¿Hay algo más trágico que perder a un hijo? El fallecimiento de un descendiente supone el dolor más desgarrador al que se puede enfrentar un ser humano; por eso resulta difícil admitir que un padre o una madre pueda llegar a arrebatar la vida a quien se la dio. Pero ocurre, y cada vez en mayor medida. Un reciente estudio del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia ha revelado que cada año mueren doce niños en España a manos de sus progenitores, es decir, al menos uno al mes. La mayoría, por palizas. Los expertos, sin embargo, creen que es la punta del iceberg. «Hay muchos más casos, lo que ocurre es que no se pueden catalogar como homicidios y quedan como accidentes o muertes súbitas», opina Javier Urra, psicólogo clínico y experto en temas de menores.
Este espeluznante retrato es fruto del estudio realizado por los expertos del centro valenciano sobre las estadísticas de infanticidios cometidos en el ámbito familiar entre los años 2004 y 2007. En este periodo perdieron la vida a manos de parientes un total de 59 menores, 48 de ellos a manos de sus padres, ya fueran biológicos o las parejas de éstos. Todos tenían menos de 13 años. Ninguno de los agresores era padre adoptivo.
Urra cree el incremento de casos detectado por esta investigación pueda deberse a que «ahora hay más métodos de detección». «Sin embargo todavía hay casos que no se comprueban. Los médicos pueden tener sospechas pero como no se ven capaces de demostrarlo en un juicio, lo dejan en la duda. Detrás de muchas muertes súbitas hay padres que no aguantan el llanto de su hijo y lo ahogan con la almohada», sostiene el experto.
Abandonados al nacer
Hace un par de semanas, Marilina dio a luz sola en la casa que compartía con otros dos compatriotas sudamericanos en Barcelona. Metió al bebé en un cajón de su armario y se fue al hospital, donde fue atendida de una fuerte hemorragia. Horas después, el pequeño fue encontrado muerto. Según el Centro Reina Sofía, la mitad de los niños asesinados por sus padres tenían menos de un año y uno de cada cinco eran recién nacidos.
Muchos pierden la vida casi en el mismo momento de nacer, por abandono, como el hijo de Marilina. Cuando son más mayores, las agresiones físicas son la principal causa de su prematura muerte. Uno de cada cinco niños fallece tras una brutal paliza, como Iraitz. El pequeño de tres años, la única víctima vasca de este periodo, falleció en agosto de 2004 en Vitoria, en plenas fiestas de La Blanca. Su muerte a manos de su padre cortó en seco el espíritu festivo de los vitorianos, que no podían dar crédito a lo sucedido: Pablo Cacho y su hijo habían disfrutado como una familia normal de las fiestas. Después de llevar a Iraitz a las barracas y de darle para cenar una manzana caramelizada que habían comprado en la feria, le propinó una brutal paliza hasta que acabó con su vida.
¿Cuál es el perfil de estos agresores? ¿Son monstruos, enfermos, delincuentes? ¿Existen factores que pueden llegar a explicar su conducta? Según las estadísticas, las personas que asesinaron a sus hijos son mayoritariamente hombres, de entre 25 y 34 años, de origen español, parados y de bajo nivel socioeconómico. Ángela Serrano, responsable del área del menor del Centro Reina Sofía, dibuja su retrato robot psicológico. «Son personas de baja autoestima que perciben los estímulos que emiten los niños como amenazantes. No saben afrontar el comportamiento de su hijo, les desquicia de tal manera que no lo pueden controlar y le acaban agrediendo de forma salvaje. Crean expectativas inapropiadas del menor ».
En el caso del pequeño Iraitz, el agresor era habitual consumidor de drogas. En contra de lo que pudiera parecer, las adicciones a sustancias estupefacientes o al alcohol están detrás de un porcentaje no muy elevado de casos: apenas un 15%. Los expertos, sin embargo, sospechan que el dato no se ajusta a la realidad. «Creemos que el consumo tiene más incidencia, pero quizá no se ha recogido adecuadamente a la hora de catalogar cada suceso», apunta Serrano.
Lo que sí es un denominador común es la falta de empleo de los agresores y su bajo nivel socioeconómico, dos factores que combinados con un hogar desestructurado pueden dar lugar a un cóctel explosivo de violencia contra el más débil. «Estos padres sufren un mayor nivel de estrés que, unido a otros factores, les impide afrontar con normalidad las reacciones del niño. Les desquicia de tal manera que no pueden controlarse y estallan. Luego lo justifican como provocaciones del niño. Creen que si lloran es por fastidiarles, porque no les reconoce como padres», explica la experta.
En cualquier caso, Ángela Serrano advierte sobre el riesgo de «estigmatizar» a las clases sociales bajas. «No se puede generalizar», asegura. Prueba de ello es uno de los últimos casos que más ha conmocionado a la opinión pública: el del ejecutivo vizcaíno Alberto Izaga, que acabó a golpes con la vida de su pequeña Janire, de dos años, en su lujoso apartamento londinense. Un jurado inglés lo declaró inocente por enajenación mental y, en la actualidad, está ingresado en un psiquiátrico.
Malos tratos
En mayo de 2004, la localidad valenciana de Alcira se sobrecogió con el drama de Jennifer Irene Lara, una dominicana que había decidido separarse de su marido, de origen español, al que conoció cuando fue de vacaciones a su país. Tenían tres hijos. Una noche, el hombre derramó el contenido de una lata de gasolina en la vivienda y la prendió fuego. Cerró con llave y se fue. La mujer y los dos pequeños, de 8 y 5 años, murieron abrasados.
Éste fue el terrible colofón a una dramática historia de vejaciones y malos tratos que sufrieron tanto Jennifer como sus hijos. No es algo puntual: las agresiones previas están presentes en uno de cada cinco casos de muerte infantil. «Estas personas también tienen malas relaciones con sus familias y suelen ser maltratadores de sus parejas. Presentan una afectividad muy negativa, fuertes distorsiones cognitivas y mucha ansiedad», asegura la experta.
Fuente: El Correo Digital