Una señora que rondaba los cincuenta, llamémosla Cooper, fue a visitar al neurólogo norteamericano Harold Klawans. Estaba preocupada por su segundo hijo, Walter. En cuanto le dijo que a sus 28 años Walter se tambaleaba y sufría de convulsiones y sacudidas, que había dejado de leer y sólo veía los programas infantiles de la televisión, Klawans sospechó el diagnóstico. Incluso durante la consulta Walter fue incapaz de mantenerse quieto. El escáner confirmó las sospechas del neurólogo: Walter sufría de corea de Huntington, una enfermedad genética inevitable que aparece en la edad adulta.
Para confirmar el diagnóstico, Klawans buscó en el árbol familiar otros casos pues la mayoría de los enfermos de Huntington lo son porque lo han heredado de sus padres. La madre de Walter estaba bien, al igual que sus padres. Su padre había vivido hasta los 77 años y su madre tenía 83. Quizá la enfermedad viniera de la familia de su marido. Éste había muerto a los 43 años en un accidente de caza, algo consistente con la enfermedad pues el suicidio y la muerte prematura son habituales entre quienes padecen la enfermedad. Pero el difunto señor Cooper no había tenido convulsiones, depresiones, ni la pérdida de memoria ni los cambios de personalidad asociados a la enfermedad de Huntington.
La ansiedad de la señora Cooper era evidente: tenía otro hijo y dos hijas. ¿Corrían ellos el mismo riesgo? Klawans le dijo que sí. Meses después la señora Cooper regresó a la consulta del neurólogo visiblemente afectada. Había consultado a un genetista y le dijo que el Huntington era una mutación espontánea y que tales mutaciones sucedían a un tercio del total de los que sufren la enfermedad. Casi histérica, la señora Cooper gritaba sin compasión a Klawans. El médico, muy sensatamente, no le dijo que esa mutación espontánea se daba una vez entre un millón y que, por supuesto, el adulterio era bastante más común.
El neurólogo pensaba que el padre de Walter era ilegítimo. Como muchos otros, se deprimió por efecto de la enfermedad o por reacción a ella. Entonces marchó de caza y se mató. Lo peor que pudo hacer Klawans es comentarle estos pensamientos a la señora Cooper; le llamó bastardo. Dos días después recibió una carta de la enfadada madre: era una disculpa. El neurólogo tenía razón, pero se había equivocado en una generación. El difunto señor Cooper no era el padre de Walter. Era cierto que él se había suicidado pero no por culpa del Huntington. Durante una discusión ella le había confesado que él no era el padre de su hijo, sino un vecino que había muerto atado a la cama de un hospital. Ahora se enfrentaba a un importante dilema: confesar a sus hijos su adulterio o dejar que vivieran bajo el temor de una terrible enfermedad.
Fuente: La ciencia de tu vida
Un par de noticias que igualan de la manera más brutalmente posible a fanáticos cristianos y musulmanes en su enfermiza locura. Y desgraciadamente como ya viene siendo habitual, las víctimas de estos horrendos crímenes son siempre las personas más vulnerables en estas arcaicas, patriarcales y antidemocráticas religiones: las mujeres y los niños.
«Todos sabían que mi hijo tenía que ser asesinado por Castillo y que debía ser así. El era Dios»
Fuente: Diario de un ateo
El caudal de noticias que documenta la opresión, la discriminación y la explotación de la mujer en países de mayoría islámica es indetenible. Hace algunas semanas, Sakineh Mohammadie Ashtiani, una mujer de cuarenta y dos años, fue condenada por adulterio por un tribunal iraní. La sentencia era de muerte por lapidación, usando piedras lo suficientemente grandes para ocasionar un dolor intenso, pero no tan grandes como para causar la muerte instantánea. El sufrimiento hay que disfrutarlo, parece especificar esa burocracia sádica y detallista. Quizás movido por el escándalo internacional que se armó, el tribunal eventualmente ha decidido ahorcarla. El abogado defensor de la señora Ashtiani huyó del país, y ella ahí está, esperando su ejecución en un calabozo. A la mujer occidental que se le ocurra apelar por clemencia, se le tilda de prostituta, como pasó con Carla Bruni, la esposa del presidente francés.
El caso Ashtiani es apenas uno de los miles que conforman el torrente noticioso. Dos más: El año pasado, una saudí soltera de 23 años fue condenada a un año de prisión y 100 latigazos, también por adúltera (el sexo fuera del matrimonio se tipifica como adulterio, esté la mujer casada o no). Su crimen fue haber sido violada por un desconocido que le ofreció un aventón. Recordemos que en Arabia Saudita a las mujeres se les tiene prohibido conducir automóviles, así que, como se dice en Venezuela, o corren o se encaraman. En 2008 en Somalia, una niña de 13 años, que cual caperucita roja caminaba por el campo para visitar a su abuela, fue asaltada y violada por tres desconocidos. Desesperada y sangrante, ella corrió a una aldea, donde los líderes tribales, en lugar de ofrecerle ayuda, la acusaron de adulterio, y comenzaron un proceso que culminó con su lapidación en un estadio de Mogadishu ante la presencia de numerosos espectadores. En cada uno de estos casos la ley islámica (Sharia) obliga a los clérigos a procesar y penar estos casos de esta forma tan brutal.
El adulterio es apenas una de las funciones ejercidas por las sociedades musulmanas para oprimir a la mujer. Existe la mutilación genital, por ejemplo. En Egipto hace apenas tres décadas su incidencia era de 97.5% entre las familias de bajo nivel educativo y 66.2% en las restantes. También está permitida la poligamia masculina, el divorcio inmediato y sin obligaciones para el hombre y el abuso físico. A la mujer se le constriñe desde el momento en que alcanza la pubertad. Su vida está marcada por códigos estrictos de conducta, que van desde el vestido hasta el contacto social. La opresión patriarcal en el Islam está muy documentada, y busca a suprimir lo femenino de la esfera pública. A la mujer en el Islam entonces hay que extirparle su propia identidad y reducirla a un objeto para beneficio del hombre. La amenaza que significa la posibilidad de la mujer como individuo subjetivo la convierte entonces en una criminal en potencia.
Artículo completo en: LA PERSPECTIVA DE SOGOL
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Enlaces de interés:
– La vida corta y la muerte cruel de Atefeh Rajabi
– Religiones una visión crítica y escéptica
– La web de Maco048. Noticias criminología: violación