Un padre mata a sus hijos, un piloto decide estrellar un avión con los pasajeros a bordo, unos terroristas se revientan y asesinan así a decenas de personas en nombre de una religión… Todas estas son noticias recientes que, comprensiblemente, han generado gran alarma social.
Cuando suceden actos así, los medios de comunicación buscan expertos que ayuden a explicar cómo alguien puede llegar a cometer ese tipo de delitos. Siguiendo el razonamiento “los actos infrecuentes los realizan personas anormales”, es común que la explicación más fácil sea el tildar a los delincuentes de enfermos mentales. Si el acto es de especial crueldad, el comodín es recurrir a la expresión “es un psicópata”. De tanto ser representada de esa forma, la psicopatía se convierte en ese cajón de sastre con el que explicar por qué se llevan a cabo actos tan horribles.
Aunque estamos de acuerdo en que las personas con psicopatía son capaces de realizar actos muy inhumanos, es importante poder distinguir los casos y empezar a referirnos a esta patología como lo que realmente es: un trastorno de la personalidad. Para ello es imprescindible no realizar un diagnóstico de este tipo considerando solo el tipo de delito cometido, ya que en muchas ocasiones nos encontramos con personas con características psicopáticas que no han cometido delitos (por lo menos que se sepan) y se encuentran dirigiendo empresas.
Como decíamos, la psicopatía es un trastorno de la personalidad formado por características como la falta de empatía, la crueldad, la ausencia de remordimientos, la mentira patológica, la impulsividad y el comportamiento antisocial (Hare & Neumann, 2010). Robert Hare, uno de los grandes expertos en el estudio de la psicopatía, considera que son dos los factores importantes en la definición de este trastorno:
De esta forma podemos tener varios tipos de psicopatía:
Los tres perfiles son muy diferentes en la descripción y, sobre todo, en su pronóstico. Aquellas personas que solo puntúan muy alto en el Factor II tienen muchos elementos de impulsividad y comportamiento irresponsable, pero se pueden arrepentir de lo que hacen mal. No tienen facilidad para frenar su comportamiento, son impulsivos y responden en caliente, pero cuando pasa ese momento sí tienen la capacidad de darse hacerse conscientes y responder con empatía a lo que han hecho y de arrepentirse. Estas personas podemos llamarlas antisociales y no cumplen tanto con el perfil de psicopatía. Aunque su delito pueda ser muy grave, no estaríamos hablando de psicopatía. Pueden hacer, pero no podrían mirar friamente sus propios actos.
En cambio, cuando tenemos personas que, además de poseer estas características antisociales, no se arrepienten de sus actos y no experimentan culpa ni empatía hacia la víctima, es decir, tienen puntuaciones en el Factor I y II, tenemos un perfil más peligroso y definitorio de lo que es la psicopatía, en concreto la psicopatía criminal, dada su estrecha relación con el mundo del delito. Pueden hacer, pueden mirar sus propios actos con tranquilidad y eso implica que pueden buscar repetir conductas similares.
Por último, el tercer perfil lo formarían aquellas personas que no cometen actos antisociales, que no son impulsivos, pero que tienen una dificultad muy grande para vincularse con los demás y establecer lazos afectivos, además de ser carentes de empatía y crueles: altos en el Factor I en exclusiva. A este último perfil se les denomina psicópatas subclínicos, o con éxito, dado que no suelen entrar en contacto con el mundo judicial, pero sus características de personalidad hacen daño a los demás de otra forma, explotando, estafando y siendo crueles con los que les rodean, con tal de conseguir sus objetivos. Este último perfil está bastante bien representado en el mundo de la empresa y las finanzas.
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