La violación de una monja budista en Nepal y su expulsión de la secta a la que pertenecía dispararon un debate sobre las arraigadas tradiciones y tendencias religiosas que fomentan la discriminación y la violencia, especialmente contra las mujeres, en este estado del sudeste asiático.
El debate sobre la expulsión se inició después de que la monja de 21 años fue atacada el 24 de junio, mientras viajaba por el oriente del país. El mal tiempo hizo cambiar el plan del viaje y el conductor del autobús persuadió a la joven, fácilmente reconocible como monja por su cabeza rapada y su toga roja, de pasar la noche en el vehículo. Entonces la violaron cinco hombres, entre ellos el conductor y sus dos ayudantes, quienes también le robaron el dinero y las otras pertenencias que llevaba consigo.
Es una pesadilla, dijo el tío de la monja: «La llevamos a un hospital privado pero los médicos dijeron que certificarían que se trataba de un accidente porque una violación implicaría intervención policial. ¿Cómo podemos presentar una demanda legal contra los culpables si los médicos no nos apoyan?, planteó.
Cuando los familiares de la monja la llevaron a Katmandú para que continuara su tratamiento, el hospital estatal al que se dirigieron primero se negó a admitirla. Sin embargo, para entonces habían empezado a aparecer en la prensa informes sobre el ataque, e intervinieron la Comisión Nacional de Mujeres de Nepal y organizaciones indígenas, lo que obligó a los médicos a tratarla.
Pero a la víctima le esperaban más sufrimientos. Un comunicado conjunto de quince organizaciones -budistas- condenaron el ataque pero dijeron que la mujer había perdido su virginidad y, con ella, su estatus religioso. El rechazo encendió un debate generalizado, donde se escucharon críticas de organizaciones budistas de todo el mundo.
La monja pertenece a la comunidad tibeto-birmana., uno de los grupos más desafavorecidos de Nepal, que no tiene acceso a educación ni a recursos económicos. También son las peores víctimas del tráfico de personas.
Fuente: Ateo en teoría
La pobreza hizo que se perpetuara la práctica religiosa conocida como tradición jhuma: Mientras el mayor cuida a la familia, se envía al hijo o la hija del medio a convertirse en monje-a.
La kumari -la famosa diosa viviente de Nepal- es la tradición de elegir a una niña en su prepubertad, a veces incluso de tres años de edad, como deidad guardiana de la ciudad, e instalarla en su propio palacio, lejos de su familia. No va a la escuela y no se le permite salir. Su reinado termina cuando se acerca a la pubertad y es reemplazada por otra niña pequeña.
Todas estas costumbres violan los derechos de niñ@s y están claramente prohibidas por la Ley de Infancia de 1992!.
«La ley dice que un niño o niña no debe ser separado de sus padres, que se le debe permitir ir a la escuela y jugar y que no se le debe dedicar a dios. Dice específicamente que las personas menores de 16 años no pueden ser obligadas a convertirse en monjas o monjes. Pero la implementación es débil.