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El psicoanálisis ¡vaya timo!

El psicoanálisis está repleto de afirmaciones extraordinarias. Freud nos dice cosas como que los bebés tienen una vida sexual muy activa, o que la mayor parte de los niños a la edad en que empiezan a acudir al colegio están enamorados de sus madres y desean matar a sus padres, o que las niñas envidian el pene y los niños temen ser castrados. Muchas personas creen que las afirmaciones del psicoanálisis pertenecen al campo de la ciencia y que debemos creerlas, por extraordinarias que nos resulten, porque han sido científicamente demostradas. Sin embargo —afirman Carlos Santamaría y Ascensión Fumero—, ni Freud ni sus seguidores demostraron jamás ese tipo de afirmaciones, ni con pruebas extraordinarias ni con indicios relativamente razonables. El psicoanálisis ha lanzado al mundo las ideas tal vez más sorprendentes sobre la psicología humana, pero no lo ha hecho tras considerarlas probadas. Estas afirmaciones son a veces simplemente falsas y otras sencillamente indemostrables….

Un nuevo libro de la editorial Laetoli, serie Vaya timo (colección dirigida por Javier Armentia y editada en colaboración con la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico www.escepticos.org), El psicoanálisis ¡vaya timo!, escrito por Carlos Santamaría (Madrid, 1962) y Ascensión Fumero (Santa Cruz de Tenerife, 1967).

Extracto del libro

¿Qué dice el psicoanálisis?

No es fácil, desde luego, pensar en un método para investigar precisamente aquello a lo que no tenemos acceso. Freud propuso, por tanto, la utilización de una metodología totalmente indirecta. En primer lugar, como hemos dicho, empezó a usar la asociación libre. La idea le vino también de sus observaciones de una sesión de hipnosis, pues después del trance hipnótico parecía producirse una amnesia de todo aquello que hubiese sucedido durante la sesión (al menos, eso era lo que sostenían algunos investigadores de la época). Sin embargo, se había descubierto que, si se pedía al paciente que dijese lo primero que le viniera a la mente, diría alguna palabra relacionada con lo que le había sucedido durante el trance. Es decir, las personas no tenían conciencia de ello pero existía un trazo de memoria. Freud pensó inmediatamente que esta misma técnica podría utilizarse con personas no hipnotizadas: si pregunta directamente al paciente por el motivo de su preocupación, el analista chocará con su resistencia a manifestar la verdadera causa del problema; sin embargo, si le deja que hable en libertad, esta persona, sin darse cuenta, dará las claves para acceder a su inconsciente.

Freud recogió también datos de otros actos en los que no participa la voluntad humana. Su idea era la siguiente: nuestra conciencia trata continuamente de ocultar aquello que nos resulta doloroso o inaceptable; si pedimos simplemente a un paciente que nos diga lo que le preocupa, hará referencia solamente a sus síntomas y jamás llegará al fondo del problema. Sin embargo, los actos fallidos y los lapsus lingüísticos nos podrán dar idea de qué es lo que afecta realmente al paciente.

En la teoría de Freud casi no queda lugar para la casualidad. Si olvidamos un objeto, tal vez nos queríamos desprender de él o que llegase a manos de otra persona. Entre estos actos fallidos los más relevantes son los lapsus lingüísticos, esos errores que nos comprometen a veces y que con cierta frecuencia ponen en evidencia a los políticos ante los medios de comunicación. Un político conocido por su tendencia a cometer este tipo de errores es George W Bush. Preguntado, por ejemplo, por la aplicación de la pena capital como gobernador de Texas, dijo: “Creo que no condenamos a muerte a ningún culpable… quiero decir, inocente”. En otra ocasión, Bush afirmó que su gobierno no dejaba de pensar en cómo causar “daño a nuestro país y a nuestro pueblo”. Estos comentarios provocan la risa de los asistentes a sus conferencias, pero si a ellas acudiese algún psicoanalista sacaría además una conclusión adicional: en sus errores George W. Bush estaría comunicando sus verdaderas intenciones, tal como están registradas en su inconsciente. Es decir, en las adecuadas circunstancias, podría inferirse que Bush pensaba en el fondo que ningún condenado merecía serlo y que su gobierno era dañino para el pueblo americano.

