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Los mecanismos de la manipulación

Publicidad-Subliminal-La publicidad subliminal no tiene efecto alguno, pero la forma de pensar de quienes nos rodean sí termina por condicionar nuestra propia manera de ver el mundo.

La historia y la literatura, así como algunos espacios de la teoría meramente especulativa, están llenos de ejemplos de control de la conducta y la mente de las personas. Pocas cosas son tan temibles como la idea de que alguien nos obligue a hacer algo contra nuestra voluntad, especialmente si no lo hace mediante la amenaza y la coacción, sino mediante mecanismos sutiles que operen sin que nos demos cuenta.

Le tememos así a la capacidad de la publicidad, a veces sin darnos cuenta de que si fuera tan efectiva como algunos gustan de presentarla, solo habría una marca o variedad de los productos que consumimos. No habría competencias por calidad, precio, diversidad, sabores, presentaciones, colores y demás… la publicidad todopoderosa bastaría. El mito de la publicidad alcanza su más alto punto con el concepto de la ‘publicidad subliminal’, un fenómeno que no existe, basado en un experimento ficticio del que informó un investigador de mercados llamado James Vicary en 1957. Cuando se trataron de replicar los resultados que inventó, fue imposible. Nunca se ha probado que exista la publicidad subliminal. Y sin embargo, nos preocupa.

Aunque no sea una ciencia exacta, afortunadamente, sabemos que sí es posible manipular a grandes grupos de personas aprovechando algunos aspectos de nuestro comportamiento, especialmente el social. En los años cincuenta, por ejemplo, el psicólogo experimental Solomon Asch demostró que la gente puede dar respuestas que sabe que son falsas bajo la presión de sus pares en un grupo, o de una figura de autoridad. Su experimento original es inquietantemente sencillo: se muestra a un grupo de ocho personas una tarjeta con una línea impresa y otra tarjeta con tres líneas, una igual a la primera, otra notablemente más pequeña y otra notablemente más grande. Siete de esas personas eran cómplices del experimentador y daban, todas concertadamente, una respuesta equivocada. Cuando tocaba el turno a la octava persona, la única que realmente era un sujeto experimental, empezaba dando la respuesta correcta y mirando con incredulidad a sus ‘compañeros’… pero al cabo de varios ensayos, la octava persona empezaba a ‘conformarse’ y a dar la misma respuesta obviamente incorrecta que los demás.
Era como si su calidad de ser social le hiciera seguir la corriente a la mayoría para no desentonar. Algo no muy distinto, podría pensarse, de las identidades sociales que se forman en la adolescencia.

El ‘pensamiento de grupo’, mediante el cual se conforman grupos de opiniones similares, o el ‘efecto arrastre’ como el que tiene la moda, que desata una reacción social en cadena, son formas en las que nuestro entorno nos hace actuar, pensar y opinar de modo distinto del que asumiríamos de modo individual.

En ese sentido, uno de los experimentos más desasosegantes es el conocido como ‘La tercera ola’, un ejercicio de enseñanza de la historia del nazismo a nivel de instituto que se convirtió en la radiografía de una pesadilla y en una advertencia escalofriante.

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Artículo completo en: [Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE]

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