Hacer hablar a un detenido bajo tortura es, además de inmoral, inútil. Los últimos avances en neurociencia revelan que las técnicas usadas durante varios años por el Gobierno de EEUU contra los sospechosos de terrorismo, aunque consiguieran que el reo cantase, provocaban que la información no fuese fiable.
El pasado abril, la actual administración estadounidense publicó una serie de cuatro memorandos sobre el uso de la tortura durante la era Bush. Tras analizar ese material, la neuróloga del Trinity College de Dublín (Irlanda), Shane O’Mara, sostiene que determinadas técnicas durante los interrogatorios no consiguen el efecto deseado obtener información relevante del sospechosos aunque él no quiera, sino que perjudican a la propia investigación.
EEUU publicó cuatro informes sobre la tortura en la era Bush
“El estrés extremo generado por estas técnicas daña el tejido y órganos cerebrales que sostienen tanto la memoria como los procesos de toma de decisiones”, dice O’Mara. Para la neuróloga, no se trata de que el detenido cuenta lo que sea para acabar cuanto antes, como se suele creer, sino que varias funciones clave del cerebro se ven perjudicadas durante la tortura.
El avance en la neurociencia y la medicina ha tenido su paralelo en las técnicas de interrogación. La privación del sueño durante varios días, el aislamiento sensorial (como el aplicado a detenidos en la base de Guantánamo, a los que se les vendaba los ojos y tapaba los oídos) y la tortura psicológica han desplazado a las torturas físicas, no tanto por cuestiones morales como de eficacia.
Como escribe O’Mara en su artículo Torturando el cerebro, publicado ayer en la revista Trends in Cognitive Science , los memorandos secretos publicados en abril justifican las nuevas técnicas de tortura por el hecho de que “la información oculta en la memoria de un detenido puede ser recuperada si se le aplican determinadas técnicas no verbales durante largos periodos de tiempo”. Los autores de estas justificaciones sostienen que el estrés, la ansiedad intensa, la desorientación y la falta de control sobre su cuerpo hacen que la información conseguida de esta manera sea más fiable y verídica.
“El estrés generado por estas técnicas daña el tejido y órganos cerebrales”
Pero la neurología dice lo contrario. O’Mara ha revisado las últimas investigaciones sobre el rendimiento cerebral en situaciones extremas (incluyendo algún experimento con soldados) para concluir que la tortura hace que deje de funcionar como debería. La ciencia tiene aceptado que el hipocampo y el córtex prefrontal son claves en la memoria y en los procesos para recuperar la información. Además, ambos elementos presentan una red de enlaces muy tupida.
El estrés (definido como excitabilidad provocada por un evento desagradable sobre el que no se tiene control) provoca la liberación de hormonas como el cortisol o la noradrenalina, encargadas de mantener el mecanismo de alerta y respuesta del cuerpo. Por su naturaleza, son hormonas de uso intenso pero breve. Pero a los detenidos se les tiene días sin dormir o sometidos a acoso verbal para sostener el nivel de estrés. Esto provoca una especie de sobredosis en el hipocampo y el córtex prefrontal (ricos en receptores de estas hormonas) que genera, además de pérdida de tejido cerebral, una disfunción neurobiológica.
El detenido relata eventos que, siendo falsos, él recuerda como verdaderos
La privación continuada del sueño, que aumenta también los niveles de cortisol, tiene un efecto de borrado de memoria. Además, la ansiedad y el estrés afectan al lóbulo frontal, auténtico director de orquesta del cerebro. La literatura científica recuerda que la fabulación es muy habitual cuando hay un desorden en el lóbulo frontal. Esto hace que el detenido relate eventos que, aún siendo falsos, él recuerda como verdaderos. Incluso su cerebro extrae datos de las propias preguntas del interrogador, los incorpora a su memoria y los cuenta como propios.
La entrada en escena de la amígdala cierra este ciclo infernal. Este elemento del cerebro regula los estados de miedo y amenaza. Su estimulación provoca una realimentación del estrés y la ansiedad, lo que vuelve a liberar una cantidad adicional de hormonas.
O’Mara recuerda que estas prácticas fueron usadas por el ejército de EEUU o agencias como la CIA entre 2002 y diciembre de 2005, pero fueron desechadas ya antes de la llegada al poder de Barack Obama. “Los militares de EEUU, en su manual más reciente, han reiterado su oposición a estas tácticas”, apunta.
Fuente: Ciencia al día