La Espalda Mundo es una película que recoge tres historias sobre las violaciones de los derechos humanos en diversas partes del mundo: en Perú (El Niño, donde un chico de 11 años trabaja como picapedrero para ayudar a su familia); en Turquía (La palabra, la historia de Leyla, una parlamentaria kurda encarcelada por motivos políticos) y Estados Unidos (La vida, donde un hombre espera ser ejecutado en una cárcel). Ésta obra trata sobre la vida en la espalda del mundo, allí donde habitan los que no tienen derechos, los que no tienen casi nada. Tres situaciones de exclusión (social, racial y política) en la que viven muchas personas en el mundo, tanto en los países ricos como en los países empobrecidos.
La película se compone de tres reportajes que afrontan otras tantas situaciones de degradación humana e injusticia social y política. El primer documental, El Niño, sigue los pasos de Guinder Rodríguez, un espabilado niño de 11 años, que malvive con su numerosa familia en una chabola de los suburbios de Lima. Él nos muestra el duro trabajo de los picapedreros, al que se ven abocados muchos menores de la zona, que deben hacer esfuerzos heroicos para seguir recibiendo educación escolar. El niño nos adentra en la problemática del trabajo infantil; y en donde destacamos la descripción de la falta de salud y condiciones de seguridad en la que los niños desempeñan su trabajo. La familia de Guinder son emigrantes procedentes de zonas rurales de origen indígena, que emigran a la capital en busca de empleo para sobrevivir: «Acá en Perú, como no hay trabajo, tenemos que trabajar hasta los niños». El trabajo pasa a formar parte de la vida cotidiana de estas infancias, ante la falta de alternativas de empleo para los adultos: se levantan temprano para ir a trabajar, pasan el día en la cantera, juegan allí mismo, se organizan socialmente para defender sus derechos, ríen y se divierten con bromas a propósito del trabajo, etc.
La película permite un acercamiento al debate existente sobre cómo debe abordarse la realidad del trabajo infantil en el mundo y denuncia la situación de explotación y exclusión social a la que se ven sometidos. De los casi 218 millones de niños mayores de 5 años de edad que trabajan en el planeta, casi el 70 % de ellos lo hace en tareas agrícolas, el 22 % en el sector de los servicios y el 8 % restante en la esfera industrial. Asia concentra el mayor número de menores de 14 años ocupados laboralmente (con alrededor de 122 millones), seguida por África Subsahariana (con 50 millones). En América Latina, además del incremento desmedido de la pobreza, la falta de acceso a la educación, la carencia de empleos dignos para los adultos y la migración de las zonas rurales a las urbanas, constituyen algunas de las causas del trabajo infantil, causas todas ellas bien reflejadas en La espalda del mundo.
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Esta práctica de las fuerzas de seguridad para abultar los resultados operacionales y obtener honores y dinero se refleja en la ópera prima del documentalista y director de televisión Colbert García. El 19 de este mes se realizó un preestreno en una sala de Bogotá ante un auditorio de militares, a los que el filme no les cayó para nada en gracia.
El barrio El Paraíso es el escenario donde bandas armadas extorsionan a tenderos y transportadores a cambio de no atacarlos.
Es una zona llena de vida en las montañas al sur de Bogotá, en el enorme sector de Ciudad Bolívar, donde viven en la pobreza unos 400 000 desplazados de sus hogares por el conflicto armado y cuyo único lujo es la espectacular panorámica de la capital a sus pies.
Casualidad o cosas de documentalista es que Esmeralda Pinzón, la actriz que tiene a cargo el complejo y logrado papel de Susana, un eslabón en el negocio de los falsos positivos, vivió realmente en El Paraíso. Obligada a abandonar su hogar a los 10 años, luego del asesinato de su padre, llegó con su mamá y se instaló como desplazada en ese lugar, según contó al portal ConfidencialColombia.com.
El filme se aproxima con delicadeza al mecanismo que recluta a los jóvenes para convertirlos en “falsos positivos”. Se les ofrece trabajo fuera de la ciudad por unos días, pero nunca regresarán. Una vez reclutados, son compelidos a ponerse prendas de camuflaje como las usadas por guerrilleros para ser fusilados por miembros de la fuerza pública.
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Actualmente la investigación de la fiscalía abarca más casos, unos 2 500, e implica a unos 3 800 militares. Pero no proporciona nombres, da cifras. El Banco de Datos se resiste a reducir las víctimas a números. Por eso, 196 de las 327 páginas del informe contienen breves párrafos que cuentan fechas, nombres, lugares y cómo ocurrieron las cosas.
El estudio del Cinep no hace un recuento de los comandantes locales, regionales o nacionales bajo cuyo mando ocurrieron esos crímenes.
De ellos, 40 por ciento ocurrió en 2007, cuando el hoy presidente Juan Manuel Santos era ministro de Defensa del gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010).
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En 2009, un equipo de investigadores de las universidades de California y de Florida (EEUU) afirmaban que, según sus investigaciones, cuando alguien ve una película de terror, lo que siente realmente es excitación. Y es que la estimulación de la amígdala, después del miedo inicial, produce una sensación de gratificación real. “Por eso, tras una escena de terror intensa, los espectadores se sienten felices. La gente disfruta al tener miedo”, aseguran los autores de esta investigación. Además, durante este tipo de películas también se activa la corteza prefrontal, la zona en la que se procesan los pensamientos más sofisticados y donde se evalúa el peligro.
Así es como llegamos a la conclusión de que no estamos ante una situación real de peligro, que solo es una película y que no tenemos que salir corriendo del patio de butacas. Y este sentimiento de alivio también nos hace sentir bien.
Pues todo esto es lo que comprueba, en el mismo momento en que está sucediendo, el neurocine, una nueva disciplina que utiliza imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) para observar qué zonas del cerebro estimula cada escena de una película. De este modo, cada director puede comprobar sin lugar a dudas cómo captar la atención de su espectador, e incluso, si así lo quisiera, mantener su cerebro continuamente estimulado hasta llegar a la extenuación.
El artículo científico que dio pie a la creación de esta nueva disciplina fue el resultado de varias investigaciones llevadas a cabo por un equipo de neurocientíficos de la Universidad de Nueva York liderados por David Hegeer. Él y sus colabores escanearon el cerebro de 45 voluntarios mientras veían escenas de varias películas y programas de televisión, con el fin de encontrar respuestas comunes de activación en todos los sujetos; es decir, patrones de respuesta. En todos los casos, se activaron numerosas regiones del córtex cerebral, área visual, lóbulos occipitales y los centros del lenguaje y del oído. Y el área de Brodman, donde reside la memoria.
La primera empresa que ha realizado este tipo de “estudio de mercado” de manera comercial esMindSign Neuromarketing, una firma de San Diego, California, dirigida por Philip Carlsen, quien confiesa: “La neurociencia aporta mucho al proceso creativo. Puede ayudar a decidir desde los decorados, el vestuario, los actores y la música, hasta el guión o la narración visual de una escena. Hasta ahora, al igual que en otros mercados, las películas se sometían a grupos de análisis que aportaban sus opiniones a un investigador tras el visionado de la película. Pero estás opiniones estaban a menudo sujetas a demasiada subjetividad. El neurocine ha conseguido convertir lo subjetivo en algo muy objetivo”.
La primera película analizada por MindSign de la que tenemos un resultado público es PopSkull, un filme de terror dirigido por Peter Krantz. Según el propio director: “En el caso de Pop-Skull, el uso de esta tecnología nos permitió saber a posteriori qué imágenes habían impactado más al espectador, y qué efectos visuales y sonoros habían sido más eficaces”.
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