En los últimos años los movimientos feministas han contribuido a romper muchas barreras, pero curiosamente hay una que no solo permanece, sino que parece haberse hecho aún más alta. Y es que, si hace algún tiempo aún había hombres que se reían de la presencia de horóscopos y secciones de terapias alternativas en las revistas femeninas (sin pararse a pensar que ellos se reían con su periódico deportivo bajo el brazo), hoy en día esa distinción entre la supuesta frialdad intelectual de los hombres y la sensibilidad emocional, casi mística, de las mujeres, parece ser también una reivindicación de algunos de esos movimientos.
En diciembre pasado los organizadores de TEDxValencia Women no tuvieron otra ocurrencia que llenar el programa de sanadores de pacotilla, místicos de todo a un euro y, en fin, todo tipo de morralla pseudocientífica, pero eso sí, muy “espiritual” y muy “conectada a la madre tierra”. Tanto, que las pocas ponencias dignas que pudieron escucharse quedaron eclipsadas por los cantos místicos, las bobadas “new age” y las tonterías “alternativas” de siempre. Y aunque hubo críticas, la mayoría de mujeres, que protestaron por lo que en la práctica era una auténtica ridiculización de la mujer, no faltaron las defensoras (porque también eran, en su mayoría, mujeres) del evento y de su contenido.
Pero quizá el mejor símbolo de esta tendencia sea el enorme éxito de un pequeño cuento titulado “La Cenicienta que no quería comer perdices”, de Nunila López y Myriam Carneros, que se ha convertido en todo un símbolo del feminismo en España y en varios países de Iberoamérica, ha dado lugar a toda clase de cursos y tesis doctorales, y sigue movilizando a Consejerías y Concejalías de la Mujer de todas partes a la hora de montar conferencias y talleres.
Dejando a un lado los detalles (y las arrobas o las faltas de ortografía, que también contiene unas cuantas), el cuentecito tiene un argumento atractivo: una Cenicienta que, obligada por los convencionalismos sociales, se casa con el príncipe del cuento, para acabar guisándole perdices hasta que decide liberarse. Un argumento muy bonito y, ¡ay!, todavía muy necesario en nuestros días en los que muchas cenicientas acaban convirtiéndose en criadas de auténticos patanes que piensan que un minúsculo cromosoma Y les otorga algún tipo de superioridad natural.
Lo malo es que la Cenicienta no se limita a mandar al príncipe a freír espárragos (o perdices, da igual), sino que emprende su camino de liberación a través de todas las chorradas “new age” que se pasan por la cabeza de las autoras. Porque, para empezar, su esclavitud no se limita a la necesidad de ir a hacer cola a la tienda para comprar las perdices (¡ella, que es vegetariana!), sino que tiene un componente muchísimo peor: los zapatitos de cristal. Y es que, como dice el cuento, le chafaban las plantas de los pies. Y claro, cito textualmente:
¡ Eso es horrible ! En la planta del pie están reflejados todos nuestros órganos ! ¿ Qué hacemos en occidente con todos los órganos chafados ? ¡ No, sí es que aquí no se práctica la ablación porque no saben ni donde cortar !
Por suerte la pobre Cenicienta se topa con un hada. Pero no un hada cualquiera: se trata de un hada que le enseña a practicar la terapia del llanto, gracias a la cual Cenicienta
Lo lloró todo todo…
(hasta lo que nació en el hospital en vez de en casa)
Lloró también dos vidas anteriores…. por si acaso…. (para no repetir karma)
Y vamos, que la chica que quedó a gusto. Y más aún cuando descubrió otra terapia de pacotilla, pero la mar de holística-chachipiruli: la danza libre. Que le sirvió, además, para encontrarse
en el camino de la transformación a otros seres:
a la Ratica Presumida que ha empezado a engordar y ahora liga más…
La Bella Durmiente y la Blancanieves que se están despertando (desintoxicaándose del prozac ).
La Caperucita Roja que le había salido violento el cazador, debido a sus diotrías emocionales, no le vió la escopeta.
Pinocho que está harto de sus mentiras y sabe que necesita la verdad y el Hombre de Hojalata que llorando, llorando encontró su corazón.
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Cuenta la historia que un príncipe caprichoso decidió que la mujer de su vida sería aquella que pudiera calzar una zapatilla de cristal que había quedado olvidada en su palacio tras un baile. No pensó que hay en el mundo mil mujeres, y que podría ser igualmente feliz con una que calzara 34 o 39.
Simplemente creyó que ya tenía el molde y que el amor tendría que caber en él para ser verdadero. y con ese criterio empezó su búsqueda y dice el cuento que muchas mujeres, sin preguntarse siquiera si un hombre de tan cortas miras sería un buen marido o un padre aceptable, decidieron que necesitaban caber en ese molde que las haría merecedoras del ‘felices para siempre’ que sus madres les habían enseñado a desear. Algunas incluso se mutilaron los pies para entrar en ese zapato que no era suyo, esperando que, al convertirse en otras más parecidas a la imagen que el príncipe se había armado en la cabeza; se hicieran merecedoras de esa su puesta fortuna que sería desposarlo, y así, la mayoría de las mujeres del reino, en lugar de buscar a alguien que las quisiera con los cinco dedos de sus pies y las mil neuronas de su cabeza, se convencieron de que lo bueno y lo bello sólo podían venir en el empaque que este miope príncipe reclamaba. Cegadas por el esplendor que les ofrecía, le creyeron que estaba mal que ellas fueran quienes eran, y en vez de mandarlo a freír espárragos se hirieron y dañaron para que él las quisiera.
¿La historia no les recuerda algo? A mí me hace pensar en las niñas de trece años que -con la alegre complicidad de sus mamás- se ponen tacones que en un par de décadas habrán acabado con sus riñones y sus rodillas. Me recuerda a las mujeres que se hacen pedazos el metabolismo con la dieta de la piña para caber en un vestido que no es de su talla y a las que llegan donde un cirujano pidiendo la nariz de Nicole Kidman, creyendo que si la tienen serán más felices. También me hace pensar en el número creciente de mujeres con trastornos alimenticios en este y otros países, y en la piel marchita de aquellas que desde los quince no salen sin maquillaje. Pensando en ellas, ¿no tienen ustedes a veces la sensación de que esta sociedad se parece cada día más a un príncipe de cuento?
El síndrome de Cenicienta es la versión femenina del Síndrome de Peter Pan. La diferencia con Peter Pan se encuentra en el objeto mismo de los anhelos de la víctima: conseguir un príncipe azul que aparezca de la nada en un corcel blanco y veloz para alejarla de su atribulada vida para siempre. Pone toda su ilusión en encontrar un hombre lindo, simpático y adinerado que cumpla todas sus fantasías y mágicamente. La idealización de ese «príncipe azul» siempre lleva por comparación a no encontrar una pareja que cumpla semejantes expectativas.
Fuente Psic. Haidee Pérez Álvarez