En 1944 el Departamento de Guerra de los EEUU elaboró un folleto llamado Procedimiento para las ejecuciones militares. En este manual se detalla el tipo de nudo, la construcción del patíbulo con tamaños, grosores y distancias de dicha estructura (del tipo de las instrucciones de Ikea)… y, sobre todo, las tablas de la caída necesaria del cuerpo, dependiendo del peso del condenado.
Además, había que tener en cuenta la constitución física, sobre todo muscular, para adecuar la distancia de caída. Dichas ejecuciones deberán llevarse a cabo por un verdugo del ejército, en el caso de que no esté disponible podrá hacerlo un verdugo civil y recibir un paga de lo estipulado en la localidad donde se proceda a la ejecución pero sin superar los 100 dólares por ejecución. Si tampoco hubiese verdugo civil, podrá ser nombrado verdugo un miembro de la comunidad… estable emocionalmente.
Ampliar en: Historias de la Historia
Cuentan que en la Edad Media un hombre fue injustamente acusado de asesinar a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona influyente y muy poderosa, por lo que buscaron a un “chivo expiatorio” para encubrir al verdadero culpable. El hombre fue llevado a juicio, conociendo que tendría poca oportunidad de escapar al veredicto: ¡ LA HORCA ! El Juez, también cómplice, cuidó de que pareciera un juicio justo y le dijo al acusado:
– “Conociendo tu fama de hombre devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino. Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente. Tu escogerás uno de ellos y será la mano de Dios la que decida tu destino”
Por supuesto, el juez corrupto había preparado dos papeles con la misma palabra: “CULPABLE” y la pobre víctima se dio cuenta que era una trampa. No había escapatoria. El Juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados.
El hombre inspiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados pensando, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, escogió y agarró uno de los papeles y, llevándolo a su boca, lo engulló rápidamente. Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon airadamente.
– “Pero… ¿qué hizo?… ¿Y ahora?… ¿Cómo vamos a saber el veredicto?”
– “Es muy sencillo” respondió el acusado. “Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos qué decía el que yo escogí”
Con mala gana tuvieron que liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.
Fuente: Gritar es digno
Sobrevivir a la horca por regla general es prácticamente imposible. La muerte por suspensión del cuello se puede dividir en dos tipos,.los que cuelgan de una silla o taburete a corta distancia de los pies, o los criminales que dejan caer a través de una trampilla a una distancia en función de su peso y altura. Está claro que esta última opción da lugar a una fractura en el cuello instantánea y mortal.
Pero que ocurre si esos hombres y mujeres que fueron enviados a cumplir su pecado con el eterno creador, sobreviven a su último día de vida. Tal vez por la casualidad, mucho más a menudo, o quizás por la estupidez de sus verdugos, experimentaron el vivir para morir, un día más….
Seguidamente se indican algunos casos de supervivientes:
Uno de los casos canónicos en la suerte de sobrevivir a la horca es el del británico George Lee, más conocido como “Jonh Babbacombe, el hombre al que no se pudo colgar“. Éste marine ladronzuelo de la Royal Navy, fue condenado por el brutal asesinato de un empleado de una joyería en noviembre de 1884. A pesar de que las pruebas no eran ni mucho menos convincentes y la mayoría clamaban su inocencia, fue sentenciado a la horca.
Tres fueron los intentos para llevar a cabo su ejecución en la prisión de Exeter y todas acabaron en fracaso puesto que la trampilla del patíbulo no se abrió. Dejar de funcionar una vez en el instante más delicado de la línea de la muerte, puede entrar incluso dentro de la morbosa lógica, pero que ocurra tres veces seguidas y, a muy pesar de ser comprobadas por el verdugo de turno James Berry, dejó como resultado un mal presagio,..un mensaje de atención de la divina providencia que hizo temblar a más de uno de los de allí presentes. Los acontecimientos contagiaron al mismísimo ministro del interior Sir William Harcourt que apoderado de la incertidumbre conmutó la pena a cadena perpetua, para finalmente ser liberado años más tarde, en 1907.
Otro aliado del post mortem de la soga fue Joseph Samuel, un muchachuelo involucrado en una pandilla de ladronzuelos de los suburbios de Sydney, que tras cometer un robo en 1801 en una casa de una mujer muy rica e influyente de la ciudad, se vio involucrado en el asesinato de uno de los policías que acudió al lugar. A pesar de reconocer haber robado los bienes, negó su parte en el asesinato, una declaración que de nada le sirvió puesto que, injusta e incomprensiblemente los jueces pusieron en libertad al líder de la banda por falta de pruebas y Joseph Samuel fue condenado a muerte en la horca.
Curiosamente tres fueron también los intentos por acabar con su vida y ninguno pudo ser consumado. Samuel fue conducido junto con otro condenado en un carro a la ciudad de Parramatta, donde cientos de personas hicieron acto de presencia en unos actos casi habituales de ejecución. Tras asegurar una soga alrededor del cuello de ambos delincuentes, y después de que se les permitiera rezar con un sacerdote, el carro arrancó a toda velocidad arrastrando a Samuel y al otro reo.. Con cinco cuerdas de cáñamo para un máximo de cinco minutos sin romperse, era más que suficiente en un método muy común y extendido incluso hasta la segunda mitad del siglo XIX para las ejecuciones humanas.
Pero no fue así en el caso de Samuel, y tres fueron las veces que el desquiciado verdugo colocó las cinco sogas sobre el cuello del condenado, y otras tantas que acabaron rompiéndose antes de lo previsto. El gobernador que fue convocado a la escena, inspeccionó las cuerdas que no mostraron evidencias. “Con las mismas cuerdas el otro criminal había sido ejecutado con éxito, en cambio Samuel tan solo sufrió un esguince de tobillo“. El gobernador y toda la multitud estuvieron de acuerdo en que era una señal de Dios, y no era merecedor de la ejecución. Por unanimidad y por real decreto Joseph Samuel recibió el indulto total.
No fueron ni mucho menos dos casos aislados de la divina casualidad,…, un tal George Robert Fitgerald, conocido experto en duelos del condado de Roscommon fue colgado tres veces. En la primera ocasión la cuerda se rompió y Fitgerald fue catapultado unos diez metros entre la multitud, la segunda vez la cuerda era demasiado larga y cayó al suelo con enorme gravedad. Lamentablemente en esta historia, la tercera vez fue efectiva y el señor Fitzgerald tuvo la decencia de morir.
Otro curioso caso en esta historia de frustrados ahogamientos es el de William Duell, fue ahorcado en 1828 por la violación y asesinato. Perdió el conocimiento en la horca y fue dado por muerto. Unas horas más tarde volvió en si, mientras era preparado para la disección de los estudiantes de medicina. Tras el enorme shock producido a los jóvenes estudiantes, las autoridades se apiadaron de él y fue reducida su pena a cadena perpetua.
Artículo completo en: El baúl de Josete
Bajo una licencia de Creative Commons
____________________________
Enlaces relacionados:
– El gran dilema: pena de muerte o prisión perpetua o penas máximas. Marisol Collazos Soto
– La web de Maco048. Noticias criminología: Pena de muerte
– La vida corta y la muerte cruel de Atefeh Rajabi