La actual coyuntura económica se debe, no sé si en mucho o en poco, a que hemos sido crédulos, muy crédulos. Durante años hemos abandonado el pensamiento crítico y el escepticismo, y todos, bueno, seguramente todos no, pero una gran parte de la población, abrazó una creencia que se repetía como un mantra. La creencia en cuestión era esta “el precio de los pisos no va a bajar”, esta creencia se instaló en nuestros cerebros y tuvo efectos perniciosos. Si los precio de los pisos no van a bajar puedo comprarme el piso que quiera, poco importa si dentro de unos años no lo puedo pagar, lo vendo y como el precio habrá subido saldré ganando «pasta».
Hemos sido crédulos y esa credulidad, en mayor o menor grado, nos ha metido en este berenjenal, si hubiéramos sido críticos, si hubiéramos tenido el valor de ser escépticos, lo mismo no estaríamos tan mal.
Se me dirá que no era fácil, y es cierto, es difícil mantenerse independiente cuando todo el mundo alrededor piensa de una determinada manera, pero esto no es más que una excusa y lo que se sigue de ella no es que no debamos ser críticos, sino que el ser escépticos requiere algo, o al menos, una forma de valor, y esto es relevante, porque normalmente al escéptico se le cataloga como una persona de cierta arrogancia, pero nos estamos equivocando con ese juicio, no es arrogancia, es valor, valor a dudar de lo que todo el mundo acepta, valor para no conformarse con creer sino querer saber.
Cuando somos escépticos estamos haciendo una declaración de principios, no queremos aceptar las afirmaciones porque la mayoría lo crea sino por si son ciertas o no. Muchas veces me han dicho: qué más da lo que crea la gente, o no seas tan crítico, o que manía tienes con criticar las creencias de los demás déjales que crean lo quieran. Todo esto te lo dicen por querer saber que hay de cierto en esas creencias, es decir, por querer saber si son creencias justificadas o si esas creencias no son más que pura y llana credulidad. ¿Qué más da lo que crean los demás? No da lo mismo, la credulidad, como parecen demostrar los hechos, es peligrosa.
Ampliar en: Homínidos
Bajo licencia Creative Commons
Los estudios epidemiológicos nos dicen que las personas en situación de paro tienen un mayor riesgo de suicidio. Mucho mayor, de hecho: entre dos y tres veces frente a los no desempleados. Esta cifra, eso sí, se reduce al controlar por otras causas que pueden estar afectando tanto al suicidio como al desempleo, como puede ser la presencia de enfermedades mentales, pero sigue siendo estadísticamente significativa. Este estudio sobre la crisis asiática de los noventa se atreve a cifrar la cantidad de suicidios ‘sumados’ por la misma en unos 10 000. Ni siquiera hace falta perder el trabajo, y que el mero estrés generado por el riesgo de que esto suceda es suficiente para incrementar la probabilidad de sufrir una enfermedad mental en más o menos un 30%. Y aparentemente, estas cifras eran considerablemente mayores antes de que existiese un sistema de bienestar público. De hecho, parece que los recortes son susceptibles de aumentar las tasas de suicidio al hacerse más débiles las redes de seguridad para aquellas personas que están en riesgo de exclusión económica y social.
En España no parece observarse, por el momento, ninguno de estos efectos. De hecho, la tasa de suicidios está en su nivel más bajo de los últimos 25 años:
Ampliar en: Politikon