Así, si uno de los mil millones de católicos mejora en sus problemas de hemorroides mientras piensa en la sagrada virgen de Maspallá, ¡milagro!. Que otro piadoso zoquete encuentra trabajo después de rogar a San Agapito, mártir del c… y virgen del p… ¡milagro!. Que un tercer descerebrado aprueba ¡por fin! esa asignatura de primero de bachillerato que lleva repitiendo desde hace más de una década ¡milagro!¡milagro!¡milagro!. En resumen, cualquier coincidencia por más banal, absurda o increíble que sea entre la azarosa realidad y los más prosaicos y vacuos deseos de sus insignificante y mediocres vidas es motivo de santo regocijo por haber despertado la gloriosa y sagrada misericordia divina para cualquier idiotizado seguidor del nazareno.
Así que entonces, sucesos como el acaecido recientemente en Italia en donde un pobre transeúnte ha muerto al ser aplastado por el derrumbe de parte de una colosal y megalómana estatura en honor al difunto papa y futuro santo Juan Pablo II (por supuesto pagada con los impuestos de todos los italianos para mayor gloria de la santa madre iglesia) sólo puede ser interpretado como un designio divino a través de la intercesión del santo encubridor de pederastas y amigo de fascistas difunto padre. Así que entonces, que ese pobre desgraciado (ateo, hereje, gay, divorciado o médico que practicaba abortos) descanse en paz en el infierno gracias a la justa y piadosa ira divina.