Hoy hace 150 años del nacimiento de Arthur Conan Doyle (1859-1930), más conocido, por mucho que le pesara, por ser el padre literario de Sherlock Holmes. Y es que las cuatro novelas y los 56 relatos cortos que escribió sobre la figura del investigador fueron los que realmente lo encumbraron como escritor, a pesar de su preferencia por otros géneros.
En diversos momentos Conan Doyle admitió sentirse un tanto ensombrecido por el personaje que él mismo había creado y que lo alejaba de temas que le resultaban más atractivos, como la novela histórica o las narraciones de ciencia ficción protagonizadas por el profesor Challenger. En cierta ocasión comentó: He tenido tanta sobredosis de él, que me sienta como el paté de foie gras. Sigue leyendo
“Es una forma elemental de ficción”. Así se refería sir Arthur Conan Doyle a su creación más universal, Sherlock Holmes, un personaje al que siempre detestó porque le impedía dedicarse a otros géneros que satisfacían mejor sus aspiraciones literarias. Sin embargo, lo cierto es que el tirón popular de la obra de Conan Doyle no se debe a sus ensayos o a novelas como El mundo perdido, sino al imperturbable carisma del detective que vivía en el 221b de Baker Street.
Esta semana se cumple el 150º aniversario del escritor escocés, que nació en Edimburgo el 22 de mayo de 1859 y, aunque cursó estudios de Medicina, pronto abandonó la profesión por el embrujo de las letras. Conan Doyle publicó la primera novela protagonizada por Sherlock Holmes, Estudio en escarlata, en 1887, a la que aportó retazos de su propia experiencia (le adjudicó un ayudante, Watson, médico y con aficiones literarias) y muchos rasgos de uno de sus profesores en la universidad, el doctor Joseph Bell, de quien tomó prestados la fina y elegante silueta, la nariz aguileña y, sobre todo, su gusto por el empleo de técnicas deductivas para formular el diagnóstico de sus pacientes. Bell les observaba atentamente, registrando hasta el más nimio detalle, para precisar su origen, su ocupación y, en muchos casos, sus síntomas y dolencias sin que necesitasen abrir la boca.
Tanto Estudio en escarlata como El signo de los cuatro (1890) obtuvieron gran popularidad, pero no fue hasta la aparición en 1892 del primer relato corto del detective, Un escándalo en Bohemia, cuando el personaje comenzó a convertirse en un mito. El desproporcionado éxito de su detective, al que, quizás en un inconsciente intento por evitar la empatía del público con él, había adornado con cuestionables dones como su adicción a la cocaína o su manifiesta misoginia (mientras Watson era un caballero intachable), permitió al escritor dedicarse plenamente a la literatura con poco más de 30 años.
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