Ocurrencias políticas que apenas rozan la realidad
¿A qué lumbrera se le ocurrió barruntar que se puede acabar con la violencia en las relaciones personales –incluida la mal llamada de género– a base de montar espectáculos políticos con criterios buenistas, con victimismos de telenovela, con visiones parciales de la vida cotidiana, paseando cadáveres, o con informaciones sesgadas que en numerosas ocasiones ocultan o disimulan lo que todos y todas sabemos o intuimos?
La violencia en las relaciones personales es pura y simple v-i-o-l-e-n-c-i-a, que para ser condenable no necesita adjetivos políticos ni sexuales. Nadie sensato justifica la violencia, sean entre humanos del mismo o de distinto sexo.
A fuer de hablar de violencia de género y de legislar contra la Constitución (¡el sexo del varón es un agravante!) han conseguido que numerosos varones se sientan ciudadanos de un Estado que les tiene en el punto de mira por la condición natural de ser varones. De nada sirve que el ciudadano esté en contra y no practique la violencia en las relaciones personales, pues el mensaje de la miembra-ministra, de la gobierna y de la legislación vigente es tan claro como aberrante: «Varón, luego sospechoso«.
¡Casi todos y casi todas estamos hasta los cojones-ovarios de la campaña de publicidad sobre la violencia de género!
Violencia y dominio, arma y objetivo
En todo caso, la violencia es una herramienta más de las que utiliza el ser humano –solo o en grupo– para perpetuar su dominio; en el caso que nos ocupa la violencia se utiliza para recuperar el dominio sobre la mujer, o para matarla cuando ya es imposible recuperarlo. O viceversa.
No hay duda que que el uso de la violencia es más habitual entre los varones que ejercen de machos-machos, en tanto que las mujeres que van de hembras por la vida utilizan otras armas, que cuando se empeñan son altamente destructivas… ¿Hace falta entrar en detalles?
Por otro lado, ¿qué papel juega la violencia en la histórica discriminación que han sufrido y todavía sufren numerosas mujeres? Pues resulta que la violencia es sólo una herramienta, porque –a ver si se enteran– la violencia no ha sido ni es el motor ni el origen de la discriminación sexista.
En origen, los motores de la discriminación de la mujer son, fundamentalmente, dos: la economía y la religión.
Pero regresando al hilo inicial y sin entrar en honduras histórico-antropológicas que requieren una biblioteca: La violencia en las relaciones personales –con independencia del sexo– no es el mal, sino el síntoma.
¿Entonces, dónde está el mal, el error, la tara?, ¿cuál es el interruptor que convierte en agresión una disputa o una diferencia entre un hombre y una mujer?
¡No hay un solo interruptor! Sin embargo, para lumbreras políticas como la miembra-ministra y para quienes ella representa todo se reduce al mal género de los hombres. ¿Llegará el día en que ese y otros fenómenos en la relación hombre-mujer se analicen y se afronten con el cerebro, en lugar de con el pene o con el clítoris?
Hay consenso generalizado en que debemos acabar con la violencia y demás armas que se utilizan en las relaciones hombre-mujer, pero para ello es preciso –entre otras cosas– ridiculizar y denostar socialmente a
los tipos que van de siete machos y a
las mujeras que viven como reinas calentando braguetas. Además y con la misma finalidad, también convendría que las
miembras-ministras, sus jefes/as y aliados/as dejen de dar la matraca con simplismos y aborden el asunto con rigor: A ver si se enteran de que, básicamente,
no es una cuestión de sexo, sino de dominio personal, económico, político, religioso, social, etcétera… Y sólo a veces, ¡muy pocas veces!, de dominio sexual.