento del comunismo ateo».
Otro sonado episodio de su juventud es la quema de libros en su ciudad natal, Bucaramanga, junto con el grupo católico Tradición, Familia y Propiedad en 1978, cuando ejemplares de Jean-Jacques Rousseau, Karl Marx y Gabriel García Márquez quedaron reducidos a cenizas.
«Él dice con orgullo que él añora el Medievo, es decir, es un hombre que se siente incómodo en un mundo moderno, en un mundo liberal, democrático, constitucional, heredero de la revolución francesa», explicó Hernández.
El procurador escucha música medieval, lee literatura medieval y tiene una réplica de la espada «Tizona» con la que el Cid Campeador combatía a «infieles y paganos» en la España del siglo XI.
Lo más llamativo para Hernández es que el procurador sea caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita, es decir, está vinculado a la causa de los carlistas tradicionalistas del siglo XIX que reivindican el trono español para una rama alternativa a la dinastía actual de los Borbones.
«Ordóñez anhela la reinstalación de la monarquía absoluta a cargo de su alteza real don Sixto Enrique de Borbón (el aspirante legítimo para los carlistas) pero además en un Estado teocrático en el que la Constitución no sea la norma máxima y que no sea una democracia«, en tanto que la voz de un pueblo que sacrificó a Jesucristo no es válida, según Hernández.
Fuente: DE AVANZADA
El siete de diciembre de 1989, las autoridades del Estado de Texas autorizaban finalmente que se deslizara por las venas de Carlos DeLuna un cóctel letal de venenos hasta matarle. Quince años después, una investigación periodística del Chicago Tribune denunciaba que se había ejecutado al hombre equivocado: DeLuna no era el asesino de Wanda López y su único error fue el de estar en el peor momento en las peores circunstancias. Desde hace tiempo, juristas y escuelas de Derecho tratan de calcular cuántos errores fatales como este lleva la Justicia de EEUU a sus espaldas y siempre se contestaba que “ni se sabe ni se puede saber”, debido al complejo sistema judicial.
El 7 de diciembre de 1989, las autoridades del Estado de Texas autorizaban finalmente que se deslizara por las venas de Carlos DeLuna un cóctel letal de venenos hasta matarle. Quince años después, una investigación periodística del Chicago Tribune denunciaba que se había ejecutado al hombre equivocado: DeLuna no era el asesino de Wanda López y su único error fue el de estar en el peor momento en las peores circunstancias. Desde hace tiempo, juristas y escuelas de Derecho tratan de calcular cuántos errores fatales como este lleva la Justicia de EEUU a sus espaldas y siempre se contestaba que “ni se sabe ni se puede saber”, debido al complejo sistema judicial.
Los datos del profesor Samuel Gross y su equipo ofrecen una paradoja: cuanto más tiempo pasa un reo inocente en riesgo de ser ejecutado, más probable es que salga exonerado. Sería el escenario clásico de las películas: abogados idealistas, investigadores insobornables y periodistas honestos buscando hasta el último minuto la prueba que demuestre la inocencia del preso que camina hacia la sala de ejecución. Es el caso de los 143 condenados a muerte que se libraron antes de llegar al cadalso desde 1977, fecha en que se reinstauró la pena capital.
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