Conforme a la retórica publicitaria moderna, los anuncios de Fórum Filatélico ofrecían emociones. Trataban de atraer clientes prometiéndoles lo mismo que hacen los spots de refrescos, las firmas de lencería, las escuderías automovilísticas y los yogures griegos: transportarnos al mundo de nuestras fantasías. No es cierto que en materia de dinero la gente sea más realista que en otros órdenes de la vida y no se deje embaucar por el primer charlatán que se acerque con un sobre lleno de estampitas. Al contrario: mientras que aplicamos el realismo a nuestras decisiones amorosas, familiares y laborales, estamos dispuestos a dejar los ahorros en manos de cualquier vendedor de humo.
Invertir en sellos de correos parecía una buena idea. Y más aún si se presentaba acompañada de «tranquilidad, sosiego y satisfacción». A juzgar por los mensajes publicitarios en boga, son estas cosas las que orientan las decisiones del consumidor. Economía de las experiencias, la llaman. Mercado de los sentimientos. Desde luego, los presuntos estafadores han cumplido en parte su palabra. Plusvalías no darán, pero sensaciones intensas y experiencias trepidantes, que les pregunten a esos miles de pequeños ahorradores apesadumbrados que creían estar blindando su jubilación y ahora se encuentran con una mano delante y otra detrás, con la perspectiva vital de una odisea mayúscula. Sólo ha cambiado el tipo de emociones: en lugar de la tranquilidad, la incertidumbre, que también tiene su encanto. En vez del sosiego, la aventura. ¿No hay anuncios que invitan a vivir peligrosamente?
Se empieza a extender por ahí la perversa idea de que los timados lo tenían merecido, por pretender duros a cuatro pesetas. Si la Banca, que con el beneplácito de gobiernos y legisladores ha institucionalizado la usura, obtiene en cada ejercicio unas ganancias bestiales, no debiera extrañar que ese ejemplo cundiera entre la clase media en niveles por otra parte mucho menos codiciosos. Al lado de las suculentas inversiones en suelo y en ladrillo que han hecho de este país la mayor cantera de ricos sobrevenidos de todo Occidente, la apuesta de quienes confiaron sus ahorrillos a [Enlace bloqueado por la Tasa española AEDE] resulta enternecedoramente modesta, casi irrisoria. No sé el motivo, pero aquí, cuando ocurre una desgracia, tendemos emprenderla con las víctimas en vez de apalear a los culpables. Y los culpables de esto no son unos infelices atraídos por la aureola respetable de la filatelia y engatusados por una publicidad insinuante, sino los desaprensivos que se aprovecharon de su buena fe, los poderes públicos que no detuvieron a tiempo la bola de nieve y la prensa económica que bendijo y aplaudió unos negocios más que dudosos..
Publicado en El Correo, 14.5.06, y El Norte de Castilla, 15.5.06
Fuente: Festina Lente