Juan Ignacio Pérez se pregunta en Twitter por qué son ineficaces las políticas para combatir el maltrato y asesinato de mujeres. Y la respuesta, en cierto modo implícita, es que las políticas públicas contra el maltrato doméstico intrafamiliar, incorrectamente denominado «de género» o «machista», no se basan en evidenvias, sino en una combinación de cruzada ideológica y pseudociencia constructivista social. Desde luego esto forma parte de la tendencia más amplia entre los políticos a basar sus decisiones en intuiciones y revelaciones, no en ciencia.
Por otra parte, el marco de la pregunta es sesgado. A pesar de que la ONU se empeña en celebrar hoy el «Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer«, lo cierto es que la violencia doméstica y la violencia en general afecta también a las personas con pene. También afecta a los hombres, a los chicos y a los niños. Y a veces, a menudo incluso, les afecta más.
Una de las contribuciones más substantivas al estudio de la violencia doméstica se debe aMurray Straus, profesor de sociología y jefe del laboratorio de investigación familiar en la universidad de New Hampshire, en EE.UU, y que lleva décadas estudiando este asunto. Straus estuvo hace poco en España, impartiendo una conferencia en la Universidad Abierta de Cataluña, intervención poco conocida si no suprimida por la prensa de nuestro país. Las conclusiones de Straus son una bomba en medio de la ideología de género, ya que los datos que maneja evidencian consistentemente que la violencia intrafamiliar no es sistemáticamente perpetrada por las personas con pene, sino que estas también son víctimas: «durante más de 25 años se han puesto en tela de juicio, a veces con acritud, las investigaciones que demuestran que las mujeres ejercen la violencia física contra sus parejas masculinas en una proporción similar a la ejercida por los varones contra sus parejas femeninas. Sin embargo, los datos de casi 200 estudios son concluyentes«. Las evidencias muestran que sólo una pequeña parte de la violencia familiar es explicada por la «dominación patriarcal». En su mayor parte, la violencia doméstica es bidireccional y simétrica (aquí tienen un resumen de los estudios en español).
Fuente: LA REVOLUCIÓN NATURALISTA
En la página web Enchufado2, recopilan unos enlaces viejunos muy interesantes que hablan sobre «feminazismo» —ya sabéis, ese feminismo de mentira que enarbolan aquellos (y aquellas) que pretenden que cometamos aberraciones tales como «ciudadano y ciudadana», incomodidades innecesarias como «ser humano» o «personal investigador», y que quieren obligarnos a que nos gusten los pollos y las pollas— que me apetece dejar por aquí, para vuestro regocijo y para tenerlos a mano.
El primero de los artículos es del 21 de agosto de 2005 y está firmado por la afilada pluma de Arturo Pérez-Reverté. En él, critica el calado cada vez mayor que va teniendo este talibanismo lingüístico en textos legales —ya de por sí incomprensibles—. Y por cierto, el título, Las miembras y los miembros, se revela como un vaticinio de un suceso reciente.
El segundo artículo, [Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE], es de Javier Marías, del 13 de julio de 2008. Es inmediatamente posterior al famoso «miembros y miembras» de la Ministra de Igualdad (la misma que saluda en su blog con un más que vomitivo «bienvenid@»; si es que… las ministras y diputadas son cargas públicas), y sobre ello habla. Plasmo aquí un pedazo esclarecedor:
[…] decir “miembra” me parecía tan estúpido como si los varones empezáramos a decir ahora –y aún más grave, a exigir que se diga– “víctimo” cuando se hable de uno de nosotros, o “colego”, o “persono” o “pelmo”. Esto es, hay vocablos que son invariables y cuya terminación en a o en o no indica género. Si yo escribo que Carrero Blanco fue víctima de ETA, he de seguir empleando el femenino –por ejemplo en la frase “y ha sido la de mayor rango de todas ellas”–, por mucho que las exageradas cejas de aquel Almirante no admitieran dudas sobre su sexo. Lo mismo que si afirmo que John Wayne era una persona afable, debo añadir “y querida por cuantos la conocieron”, por mucho que Wayne se erigiera en uno de los símbolos de la virilidad (pese a llamarse Marion, por cierto, en la vida real). ¿Tan difícil de entender es esto, Santa Virgen?
[…]
El tercer y último (y magnífico) artículo es de agosto de 2009. Resulta que, este año pasado, la Universidad de Zaragoza impulsó (y el Gobierno de Aragón subvencionó) una bochornosa iniciativa titulada Nombrar en femenino es posible: ¡Inténtalo! (no os perdáis la tabla de recomendaciones), todo ello a través de una cosa que tienen llamada Observatorio de Igualdad de Género (risa floja aquí). Sobre este tema escribe Pérez-?Reverte en Tontos (y tontas) de pata negra. He aquí el comienzo:
Uno comprende que tiene que haber tontos, como tiene que haber de todo. Me refiero al tonto social, o sea. Al que normalmente llamamos tonto del haba. Al imbécil de andar por casa. De diario. Son criaturas de Dios, como dijo San Francisco del hermano lobo, si es que lo dijo, y tampoco es cosa de pasarlos por el lanzallamas. O de pasarlos sin más. Tienen tanto derecho a existir como cualquiera. Incluso un tonto evidente, lustroso, bien cebado, de esos que da gloria verlos, tipo cuñado Mariano, hace su papelito en determinados lugares. Decora el paisaje. Sobre todo si, como ocurre a menudo, no tiene conciencia de lo tonto que es. O de lo que puede ser si se lo propone, en plan película de superación deportiva americana, con el entrenamiento y el esfuerzo adecuado.
Y es que un tonto en condiciones, situado en el lugar idóneo, el trabajo, la vida cultural, la política, completa la vasta y asombrosa obra de la Naturaleza. La armonía del Universo. Enriquece la vida, para que me entiendan. Sirve como referencia. Como tontómetro del entorno y como brújula para los demás. Por eso siempre he sido partidario de tener un tonto a mano. No demasiado cerca, ojo. Un tonto es como las escopetas: lo carga el diablo. Pero tenidos a distancia y bajo control razonable, se aprende mucho observándolos. […]
Fuente: Enchufado2
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