Mientras cientos de miles de asesinados por el franquismo genocida siguen enterrados como perros en campos y cunetas de toda España, con el olvido cuando no con el desprecio y la humillación por parte de nuestros actuales gobernantes cristianofascistas, en cambio el Ministerio de Defensa español se dedica a repatriar a criminales de guerra que ayudaron a perpetrar el mayor genocidio conocido de la Historia.
Porque no hay que olvidar que la tristemente famosa División Azul franquista, junto con fascistas de media Europa se enroló en la megalómana invasión de la antigua URSS ideada por la locura homicida de Hitler y que se saldó con la muerte de varias decenas de millones de personas, incuantificables sufrimientos y la destrucción de prácticamente media Europa.
Y estos criminales asesinos que llevan recibiendo homenajes, apoyos y privilegios públicos durante más de 70 años y hasta el día de hoy, ahora nuevamente tienen el ignominioso privilegio de ser repatriados con la ayuda pública española. Pero esto es España, en donde se prohíbe por ley buscar y enterrar a los muertos republicanos y se sigue ensalzando una y otra vez a los fascistas, país que como ya comenté en otra ocasión es el único del mundo en donde Hitler si viviera podría demandar a los judíos por atentar contra su «honor» y ganar el juicio.
Fuente: Diario de un ateo
El siglo XX empezó en medio de un genocidio mucho más atroz que el de Hitler: la masacre directa de mas 10 millones de nativos en el Congo (y de muchos más de forma indirecta). Su responsable, el rey Leopoldo II de Bélgica—uno de los mayores canallas de la historia— vivió una larga vida, murió como el hombre más rico del planeta y gozando del respeto de la mayoría de los europeos. Una aureola que ha hecho que la humanidad olvidara que su codicia encarnó la más pura esencia de la maldad humana.
Y eso que los nativos del Congo no murieron mediante los procesos de exterminio industrial de los campos de exterminio nazi. Fueron explotados hasta la muerte sirviendo de mano de obra gratuita, torturados con el chicote (un látigo de piel de hipopótamo que rajaba la carne), mutilados cruelmente (a los hombres se les aplastaba el pene y a las mujeres se les rompía una botella de cristal dentro de la vagina, para que se desangrasen) o castigados a morir como antorchas humanas impregnados en petróleo para iluminar la noche. El respetable Leopoldo II fomentó campeonatos de estos macabros entretenimientos.
Pero la clave de la diferencia entre Leopoldo II y Hitler fue el soporte ideológico para el genocidio: Hitler exterminó infrahombres por el bien de la raza aria. Leopoldo II exterminó a los congoleños por codicia y diversión. Pero él solo aprovechó un recurso natural: jamás exterminó a un ser humano ya que los negros no eran verdaderos seres humanos. Apenas eran animales.
El monarca belga encontró el soporte ideológico para su genocidio en una obra supuestamente científica: en 1850, Robert Knox, cirujano y anatomista escocés, publicó The Races of Men. London: Henry Renshaw Edt. (hay una reedición moderna: R Knox, The races of men: a fragment, Reprinted by Mnemosyne Pub. Co., 1969 – 323 páginas).
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