“Virus intelectuales” denomina el físico y filósofo contemporáneo Mario Bunge a las pseudociencias, en su libro “Las pseudociencias ¡vaya timo!”. El autor asegura que hay que dedicar mucho tiempo a desvirtuar y destruir a los pseudocientíficos e incluso a aquellos científicos “competentes en un rincón del saber y tontos en cuestiones fundamentales” (hace referencia a la filosofía de la ciencia y la epistemología).
En esta misma línea crítica, habla del “charlatanismo académico” y lo asocia a “una mezcla de sinsentidos, falsedades y perogrulladas enunciadas en lenguaje hermético y más o menos bombástico”, puesto de moda en varios círculos de las escuelas de humanidades, pero que, por fortuna, no ha invadido aún a las ciencias biológicas (medicina, farmacia, agronomía, etc.).
La divulgación y promoción de las pseudociencias y el charlatanismo tienen efectos sobre la sociedad, pues, al no transmitirse nociones claras y reales del mundo material y objetivo, se tergiversa la realidad. Al incorporarse al estudio del mundo creencias mágicas, míticas, dioses, religiones, supersticiones, parapsicología, quiromancia, conceptos anticientíficos y toda una serie de estructuras mentales y “basuras intelectuales aparentemente inofensivas”, se deforma el pensamiento general y se arrastra a las personas a la superficialidad del análisis.
Bunge expone razones para combatir a las pseudociencias y el charlatanismo: No deben considerarse como basura que pueda ser reciclada para transformarla en algo útil; al ser virus intelectuales, atacan a cualquiera, al extremo de enfermar a toda una cultura y volverla contra la ciencia. El auge de estos contaminantes psicosociales podría servir para medir el estado de salud cultural de una población.
Las pseudociencias siguen siendo populares porque la ciencia se enseña mal y porque en aquellas se encuentra consuelo e ilusión de seguridad. Frente a estas estructuras mentales que rehúyen la contrastación del empirismo racional o la ciencia, hay que anteponer la educación alejada del dogmatismo, del concepto de lo absoluto y promocionar el “escepticismo metodológico moderado”, que no pone en duda todo el conocimiento, sino una parte de él.
Por lo que, para aceptar un conocimiento, y más aún para difundirlo, este debe pasar por una fase de prueba científica rigurosa que compruebe a cabalidad su verdad o su falsedad y conlleve a actuar de manera racional. Es un compromiso moral, entonces, combatir estas tendencias cada vez más extendidas en la sociedad, que la enferman a modo de “virus del intelecto”.