En el mundo, cada año, unos 15 millones de personas intentan suicidarse y casi un millón lo consigue. Mueren más personas por esta causa que por homicidios y guerras juntos (1). Bueno, el mundo es muy grande, eso será en lugares geográfica o culturalmente remotos… En España mueren 3500 personas al año suicidándose, bastante más del doble que en accidentes de tráfico (2). Vaya, va a ser que no, que de verdad hay algo importante ahí.
Lo primero que llama la atención al acercarse a tan escabroso tema es enorme discrepancia entre su importancia real y su presencia pública: no se habla de ello en medios de comunicación, en tertulias, en casa…
Lo segundo que llama la atención es la falta de conocimiento fiable sobre la cuestión. Hay una idea muy extendida, conocida como efecto Werther, que considera que los suicidios son contagiosos y que por tanto no hay que informar sobre ellos para evitar otros casos. La veracidad de dicho efecto es sujeto de considerable controversia; si bien parece sensato y hay muchos casos individuales reportados de personas que se han suicidado emulando a otras, los datos epidemiológicos no sustentan el efecto, la cantidad total de personas que se suicida no se ve afectada por la publicidad de casos de famosos o por su silencio.
Hay datos muy sólidos sobre la correlación entre suicidios y desordenes psiquiátricos (el 90% de los casos estaban diagnosticados de alguno) y sobre los principales factores de riesgo, como la depresión y el abuso del alcohol (1). Los autores de este trabajo (1) se quejan de que la tendencia suicida no se considera como una enfermedad en si misma, sino que se ve más bien como una complicación clínica de otras (como la depresión).
De vez en cuando se toman medidas, como códigos éticos sobre la no publicación de informaciones sobre suicidios o la incorporación de dificultades en los lugares típicos de suicidio (barreras en puentes, etc.) y resultan aparentemente efectivas, ya que disminuye el número de suicidios en esos lugares o atribuibles a esas causas. Pero no disminuye el número global, es como si quien ha de hacerlo lo vaya a hacer, aunque sea en otro lugar y de otra forma. Desplazar el problema puede tranquilizar a alguien (al periodista o al alcalde del municipio del puente), pero el problema real continua inalterado.
Artículo completo en: Joaquín Sevilla Moróder