El romanticismo y el “buenismo” se llevan en muchas ocasiones hasta extremos donde no llega la razón. Hay frases que dichas de una forma suenan revolucionaria, transgresora y despiertan una tremenda empatía. Pero el camino opuesto suena a reaccionario y carcamal. De esa forma si aparecen estudios que muestran la ineficacia de la homeopatía para tratar la gripe, la acusación de que los estudios están pagados por gigantescas farmacéuticas productas de vacunas, antivirales y productos analgésicos es vista con simpatía por muchas personas. De poco sirve que en las mismas revistas donde se publica esa ineficacia homeopática también se critique al tamiflú por su poca efectividad o a la OMS por el exceso de celo ante la llamada gripe A. El mensaje sentimental ha calado, nos ha hecho tomar posición ideológica, aletargando cualquier pensamiento crítico.
Sin embargo cuando leemos en revistas de terapias alternativas críticas a las vacunas, a la vez que se publicitan terapias de efectividad no demostrada, hay una carga de simpatía, un guiño de complicidad con el humilde que embiste contra el gigante. Poco importa que algunas de las empresas de productos químicos alternativos también sean empresas de tamaño gigante (y creciendo), con grandes departamentos de distribución, marketing y publicidad (pero nula sección dedicada a la investigación), y que coticen en bolsa repartiendo dividendos millonarios. Se consigue dar la falsa imagen del pequeño defendiéndose del acoso del gigante.
Y la exposición de ese tipo de combates desiguales, que se presenta de forma lastimera por parte de los promotores de las terapias de eficacia no demostrada, hace perder la perspectiva científica, que es la que debe prevalecer, sustituyéndola por decisiones basadas en la empatía. Te dicen que te van a curar prácticamente de todo mal con métodos baratísimos (y que luego no resultan nada baratos), a la vez que alegan que si tienen mala fama es debido a que un gigante farmacéutico no quiere perder millones si se descubre que esa milagrosa terapia funciona para todo. Se vuelve a eludir al maravilloso secreto que los gigantes no quieren que sea desvelado.
Y mientras el cerebro se ve inundado de la carga emocional que tiende a apoyar al débil frente al poderoso, anegando la región donde se produce el pensamiento crítico que sucumbe sin protestar. Esas preguntas que sin esa presión todos nos haríamos como: “¿pero eso que anuncia tiene alguna base?, ¿se ha comprobado si realmente funciona?, ¿dónde están los datos que muestren la cantidad de personas sanadas con ella?, ¿cuantos sanan en relación con los que acuden?, o lo que es lo mismo ¿qué eficiencia tiene?”. Ese escepticismo que manejamos en frío puede quedar desmontando cuando se ataca la fibra sensible.
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