Los estudios epidemiológicos nos dicen que las personas en situación de paro tienen un mayor riesgo de suicidio. Mucho mayor, de hecho: entre dos y tres veces frente a los no desempleados. Esta cifra, eso sí, se reduce al controlar por otras causas que pueden estar afectando tanto al suicidio como al desempleo, como puede ser la presencia de enfermedades mentales, pero sigue siendo estadísticamente significativa. Este estudio sobre la crisis asiática de los noventa se atreve a cifrar la cantidad de suicidios ‘sumados’ por la misma en unos 10 000. Ni siquiera hace falta perder el trabajo, y que el mero estrés generado por el riesgo de que esto suceda es suficiente para incrementar la probabilidad de sufrir una enfermedad mental en más o menos un 30%. Y aparentemente, estas cifras eran considerablemente mayores antes de que existiese un sistema de bienestar público. De hecho, parece que los recortes son susceptibles de aumentar las tasas de suicidio al hacerse más débiles las redes de seguridad para aquellas personas que están en riesgo de exclusión económica y social.
En España no parece observarse, por el momento, ninguno de estos efectos. De hecho, la tasa de suicidios está en su nivel más bajo de los últimos 25 años:
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