Las últimas semanas se ha encendido, en nuestra sociedad, un debate tan irracional como absurdo: la cadena perpetua. La chispa ha saltado con algún delito espeluznante. La gasolina la han aportado políticos demagogos y osados (al estilo de la añosa Esperanza Aguirre) en su búsqueda del voto casposo.
Finalmente, una cobertura mediática insana y oportunista, así como la ignorancia (quiero creer que bienintencionada) de los “padres espectáculo” han alimentado esta hoguera de sinrazón.
En realidad, este debate sobre “el endurecimiento de las penas mediante la cadena perpetua” es un árbol torcido que hunde sus raíces en el desconocimiento de la criminología y la legislación en vigor.
De hecho, la implantación de la cadena perpetua en España implicaría una rebaja sustancial de las penas privativas de libertad.
Así, nuestro Código penal vigente establece en su artículo 76 que el límite máximo de cumplimiento de las penas privativas de libertad podrá llegar… ¡hasta los cuarenta años!
Por otra parte, mientras una cadena perpetua permitiría excarcelar a un recluso a los quince años de cumplimiento, el artículo 78 de nuestro Código determinaría, en el mismo supuesto, que el régimen abierto o la libertad condicional no pudiera alcanzarse hasta que se hubiera cumplido más de treinta años de privación de libertad…
… Pero, ¡Dios mío! ¿Por qué los políticos charlatanes, los “padres espectáculo” y algunos “todólogos” no se molestan en leer la ley antes de opinar sobre su reforma?
Y olvidamos una cuestión de especial trascendencia: el endurecimiento de las penas no implica la disminución de la delincuencia.
Por ello, el combate al crimen precisa de medidas mucho más profundas. Poco pueden conseguir las penas duras frente a legiones de jóvenes que son carne de fracaso escolar, frente a hombres y mujeres cuyo futuro es un empleo mal retribuido y precario… Obviamente, atajar las causas reales de la delincuencia no interesa a la derecha política, mediática y económica.
Dejando de lado los conflictos psicológicos (psicopatías, esquizofrenias, etc.), la ciencia criminológica enseña que el crimen se origina por causas tan conocidas con la estigmatización social derivada de la pertenencia a otras etnias o a niveles económicos muy bajos, desigualdades sociales, consumo de drogas o alcohol…
A esto habría que añadir la influencia de los medios de comunicación que estimulen la violencia, el desprecio al débil y la obtención de bienes materiales por cualquier medio.
En esta línea, la Directiva de la ONU para la prevención de la delincuencia juvenil (resolución 45 / 112 de 14 de diciembre de 1990) recomienda en el capítulo IV, inciso B, punto 21: “Enseñar los valores fundamentales y fomentar el respeto de la identidad propia… las características culturales, los valores sociales del país, de las civilizaciones diferentes de la suya y de los Derechos Humanos y libertades fundamentales”.
Desgraciadamente, en España se han sustituido los valores por la moralina que expende la derecha en cápsulas gazmoñas de sexualidad medieval y conceptos etéreos, vacíos (familia, patria, etc.). A esto han añadido inyecciones de demagogia y agitación de las bajas pasiones con el pretexto de alarmantes delitos.
Sin embargo, los valores fundamentales que cimientan una sociedad son reales. Hablo de inculcar la solidaridad, el respeto a las minorías y a los desprotegidos, la honradez, el espíritu de superación, la grandeza de los Derechos Humanos…
¿Significaría todo eso acabar con la delincuencia? Por supuesto que no. Pero combinar esos valores con una política social justa y un uso no irracional ni ignorante de las leyes disminuiría notablemente los delitos.
Lamentablemente, a nuestra derecha no le interesan los valores reales, la igualdad social y el conocimiento de la ley.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor
Blog de Gustavo Vidal Manzanares
Fuente: elplural.com
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