En el escenario del crimen, donde yace el cadáver, ellos ven un ‘puzzle’. El ‘puzzle’ blanco. Un rompecabezas de piezas inconexas, de aristas y formas imprecisas, que no suelen encajar a simple vista. Hay que estudiarlas, limarlas, trabajarlas. Hasta que las incógnitas se conviertan en respuestas. La Policía Científica, algo así como el CSI español, tiene la misión de descifrar el misterio que rodea a un cadáver hallado en extrañas circunstancias. Quién es, cómo ha muerto y por qué. Y si es un crimen, quién es el autor.
La investigación comienza siempre con la identificación de la víctima. Son los cimientos del caso y, por extensión, uno de los principales caballos de batalla para los agentes. Un trabajo que a veces termina con buscar el DNI en la cartera del fallecido, pero que en otras ocasiones se complica por la ausencia total de pistas sobre su identidad. Es entonces cuando empieza el trabajo de laboratorio.
En un año negro en cuanto a muertes violentas en Málaga -se han producido 13 homicidios en la provincia, el último el pasado miércoles en la calle Pacífico-, la labor de estos agentes cobra especial protagonismo. SUR se adentra en este mundo de la mano del jefe de la Brigada de Policía Científica en Málaga, el inspector jefe José Vicente Leal, quien lanza una advertencia justo en el punto de partida de la investigación. «Cada caso es diferente», avisa el especialista, «se puede hablar de metodologías, pero todo dependerá del estado en que se encuentre el cuerpo o los datos que tengamos a nuestro alcance».
El primer lugar donde miran los policías para averiguar quién es el fallecido no es el rostro, sino las manos. La necrorreseña (toma de huellas dactilares al cadáver) es el primer peldaño, y a veces el último, en la identificación de un cuerpo. «Es el primer método que se usa, ya que es el más rápido, el más sencillo y lo consideramos totalmente fiable. Lo cierto es que con esta prueba logramos averiguar la identidad de la mayoría de los muertos», aclara.
Si el caso está meridianamente esclarecido -se maneja una identidad probable y la causa de la muerte- sólo se toman las huellas de los dedos índices para cotejarlas con la base de datos de la Policía Nacional, donde se incorporan las impresiones dactilares de los ciudadanos al expedirles el DNI.
Por el contrario, cuando se trata de una muerte violenta y aún hay demasiadas incógnitas por despejar, los agentes de la Científica recaban las huellas de los diez dedos del fallecido y, a veces, también las de las palmas de las manos. «Esto se hace para descartar las huellas de la víctima en el escenario del crimen», añade Leal. Algo parecido ocurre en los asaltos a viviendas, donde siempre se recogen las impresiones digitales de los moradores. Es lo que policialmente se conoce como ‘cotejo de inocentes’.
Pero hay casos en los que la necrorreseña no es precisamente una tarea fácil. «Es muy difícil tomar las huellas en cadáveres que se encuentran en avanzado estado de descomposición (momificados o esqueletizados) o que han sido hallados en el mar (su nombre científico es saponificados)», explica el jefe de la Policía Científica malagueña.
En el primero de los supuestos, los investigadores realizan en el laboratorio un tratamiento químico en los dedos de las víctimas para recuperar el dibujo dactilar y así llegar a su identificación. Si se trata de un cuerpo carbonizado o electrocutado, los agentes se limitan a limpiar con sumo cuidado la falange y rehidratar la epidermis.
Sin embargo, cuando el cadáver se halla momificado, el tratamiento, que también se realiza en el laboratorio, es mucho más complejo. «Se denomina regeneración de pulpejos, que consiste en recuperar los tejidos de los dedos para conseguir la huella digital del difunto», detalla José Vicente Leal.
En los cadáveres de ahogados, el problema radica en que la piel está muy deteriorada y no se puede recoger la impresión dactilar. El sistema empleado por la policía en estos casos requiere, además de conocimientos científicos, una gran destreza por parte de los agentes para obtener lo que en el argot se denomina ‘guantelete’. «Consiste en extraer la epidermis en forma de dedal para colocártela en el dedo y así tomar la huella», cuenta Leal.
Los avances en investigación forense han desbancado a las tintas, que han dejado de utilizarse para conseguir la impresión dactilar. «Ahora empleamos un reactivo, una especie de polvo muy fino que se esparce sobre la yema del dedo, y luego colocamos sobre él unas etiquetas adhesivas que se pegan con acetato para obtener el dibujo», apunta el agente.
Aunque la necrorreseña es la técnica a la que recurren con más frecuencia, las pruebas odontológicas, radiológicas y de ADN también se consideran métodos fiables para confirmar una identidad, aunque suelen ser complejos. «El estudio de las dentaduras es laborioso, porque tenemos 32 dientes y cada uno de ellos tiene cinco caras, lo que ofrece un montón de combinaciones posibles», detalla el inspector jefe, que atesora veinte años de experiencia en la Policía Científica.
Los otros dos métodos -radiológico y ADN- dependen siempre de caso que se esté investigando, ya que si la víctima no tiene ninguna prótesis ni ha sido operada, no hay hilo del que tirar. Y si no se ha localizado a un familiar, tampoco hay manera de contrastar su código genético, salvo que el fallecido sea un delincuente fichado por ADN.
Las pesquisas que llevan a la identificación de una víctima son variadas. A veces, los agentes logran aproximarse a la identidad del muerto mediante la recogida de datos físicos y de vida. Es lo que se conoce como estudios complementarios. Sin embargo, se consideran identificaciones provisionales. La confirmación sólo puede producirse por el camino de la ciencia.
Fuente: SUR.es
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