En la revista el XL Semanal en la imprescindible sección de cosmética de toda revista dominical que se precie. No decía nada nuevo, nada que no hubiera leído en otras ocasiones en otras publicaciones similares, sobre todo cuando se aproxima Navidad.
El reportaje se titulaba “Las cremas más caras del mundo”, aunque lo mismo podía haberse titulado “Los potingues más caros e inútiles”. No, no estoy exagerando. Gastar cientos de euros en una crema con caviar, oro o piedras preciosas o que repara el ADN es lo mismo que pagar por comer oro en polvo: una estupidez. Está de moda porque la poderosísima industria cosmética se inventa conceptos como el de la energía de la piel y bobadas como que una crema con extracto de piedras preciosas es el no va más porque desde tiempos de los egipcios -póngase aquí cualquier cultura exótica; también valen los atlantes, aunque nunca existieron- está demostrado que las piedras preciosas tienen poderes extraordinarios.
Esa trolas y muchas más las envuelven con chicas guapas y científicos sin escrúpulos a los que llenan el bolsillo, y ya está: venden una crema con un derivado de la obsidiana de una isla italiana -si es de otro lugar, no vale, aunque la composición del mineral sea la misma-; otra con cera de unos viñedos propiedad de otra marca del grupo; otra con caviar u oro… Y, claro, la clienta que ha pagado una pasta por la exclusiva e inútil pócima cree verse más guapa porque, si no fuera así, quedaría como una tonta. Ya sé que es una bobada, pero se me ocurre que puede lograrse el mismo nulo efecto de estas cremas de lujo frotando la piel con el anillo de oro de la abuela o comprando una lata de caviar y esparciéndosela por la cara; aunque yo prefiera comer las huevas de esturión.
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