El método propuesto por Freud consistía, por tanto, en analizar los contenidos del inconsciente en cada persona. Junto con la asociación libre y la observación de los lapsus y actos fallidos, otra

vía de acceso al inconsciente es la interpretación de los sueños. Durante el sueño, el inconsciente se expresa sin las restricciones impuestas por la voluntad durante la vigilia. Por tanto, en los sueños cumplimos simbólicamente los deseos que no podemos satisfacer cuando estamos despiertos. Todos los sueños serían, según Freud, realizaciones de deseos. Si nos acostamos con hambre, tal vez soñemos que comemos; si por la mañana deseamos seguir durmiendo, es posible que soñemos que nos levantamos y vamos al trabajo o al centro de estudio mientras permanecemos en la cama. Por supuesto, otras necesidades fisiológicas nos harán soñar en consecuencia.

Freud planteaba que no sólo este tipo de sueños consisten en la satisfacción de nuestros deseos, sino que todos los sueños tendrían esa finalidad. La clave es que los deseos que se satisfacen no son habitualmente conscientes sino inconscientes. Por tanto, alguien puede soñar con el fallecimiento de un ser querido y verse en el sueño sumido en una profunda tristeza. Esto podría significar, sencillamente, que para esta persona dicho familiar está suponiendo un obstáculo para sus intereses y en cierto modo le gustaría que desapareciese de su vida. Así, en la teoría de Freud, los contenidos inconscientes son los que tienen mayor interés para el analista.

El psicoanálisis no es una teoría científica de la mente

Una de las críticas realizadas más frecuentemente al psicoanálisis es precisamente que dicha disciplina no hace lo que el principio original de Arquímedes, sino lo que el “principio ambiguo”. El psicoanálisis no exhibe la valentía que debe caracterizar a las teorías científicas, que deben estar dispuestas siempre a que los datos las contradigan. El psicoanálisis se escuda, por el contrario, en tal cantidad de principios que evita la posibilidad de definir el conjunto de observaciones que demostraría su falsedad. Nos hemos referido en el capítulo anterior a la presunta existencia de personalidades anales retentivas. Según el psicoanálisis, hay personas que en cierto momento de su infancia mantuvieron una curiosa relación con el cuarto de baño, el cual usaban para buscar el placer mediante la retención y expulsión de las heces. Dicha práctica anómala era causa, y tal vez consecuencia, de ciertos desarreglos psicológicos que han de pagar el resto de su vida. Estos trastornos se advierten en el adulto por una excesiva propensión al orden, la minuciosidad, la limpieza… Los anales retentivos son esas personas que alinean cuidadosamente los bolígrafos en el escritorio, ordenan sus libros por colores y tamaños y no soportan el más mínimo desorden en sus costumbres. Si usted ha quedado con un anal retentivo a las cinco en punto, no ha de preocuparse porque pueda hacerle esperar.

Algunas investigaciones han demostrado cierta relación entre diversas características que acabamos de mencionar. Las personas ordenadas suelen ser puntuales, minuciosas, etc., pero nadie ha demostrado jamás que en ciertos momentos de su más remota infancia tuvieran una relación estrambótica con el cuarto de baño. Usted podrá preguntarse entonces cómo hace el psicoanálisis para llegar a tan extraordinaria conclusión.

