Los profetas de un meteórico incremento de la delincuencia femenina debido a la normalización social de la mujer pueden ir revisando sus teorías. También las feministas que, con razonamiento distinto, auguraban igualmente una equiparación criminal entre ambos sexos. Los tres principales indicadores de la delincuencia: detenciones, juicios y población reclusa, demuestran que no hay mucha novedad en el frente. Las mujeres delinquen menos, son menos violentas y reinciden menos. Aunque ha aumentado el número de mujeres con causas pendientes y en ciertos delitos, como la violencia contra los padres, donde las chicas ganan terreno y se acercan al 50% del total. No obstante, por cada 10 mujeres que cometen delitos o faltas hay 100 hombres. Y no es una novedad. Ha ocurrido en todas las épocas y en todos los países. ¿Por qué? No existe una respuesta única, insisten catedráticos y criminólogos.
La delincuencia femenina es la gran desconocida de la criminología y muchas de las decenas de teorías existentes están basadas en tópicos machistas o en afirmaciones sin base empírica. El italiano Cesare Lombroso, fallecido en 1909, aseguraba: «Educar y remover a las mujeres de sus características de domesticidad y maternidad que las mantienen como inocuas semicriminales, podría resultar un hecho desastroso para la humanidad». Bueno, de momento, la humanidad no parece estar hecha unos zorros por los crímenes femeninos. Los expertos consideran que existe una cascada de aspectos que influyen en la baja tasa de criminalidad de las mujeres, especialmente biológicos y socioculturales. Aunque tampoco se descartan el peso de otros, como los genéticos, psicológicos, fisiológicos, del aprendizaje, sensoriales, neurológicos… Desde la vetusta y misógina hipótesis que aseguraba que el 80% de los delitos cometidos por mujeres se producían en el periodo premenstrual o menstrual a aquella que señala que la fuerza física del varón le facilita la comisión del delito por resultarle más sencillo el control de la víctima, la obtención de un bien y la huida, o la que apela a la empatía de la mujer para justificar la baja tasa en los delitos de lesiones.
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Los estudios sobre la diferencia biológica son recurrentes. El último se dio a conocer la semana pasada. Una universidad californiana sugería que los estrógenos, y no sólo la testosterona (hormona con presencia 10 veces mayor en el hombre), podrían jugar un papel importante en el hecho de que éstos desarrollen patrones de conducta más duros o agresivos.
Paz M. de la Cuesta Aguado, coautora del estudio Perfiles Criminológicos de la Delincuencia Femenina y profesora de Derecho Penal de la Universidad de Cantabria, subraya que la biología tiene un peso indudable, pero las condiciones sociales también. «La mujer se ha integrado en la sociedad a un nivel que no estaba, es decir, en el momento en que hay más mujeres profesionales, empresarias, más mujeres que hacen la declaración de la renta, hay más mujeres que cometen fraudes fiscales», señala.
Raquel Bartolomé, profesora de Psicología del centro de Investigación de Criminología de Albacete, explica que «las niñas tienden hacia objetivos relacionales y afectivos que indican que su conducta social va a estar dirigida a mantener sus relaciones y no ponerlas en peligro. Los niños son más activos físicamente, algo más agresivos y con peores habilidades sociales». Estas pequeñas diferencias de la infancia se van acentuando a medida que el individuo camina hacia la madurez. Y concluye: «Las mujeres no son ni mejores ni peores; tienen estilos de conducta diferentes».
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Concepción Yagüe, subdirectora de Tratamiento de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, que durante 17 años fue responsable de la cárcel de mujeres de Alcalá de Guadaíra (Sevilla), es seguidora de la corriente que explica la baja delincuencia femenina por causas fundamentalmente sociales y culturales y señala que «la mujer pudo eludir en el pasado la delincuencia por la protección familiar, de su pareja, o por tener otras fuentes indirectas de ingresos como la prostitución». Sin embargo, la teoría de la prostitución como alternativa no genera consenso. Ortubay la califica como «una manifestación del imaginario patriarcal más rancio, que tiende a equiparar sutilmente violencia y prostitución». Yagüe explica que el hecho de que la mayoría de las mujeres estén condenadas por tráfico de drogas se debe a que creen que no le hacen daño a nadie, no pone en riesgo su integridad física y aporta una importante cantidad de dinero. «Normalmente, los delitos contra las personas no tienen prevalencia en las mujeres», aclara. Jesús Martín, director de la prisión abulense de mujeres de Brieva, asegura que las reclusas son menos conflictivas y violentas que los varones. «En 20 años el incidente más grave ha sido el de una chica que le puso una cuchilla en el cuello a la funcionaria». Fue hace 18 años.
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