Para Demócrito, las explicaciones del mundo que invocaban un propósito no tenían sentido. Las verdaderas explicaciones se referían sólo a los movimientos de los átomos, que no tenían metas ni propósitos, pero se movían simplemente debido a sus propiedades intrínsecas y las fuerzas externas ejercidas sobre ellos. Para los atomistas no hay tal cosa como la justicia cósmica. Pero ¿qué hay de la justicia humana? Los seres humanos y sus mentes eran parte de la naturaleza; estos también se componían de átomos que se regían por las mismas leyes que el resto de los átomos. La mente, según Demócrito, es una colección de átomos esféricos en algún lugar del cuerpo y el pensamiento consiste en el movimiento de estos átomos-mentales a medida que interactúan entre sí y con otros átomos. Aunque a menudo decimos que actuamos porque hemos decidido hacerlo, estamos en un error de la misma forma que se equivocan nuestros «sentidos bastardos ‘sobre la naturaleza física del universo. Los actos humanos no se rigen por el propósito y la voluntad, sino por los movimientos e interacciones de átomos sin propósito.
Técnicamente, Demócrito no podía negar el libre albedrío, pues esta noción fue inventada por los padres de la Iglesia, siglos después, para responder al problema del mal (que, dicho sea de paso, no queda resuelto).
Del libro de Kenan Malik sobre Demócrito de Abdera, Tucídides yProtágoras
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