Podríamos plantear, tal vez, el siguiente tipo de investigación: estudiemos minuciosamente el control de esfínteres efectuado por niños de la edad prevista. En nuestra muestra habrá algunos que retengan los esfínteres más tiempo que otros (estas mediciones habrán de realizarse con los instrumentos adecuados y, en cualquier caso, el investigador no estará recién comido). Deberemos esperar unos años para comprobar si verdaderamente los niños identificados de aquella forma tienen unas características de personalidad más cercanas a la descripción propuesta por Freud que el resto de los niños de la muestra. Tras un trabajo de este tipo, y si encontrásemos la esperada relación, podríamos plantearnos sostener las afirmaciones de Freud. Pero Freud no hizo nada de esto. Para ello hubiese tenido que dedicar una considerable cantidad de esfuerzo y recursos (y también estómago) y esperar unos años a que los niños crecieran antes de publicar sus conclusiones. Pero lo más importante es que se habría arriesgado a encontrarse con que no tenía razón, es decir, tal vez no hubiese hallado relación alguna entre el control de esfínteres durante la infancia y la personalidad adulta. La vía elegida por Freud fue mucho más rápida y efectiva para sus intereses. Bastaba con enunciar sus ideas tal como se le ocurrían o, en el mejor de los casos, fundamentarlas en observaciones clínicas de adultos. Freud jamás observó la retención anal o el complejo de Edipo: los infirió del análisis de los pacientes que acudían ya crecidos a su consulta.

***

Supongamos que un analista tiene la hipótesis de que un paciente suyo sufre precisamente de un trastorno anal retentivo de la personalidad. Dada esta situación, puede tratar de confirmar su diagnóstico preguntando al paciente, por ejemplo, si se considera una persona extremadamente ordenada. Desde luego, si el paciente responde afirmativamente, el analista dará por confirmado el diagnóstico pero, contra lo que dictaría el sentido común a la mayor parte de las personas (al menos a las que no han recibido instrucción psicoanalítica), si el paciente lo negase es posible que el analista diese también por confirmado el diagnóstico. Esto se debe a que la negación del síntoma puede haber sido motivada por la represión, uno de los mecanismos de defensa del Yo —y del psicoanálisis—. Podría suceder también que el paciente dijese: “Yo no, pero mi mujer sí es extremadamente ordenada”, en cuyo caso el analista podría recurrir al mecanismo de defensa de proyección para salvaguardar su diagnóstico, y así puede actuar ante casi cualquier respuesta que reciba por parte del paciente. Si el método científico ha surgido especialmente para evitar la propensión humana a dejarse llevar por ciertos engaños e ideas previas, el método psicoanalítico parece haber surgido para fomentar dicha tendencia.

Una consecuencia de esta manera de proceder es que las hipótesis psicoanalíticas tienen un ámbito de comprobación muy amplio: no es infrecuente que una observación y su contraria vengan a confirmar incluso la misma hipótesis.

El psicoanálisis no es útil como conocimiento psicológico

En este capítulo queremos someter a prueba la utilidad del psicoanálisis como tratamiento de las dolencias de los enfermos mentales. Ya hemos cuestionado la validez científica y teórica de los postulados principales del psicoanálisis, pero es posible que, aun partiendo de premisas erróneas, el tratamiento psicoanalítico tenga alguna utilidad. Es posible que algo funcione sin que conozcamos la causa que está actuando. En tal caso, podríamos basarnos en razones pragmáticas para defender su uso.

Usted tal vez se pregunte si la utilidad terapéutica atribuida desde el principio al psicoanálisis se debe a que Freud obtuvo resultados espectaculares con sus pacientes. Lamentablemente, éste no parece ser el caso. Como hemos dicho, el criterio de éxito de la terapia psicoanalítica es difícil de contrastar con la realidad. Al fin y al cabo, el analista es quien decide cuándo está curado el paciente, y esto lo hace incluso por encima de la opinión del propio paciente. El caso que dio carta de nacimiento al psicoanálisis, el de Anna O., es un buen ejemplo. Después de que Freud proclamara su curación por la palabra en una carta, Breuer, el médico que realmente la trató, comunicó a Freud que la paciente estaba muy mal y que lo único que podría librarla de sus sufrimientos era la muerte. Anna O. fue ingresada posteriormente en un sanatorio para enfermos mentales. El éxito del psicoanálisis no fue, al parecer, demasiado espectacular.

