Así como hace algunos años estuvieron de moda los trompos y los yoyos, hoy el juguete más codiciado es una serie de video juegos que muestran robos de carros y asesinatos, donde los muñecos electrónicos se reencauchan después de una balacera y se ganan puntos por robar, atracar y matar. Algunos de estos juegos diabólicos vienen incorporados en la súper maquina electrónica Xbox. El peor de todos, pero no el único, que se conoce por su nombre en inglés, es Grand Theft Auto (Gran Robo de Carros). Otros, como San Andreas, se adquieren pirateados en expendios que todos los niños y adolescentes conocen y a los que más y más padres desprevenidos son llevados por sus hijos de cabestro para que les compren los ‘chiviados’ juegos, cuyo contenido es una apología del delito. Como comprar de contrabando no es malo dentro de nuestros viciados códigos de ética, el padre sale feliz, pues adquirió el preciado juguete a una décima parte del valor real.
¿Cuántos padres y madres desconocedores de la electrónica moderna, pensando que sus hijos están haciendo tareas, se desentienden de ellos mientras que el niño está recibiendo mensajes subliminales de cómo convertirse en un antisocial? En estos días, en un prestigioso colegio suspendieron a tres niños por robarle $6.000 de la billetera a una niña y en otro se prohibió llevar celulares y calculadoras, pues el colegio no podía responder por ellos. Hace algunos años, estudiantes de último año de bachillerato de otro plantel educativo, igual de prestigioso, se robaron los exámenes del Icfes e, increíble pero cierto, sus padres, algunos pilares de la sociedad, hicieron cambiar al rector porque no los iba a dejar graduar.
En Estados Unidos, donde ya ha pasado que salen adolescentes de las salas de videojuegos a echarle bala a transeúntes o a compañeros de clase, los televisores tienen forma de excluir programas violentos y no aptos para menores. Igualmente, en el primer mundo, los videojuegos vienen con restricciones y ningún vendedor recomienda que se compren aquellos que no correspondan a la edad del niño o niña.
Aquí en Colombia, nos preguntamos cómo un Fernando Botero Zea, hijo del mejor pintor colombiano y una mecenas de la cultura, terminó sin saber la diferencia entre el bien y el mal. Se dice que los hijos son el reflejo de la familia, sin embargo, estudios sobre delincuencia muestran que hay muchos factores que marcan los valores del adulto joven, entre ellas la presión del grupo y la tolerancia de la sociedad. ¿Por qué Colombia es vendedora de coca y Ecuador no? ¿Será que acaso nuestro valores están trastocados y hay poca sanción social? Y así como la ex canciller se retiró a ayudar a sus parientes, en vez de alejarse de ellos, en otros casos se juzga socialmente por delitos no cometidos a familiares inocentes hasta el cuarto y quinto grado de consanguinidad, como si un abuelo o abuela en común uniera para siempre a todos los miembros de una extensa familia, tanto los buenos como los malos.
Fuente: ElPais.com.co