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El círculo vicioso del dopaje

Suele empezar como una simple treta para ganar una competición, pero la historia ha demostrado que casi siempre termina en el hospital, en los juzgados o en el infierno de la opinión pública. En los últimos tiempos, incluso, parece que se ha convertido en algo consustancial al deporte de élite, donde la diferencia entre ser primero y el segundo es abismal, aunque la diferencia de méritos sea de unos pocos segundos, como en el último Tour de Francia. El dopaje es un círculo vicioso de contradicciones -en el que se mezclan trampa, delito, enfermedad y pecado- que atrapa a grandes deportistas y que ha provocado una crisis institucional en un deporte tan popular como el ciclismo.

El de las dos ruedas es el deporte donde la sombra de la duda planea con más frecuencia, aunque los ciclistas se defienden diciendo que a ellos simplemente les hacen más controles que a otros deportistas. Los datos les desmienten. En 2006 se hicieron 19.781 controles a atletas, de los cuales 315 dieron positivo, o como se dice formalmente, presentaron ‘hallazgos analíticos adversos’. En ciclismo se hicieron 14.229, pero los positivos fueron 594.

Los positivos no implican sanción, ya que pueden estar justificados por enfermedad, pero Pedro Manonelles, secretario general de la Federación Española de Medicina del Deporte, considera que son un indicativo de que, en efecto, los ciclistas se dopan más. ‘En otros deportes, como el fútbol, el físico cuenta menos. Un delantero puede tirarse un partido sin hacer nada y meter un gol gracias a su técnica’, explica.

Cada deporte propicia un tipo de dopaje distinto. En el billar, los tranquilizantes, ‘aunque algunos se equivocan y toman estimulantes’, bromean los expertos. En el ciclismo predominan las técnicas que aumentan la disponibilidad de oxígeno, como la hormona eritropoyetina (EPO), que puede provocar hipertensión o un accidente tromboembólico, y las transfusiones sanguíneas, que tienen riesgo incluso cuando la sangre es de la propia persona.

La sanción por doparse es la misma para todos los deportes y para todas las sustancias, con la excepción de los estimulantes, cuya penalización es menor. El doping se castiga con dos años de inhabilitación la primera vez y de por vida la segunda.

Las razones para prohibir una sustancia que da la Agencia Mundial Antidopaje son dos: que sea perjudicial para la salud o que permita competir con ventaja, o ambas. Pero hay una tercera razón, según Manonelles, ‘más discutible’, que vaya contra el espíritu del deporte. En este epígrafe se incluyen sustancias como el cannabis, que no mejora el rendimiento, o los corticoides, que salvo en grandes cantidades no tienen prácticamente ningún efecto.

Aunque están muy relacionados, el médico insiste en separar la trampa del daño a la salud, y lamenta que se mezcle dopaje y drogadicción. ‘Muy pocos deportistas acaban siendo adictos, no más que en otros gremios. La adicción es incompatible con el rendimiento’, señala.

La ley española, por su parte, ha optado por no mezclar dopaje y salud. ‘Fuimos muy críticos con el borrador, que preveía incluso confiscar nuestros botiquines, en los que solemos llevar sustancias susceptibles de considerarse dopantes, pero el resultado final es muy positivo’, dice Manonelles. Llegados a este punto, un reglamento regulará la cantidad y el tipo de medicamentos que pueden acompañar a los médicos deportivos.

La ley nació inspirada por la francesa y la italiana, pero es menos policial, en opinión de Manuel Martín Domínguez, especialista en Derecho del Deporte de Gómez Acebo & Pombo. Además, ‘no recoge el consumo de sustancias dopantes como delito, a imagen de la legislación sobre drogas’, explica. ‘El tráfico y el fomento del consumo, sí’.

El solapamiento entre la justicia civil y penal y la deportiva puede producir situaciones indeseadas. ‘Cuando hay indicio de delito la justicia deportiva se interrumpe, y dada la lentitud de la penal, puede salir barato delinquir’, señala Martín Domínguez. Otro motivo de conflicto son las contradicciones entre las legislaciones deportivas nacionales e internacionales, y los códigos éticos internos, como los que han proliferado últimamente en el ciclismo, que obligan a los equipos a suspender o expulsar a sus corredores a la mínima sospecha de dopaje, como hizo hace un par de semanas el Rabobank con Michael Rasmussen, cuando era maillot amarillo del Tour. ‘Está por ver si tienen encaje en las leyes laborales de cada país. Hay impugnaciones al respecto’, añade el jurista.

La persecución es implacable. La Agencia Mundial Antidopaje recomienda hacer controles específicos a los deportistas sospechosos, en lugar de los tradicionales sorteos. Pero a nadie le interesa que haya demasiados escándalos; el propio Comité Olímpico Internacional consiguió que el Gobierno italiano dejara en sus manos la aplicación de la Ley Antidopaje durante los Juegos de Invierno de Turín 2006. No querían policías en la Villa Olímpica.

Fuente: 5Dias.es

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