En la época de Freud la neurología se encontraba aún en un estadio muy precario de su desarrollo. Los métodos de diagnóstico más habituales en la actualidad, como el electroencefalograma, ni siquiera existían (los estudios en seres humanos comenzaron en 1920). Esto llevaba a que la mayor parte de las lesiones neurológicas internas, es decir, las que no provienen de heridas abiertas en la cabeza, más ciertos tipos de epilepsia, no fuesen diagnosticadas. Respecto al caso de Anna O., a partir de las descripciones de Breuer y Freud y de alguna información adicional de que se dispone, algunos autores consideran que probablemente padecía epilepsia del lóbulo temporal, lo que explicaría sus problemas de visión doble o borrosa, su dificultad para reconocer caras y la orientación espacial de objetos, etc. Además, sus dificultades para hablar, que podrían estar relacionadas con una afección del área de Broca, corresponderían precisamente con las parálisis que se producían en su mano derecha (las áreas cerebrales circundantes de esta zona del lenguaje corresponden precisamente al control del movimiento del lado derecho del cuerpo). Otros casos de Freud han sido rediagnosticados como ejemplos de enfermedades neurológicas como el síndrome de Tourette.

Otra de las pacientes más famosas de Freud, Dora, fue diagnosticada inmediatamente de neurosis histérica, a consecuencia de la cual, al parecer, sufría dolores abdominales y cojeaba del pie derecho; además, tenía dificultades para respirar. Freud atribuyó esos dolores a un presunto embarazo psicológico, la cojera al pensamiento reprimido de haber dado “un paso en falso” que tuviera como consecuencia dicho embarazo, y las dificultades de respiración al trauma producido por haber asistido al jadeo de su padre mientras realizaba el acto sexual. Lo cierto es que Dora había sido diagnosticada de apendicitis y asma antes de acudir a la consulta de Freud, pero éste rechazó el diagnóstico. No es extraño que una persona que sufra de apendicitis manifieste dolores en la pierna derecha. Desde luego, la interpretación de Freud resultaba mucho más llamativa que la historia de una chica con asma y apendicitis; mucho más dramático es el caso de una chica de 14 años que, según Freud, sufría de una “inconfundible histeria”. Dicha histeria parece que remitió con el tratamiento a que fue sometida por parte de Freud. A pesar de ello, la chica siguió quejándose de dolores abdominales, lo que Freud atribuyó a cierta resistencia a la curación, típica en la histeria. Lamentablemente, Freud estaba, al menos en parte, equivocado: la chica murió dos meses después de un sarcoma abdominal. Ante ello, Freud argumentó que la histeria había hecho uso del tumor para manifestarse de esa manera y no de otra. Como puede apreciarse, no era fácil que Freud reconociera sus errores. Parece ser que cualquier paciente que acudiera a su consulta debía corroborar de algún modo sus presupuestos teóricos, lo que no es más que un ejemplo de la búsqueda de verificación de hipótesis a que nos referimos anteriormente.

El psicoanálisis puede ser peligroso

Aun en el caso de que no provoquen directamente efectos secundarios, pueden ser peligrosas si el paciente abandona o reduce otros tratamientos. Ya vimos cómo el propio Freud confundió el diagnóstico de un cáncer abdominal con un problema histérico y empezó a tratar con psicoanálisis un problema que se hallaba obviamente fuera de su alcance. Tal vez en aquel caso la paciente hubiese muerto igualmente, pero podemos imaginar con terror a dónde puede haber llevado en otros psicoanalistas el afán verificador de sus hipótesis en casos similares, es decir, a que personas con enfermedades graves sean privadas del tratamiento requerido para someterse, en cambio, a un análisis de sus recuerdos infantiles.

Del mito al timo: conclusiones

Freud no se conformaba con lo que podía aportar la ciencia. Había publicado algunos estudios científicos sobre la médula espinal de las anguilas, los cangrejos de río y las larvas de las lampreas, pero esta línea de investigación no le habría reportado la fama que obtuvo tras abandonar el camino del método científico, ni tampoco, por supuesto, el dinero dejado por pacientes, libros y conferencias.

