¿Qué tienen en común los templarios, los reptilianos, el billete de dólar, las farmacéuticas, la Gran Pirámide, el cambio climático, el club Bildelberg, el 11-S, la fluoración del agua, el relato bíblico de Adan y Eva, la contracultura, la primavera árabe, el Área 51, las vacunaciones masivas, los masones, el colapso financiero, los aditivos alimentarios, el feminismo, los viajes en el tiempo, Monsanto, el Arca de la Alianza, la homosexualidad, los chemtrails, los anunnakis, el narcotráfico, Hollywood, las catástrofes naturales, la nanotecnología, la epidemia del sida, el Priorato de Sión, la conquista de la Luna…? ¿Nada? Si piensa así, es porque usted no está en la onda. En realidad, todo lo anterior, y todo lo que se le ocurra, forma parte de la madre de todas las conspiraciones. Si no me cree, puede leer o escuchar a Enrique de Vicente,Rafael Palacios y Luis Carlos Campos, tres de los grandes conspiranoicos españoles; aunque yo le recomendaría, por su salud mental, que leyera el mucho más divertido cómicConspiraciones, de José Domingo, que acaba de publicar Asteberri Ediciones.
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Mucho se habla sobre tráfico de órganos, pero existen pocas certezas respecto a casos concretos y documentados. ¿Verdad o Leyenda? El periódico MDZ investiga… como siempre.
Recientemente un programa de TV ha emitido un espeluznante reportaje de investigación sobre el tráfico de órganos humanos. Ante los ojos del espectador, aparecían con trepidante ritmo narrativo los testimonios extraídos a punta de cámara oculta de niños y adultos envueltos en el comercio de riñones. El periodista, haciéndose pasar por un supuesto cliente, llega a contactar con una familia dispuesta a ceder a uno de sus hijos a cambio de 70000 euros. Pocas pegas podrán ponerse al trabajo emitido, salvo que no demuestra nada. O, mejor dicho, que no ofrece ninguna prueba suficientemente contundente como para compensar las numerosas inconsistencias que presenta el mito del tráfico de órganos humanos.
Un simple rastreo en Internet sobre el tema servirá para encontrar centenares de referencias a una de las leyendas urbanas más propias de nuestra edad contemporánea. Desde el turista desprevenido que, tras tomar unas copas con una bella nativa, se despierta metido en una bañera de hielo y sin riñón, hasta el millonario estadounidense que recorre el Tercer Mundo en busca de un niño parecido a su hijo para proponerle la compra de una víscera vital. La cantidad de testimonios y la aparente lógica de la desesperación humana (sobre todo cuando se trata de salvar la vida de un hijo) dotan a estas historias de una emotiva credibilidad.
Pero, más allá de eso, resulta imposible encontrar entre la comunidad científica, las autoridades sanitarias, los expertos en trasplantes y la policía una opinión crédula al respeto. Es más, es absolutamente unánime la advertencia de que la creación de redes internacionales de comercio de órganos vivos es poco menos que imposible.
El mito de la amputación involuntaria es casi tan viejo como la literatura, según revela Jorge Alcalde. Pero su versión más moderna, convertido en violación quirúrgica, cobra fuerza tras el estreno en 1978 de la película Coma, basada en un guión de Michael Crichton y Robin Cook, en la que un equipo de perversos médicos extrae órganos sanos de pacientes comatosos.
Desde entonces, no han dejado de aflorar truculentas historias de trasiego de vísceras. Junto a ellas, aunque de manera más tímida, tampoco ha dejado de oírse la voz de autoridades en la materia advirtiendo de la falsedad de tales relatos. Poco después de aparecer en la prensa Mexicana la noticia de que el tráfico de órganos podría ser la causa de la extraña desaparición de docenas de jovencitas en el estado de Chihuaha, la Comisión Nacional de Trasplantes del país elevó una nota en el la que negaba tal posibilidad. Lo mismo ocurrió una y otra vez en Estados Unidos, Canadá, China y Europa.
Técnicamente, la creación de un red de trasplantes eficaz escapa a los recursos de cualquier mafia tercermundista. La donación y recepción de riñones es un proceso demasiado complejo como para que tenga lugar en el garaje de una casa de Bombay. Para empezar, el valor de mercado de un órgano libre es cero. De nada sirve un riñón al que no se han realizado, previamente a su extracción, complicadísimos análisis de histocompatibilidad. Un tejido humano no es como el motor de un coche, no puede comprarse libremente y probar luego si funciona. Así que sólo hay dos causas que justifiquen la presencia de supuestos clientes buscando órganos en las plazas de Turquía (como mostraba el programa de televisión). O han sido engañados por una red de estafadores que se aprovechan de su desesperación, o son falsos.
La extracción de un órgano tampoco es moco de pavo. La operación puede durar entre seis y ocho horas y requiere un equipo mínimo de diez personas muy especializadas. Es imposible reunir masivamente este tipo de personal cualificado sin dejar rastro. Aun así, si se consiguiera la extracción, el riñón robado ha de ser sometido a un proceso químico de criopreservación que requiere materiales muy difíciles de obtener. El seguimiento de los compuestos utilizados para la conservación de órganos es exhaustivo, casi tanto como el de la dinamita. Sólo especialistas autorizados tienen acceso a ellos, por lo que la pista del supuesto crimen sería muy fácil de trazar.
Para colmo, estos órganos tienen que ser implantados en un plazo no superior a dos días y el paciente receptor ha de ser sometido a un control médico tremendamente especializado tras la intervención. En muchos casos, incluso necesita seguimiento médico de por vida. ¿Quién va a hacer este seguimiento una vez regresado a su país? ¿Creen que le sería fácil al comprador ilegal de órganos encontrar un doctor que aceptara cuidar su nuevo tejido de por vida sin preguntar siquiera «y este riñón dónde se lo ha encontrado»?
Los detalles técnicos son muy esclarecedores, pero todavía lo es más la simple invocación al sentido común. ¿No es extraño que sólo se trafique con riñones y otros tejidos no imprescindibles para la vida? Parece que las malvadas mafias del trapicheo de vísceras, una vez tienen un cuerpo abierto en canal en la mesa de operaciones, se encargan de sacar sólo lo prescindible sin pensar en el «negocio» que podrían hacer con corazones, hígados o pulmones. Es más, tienen cuidado de dejar viva a su víctima con una gran cicatriz en el costado para que sirva de prueba incriminatoria andante.
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La percepción del uso de drogas para cometer abusos sexuales parece basarse en leyendas urbanas alimentadas mujeres jóvenes que se niegan a aceptar las consecuencias de un uso excesivo del alcohol. El estudio, sobre 200 estudiantes, revela que la mayoría cree que el peligro de que echen drogas en sus bebidas es alto, mientras que los análisis toxicológicos rara vez detectan drogas en víctimas de violación. Según los autores del estudio, las historias son creadas para explicar una «incomprensible» pérdida de control tras beber alcohol.
Vía: Meneame
Fuente: Telegraph.com.uk