Adrian Raine, profesor de psiquiatría, criminología y psicología en la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), trata sobre las ventajas de que los sistemas jurídicos adopten el conocimiento científico, en este caso, la neurocriminología, a la hora de dictar sentencia y reducir condenas y predecir la conducta criminal:
No hay duda de que la neurocriminología nos pone en terrenos difíciles, y algunos desean que no existiera en absoluto. ¿Cómo sabemos que los viejos tiempos de la eugenesia realmente terminaron? ¿Acaso no es la investigación sobre la anatomía de la violencia un paso hacia un mundo donde se pierden nuestros derechos humanos fundamentales?
Podemos evitar estos resultados calamitosos. Una comprensión más profunda de las causas biológicas tempranas de la violencia puede ayudarnos a tomar un enfoque de mayor empatía, comprensión y más misericordioso tanto con las víctimas de la violencia como con los propios prisioneros. Sería un paso adelante en un proceso que debe expresar los más altos valores de nuestra civilización.
Por un lado, Raine admite que aunque en la mente criminal, la genética juega un papel poderoso, el entorno lo hace en menor medida. Por otra parte, entender que no existe el libre albedrío no aboliría las cárceles ni el sistema de justicia criminal, porque, como explica, Jerry Coyne, seguiríamos «castigando a la gente para alejarlos de la sociedad, para dar un ejemplo para los demás -esto afecta a sus propias decisiones futuras- y para reformar a las personas».
Entre más rápido se acepte la inexistencia del libre albedrío en nuestros sistemas de justicia y se adopten medidas basadas en la evidencia, más rápido tendremos sistemas de justicia más humanos y certeros.