El método científico es necesariamente lento: lo que un investigador puede demostrar es siempre mucho menos de lo que es capaz de imaginar y escribir. Como hemos visto, Freud dispuso de un limitadísimo conjunto de observaciones, pero en su correspondencia de los últimos años llegó a decir que el psicoanálisis podría haber evitado la Primera Guerra Mundial. Sus seguidores tomaron buena nota de ese estilo y no se dejaron amedrentar por lo limitado de sus datos a la hora de construir explicaciones ambiciosas. Lamentablemente, muchos de ellos no tuvieron la capacidad creativa y literaria de Freud. En cualquier caso, el psicoanálisis se presentó al mundo como una disciplina capaz de responder directamente a los problemas humanos. De hecho, los psicoanalistas suelen criticar a la psicología científica por estar “apartada” de los intereses reales de las personas. No cabe duda de que la invención y la fábula pueden despertar mayor interés popular que la descripción de hechos contrastados, como hacen las disciplinas científicas y cualquier acercamiento honesto a la realidad. Por ejemplo, si un reportero riguroso se limita a informar de que un político entró en un coche con una chica desconocida obtendrá menos fama que si monta una historia sobre infidelidades amorosas que expliquen acuerdos de gobierno o cualquier otro asunto que se le pueda ocurrir. Siguiendo el símil periodístico, el psicoanálisis vendría a ser algo así como “psicología amarilla”: la narración de explicaciones arbitrarias sin base real.

El movimiento psicoanalítico se ha constituido más en una doctrina semirreligiosa que en una disciplina científica. Ya indicamos, al referirnos al curioso parecido entre el complejo de Edipo y el pecado original, que hay claros paralelismos entre el psicoanálisis y la religión. Además, al igual que una secta, el psicoanálisis forma sus propios “sacerdotes”, fuera del ámbito académico. Nadie sale de la universidad con un título de psicoanalista: el interesado deberá formarse en los ámbitos que las sociedades psicoanalíticas estipulen. El analista establecerá lo que es bueno y malo para el paciente y lo que debe o no creer sobre sí mismo. Para muchos psicoanalistas, las obras de Freud constituyen un libro sagrado. Es probable que ellos no recuerden haber sufrido el complejo de Edipo, y no hallen razones para creer que durante una época de su infancia obtuvieron placer sexual de naturaleza oral o anal, pero estarán dispuestos a llevar a cabo un acto de fe sobre todos esos supuestos e impondrán a sus pacientes la misma penitencia.

***

El hecho de que el psicoanálisis empezara a aludir continuamente al sexo en una época de honda represión sexual fue, tal vez, su mejor elemento de propaganda. Como adolescentes, los miembros de aquella sociedad se vieron profundamente fascinados por unos libros y unas conferencias que les hablaban de lo que no se podía tratar en otros ámbitos. El entorno médico y cultural en que comenzaba a propagarse el psicoanálisis le servía de coartada para abordar asuntos intratables en otros ambientes. El propio Breuer, coautor junto con Freud de su primer libro sobre la histeria, llegó a decir que el principal objetivo del desmedido énfasis de Freud en la sexualidad había sido épater le bourgeois (es decir, provocar a los burgueses). Parece que lo consiguió, y que despertó en ellos un gran interés.

El psicoanálisis se atreve, además, a abordar la explicación de cualquier fenómeno, lo que evita que los clientes se sientan desilusionados por lo que reciben a cambio de su dinero. Las explicaciones que escucha quien se somete al psicoanálisis no son triviales o anodinas sino, por el contrario, bastante llamativas. A una persona adicta al alcohol que acuda a una consulta ordinaria se le darán explicaciones simples y un tratamiento en el que participará en gran medida gracias a su propia voluntad. Si acude a un psicoanalista, oirá posiblemente que el origen de su problema está en un lejano conflicto de la infancia, que una vez superado hará desaparecer su alcoholismo. El segundo método es mucho más atractivo que el primero y, además, en la mayoría de los casos, tendrá como consecuencia que el paciente podrá seguir bebiendo.

Ampliar información:  Editorial Laetoli

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